Nick Cave y un ejército de duendes
Entrar en la cotidianidad de Nick Cave no es acceder a la vida de un humano, es penetrar un mundo lleno de criaturas con vida propia, sobre las que su mismo creador no tiene control. Mitos, monstruos, pasiones, sonidos que vienen de la oscuridad y, sobre todo, duendes. “Todo lo que tiene sonidos negros tiene duende. Estos sonidos son el misterio… de donde nos llega lo que es sustancial en el arte. Poder misterioso que todos sienten y que ningún filósofo explica«[1]. El duende es fuerza universal que hace que los corazones ardan al conectar con una obra de arte, en este caso, la música de Nick Cave.
Esta película, clasificada como documental y drama, es un retrato íntimo en el que se trabaja de la mano de la realidad a partir de la idea de un día ficticio. Da lo mismo la etiqueta, porque en el cine todo es ficción. Nick Cave interpreta a un personaje llamado Nick Cave, pero eso no lo hace deshonesto. Se aleja del clásico documental rock que colecciona datos y los ilustra con material de archivo, y se acerca a lo más inmediato, al espacio privado de la vida del artista.
Las acciones que transcurren en el tiempo de la película revelan a un ser ambiguo hasta el extremo: rudo, violento y masculino, a la vez que sensible, angustiado y enormemente atormentado por su propia existencia. Un monstruo está al acecho, y el trabajo, la imaginación, la construcción constante de su propio mundo es lo único que lo puede salvar, porque el duende es “un luchar” [1]. Crear no es una opción de vida, es lo único.
Una larga secuencia transcurre en el consultorio de un psiquiatra que hace que Nick Cave hable sobre su primer encuentro sexual, la inocente diversión de vestir con ropa de mujer, las lecturas de Lolita que le hacía su padre, su religiosidad que iba a la par con su adicción a las drogas, hasta llegar a su peor miedo: «Lo que más temo es perder la memoria y no poder seguir haciendo lo que hago. La memoria es todo lo que somos.» [2]. Esta película protege la memoria de Nick Cave, pues el cine es una forma de preservar el tiempo, la ilusión por volver eternos ciertos instantes, momentos privilegiados.
Es el retrato de un artista que, junto con sus duendes, se transforma y vibra. Cada interpretación es una verdad, estilo vivo y sangriento, irrepetible, porque el duende no se repite. No le canta a espectros celestiales, sino a humanos, a vísceras, carne, saliva, lágrimas, sonrisas, corazones, tripas, sudor, al presente exacto. “Su voz ya no jugaba, su voz era un chorro de sangre digna por su dolor y sinceridad” [1].
Después de ver esta película, si alguien pregunta ¿dónde está Nick Cave? es probable que se le busque en el ojo de un huracán, o en una claustrofóbica habitación tapizada de fotos que desconchan las paredes, escribiendo canciones, junto a un ejército de duendes que respiran en su oreja, lamen sus ojos y le muerden las plantas de los pies.