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11/S: Cambio de Juego

Entender el once de septiembre del año 2001 como habitante de Latinoamérica puede terminar en nueve de cada diez casos en descartarlo diciendo ‘éstas cosas que le pasan a los norteamericanos’. Sin embargo, el asalto al World Trade Center, además de otros hitos de la cultura –no sólo estadounidense, sino de la llamada civilización occidental- significó mucho más que sólo un ataque a los Estados Unidos. De hecho, me atrevería a decir que esos aviones secuestrados y finalmente estrellados contra estos edificios –y no cualesquiera otros- vienen a señalar el final de un período de turbulencia en el sistema internacional que tiene su inicio –la turbulencia, no el sistema- con la caída del Muro de Berlín y la Unión Soviética.

A pesar de la tentadora ilusión de la distancia y de lo ajenos que los arrebatos del fundamentalismo islámico puedan parecernos, éste ha llegado para quedarse. Esa imagen que parece repetirse en un ciclo infinito del segundo avión atravesando la torre sur del WTC, la que confirmó que no era un accidente, fue un bofetón a la administración Bush. Eso queda claro, pero a la vez envió un mensaje poderosísimo al mundo: el juego cambió, los jugadores cambiaron e incluso el tablero ya no es el mismo.

En Relaciones Internacionales existen teorías sumamente áridas pero útiles que estudian a los Estados como agentes que interactúan en el marco de un sistema con procesos y dinámicas propias. Estas son definidas por los actores en función de sus capacidades y de otras variables. Sin embargo, estos sistemas no son eternos ni mucho menos infalibles. Experimentan, de acuerdo al comportamiento de los Estados que en ellos hacen vida, períodos de relativa calma o turbulencia. Inclusive, dadas ciertas condiciones, un colapso total. El fracaso del modelo de planificación central de la Unión Soviética, precedido del derribo del muro de Berlín como símbolo de la opción por la cajita feliz de McDonalds, supusieron no sólo la caída del comunismo, sino el inicio de una espiral caótica en un sistema con reglas definidas y con controles y balances entre sus actores.

La Guerra Fría a menudo se representa como un enfrentamiento de carácter ideológico entre el capitalismo liberal occidental y el comunismo de planificación central de los gigantes orientales –notablemente la URSS-. Por supuesto que estos señores Estados eran demasiado civilizados para matarse entre ellos, por lo cuál se valieron de cualquier cantidad de gentes, conflictos e inquinas para dividirse el mundo cual tablero de Risk. Ahora bien, ¿era este orden malo o inherentemente injusto?. Quien suscribe considera que, a despecho de tales consideraciones, era sin duda alguna un orden seguro y estable. Dos bloques organizados de manera más o menos clara, bajo el mecenazgo –por no decir yugo- de las dos superpotencias, quienes cual padres en parque de niños supervisarían siempre que no se mataran demasiado entre ellos y que se sabían capaces de aniquilarse a punta de armas nucleares. Así, nació la doctrina de la ‘Destrucción Mutua Asegurada’ o MAD  por sus siglas en inglés. Esto era a la vez un peligro y una garantía de estabilidad.

Me explico. Los soviéticos sabían que los americanos tenían una cantidad importante de misiles apuntados directamente no sólo a Moscú, sino a las principales capitales del mundo rojo. Al mismo tiempo, los estadounidenses sabían que sus adversarios poseían una cantidad desmedida del mismo tipo de armamento a Europa y América. Los unos tuvieron su Cuba y los otros su Turquía. A este jaque mate recíproco dónde hacer la siguiente jugada equivalía a destruir el mundo se lo llamo el detenté. Y era una garantía óptima de que los EE.UU. y la URSS nunca irían a la guerra. Ahora bien, el seguro de esa garantía estaba dado por el oligopolio exclusivo y excluyente que las grandes potencias tenían sobre las armas nucleares –el llamado, club nuclear que aún hoy existe, aunque sus ventajas aparentes parecen diluirse en términos de seguridad colectiva-. Con la caída de la URSS y el aparente triunfo del capitalismo liberal como modelo de vida, esta garantía debería haber caído en hombros de la nueva Federación Rusa. Sin embargo, muchos de esos misiles y ojivas y cargamentos de uranio –enriquecido o no- sencillamente ‘desaparecieron’ de los libros y de los transportes que los llevaban.

La turbulencia empieza entonces a manifestarse en un mundo dónde sólo queda ‘una’ potencia militar y hay ahora nuevas –y múltiples- potencias que se disputan espacios de protagonismo en los distintos temas de agenda. La turbulencia empieza cuando la Unión Soviética ya no es capaz de mantener en orden a sus potencialmente belicosos satélites por la sencilla razón de que ya no existe. ¿Recuerdan ahora a aquellos tipos a los que se ayudó en Afganistán para sacudirse a los soviéticos de encima? ¿o a aquellas milicias irregulares que se apoyaron con armas y entrenamiento para que el comunismo no se comiera a los niños?. Es obvio que el victorioso modelo del sueño americano no se da abasto para copar con las necesidades de seguridad colectiva de todo el mundo –antes habían dos superpotencias para el mismo trabajo-. Y debe ser notado que aún hay una cantidad peligrosamente alta de psicópatas sumamente eficientes en aquello de matar gente. Sin embargo, la violencia política como instrumento disponible a grupos no estatales encontró en esta fractura del sistema de la Guerra Fría el nicho ideal para alimentarse y crecer sano y fuerte.

Son precisamente estas bandas –u organizaciones de millares de personas- sin rostros, sin sedes de gobierno, sin banderas, sin bases visibles ni himnos nacionales, pero que si tienen recursos financieros y logísticos, quienes se convierten en el retador al monopolio de la violencia del Estado. Ellos dan la estocada de muerte al sistema de la Guerra Fría, y nos anuncian con bombos y platillos –lamentablemente del tipo que estrellan en aviones contra edificios privados y de gobierno- Así, el once de septiembre, el mundo supo que el juego había cambiado. Y este primer mensaje fue alto y claro. Ocurrió lo impensable. Estados Unidos, la superpotencia vencedora de la Guerra Fría, vio como su territorio fue profanado por extranjeros que venían a traer destrucción y caos por primera vez desde 1848.

Así, Al Qaeda anunció que el sistema había cambiado. Que esa turbulencia que ocurrió desde 1991, tocaba su fin y que no sería un reacomodo en ese sistema seguro y confiable donde americanos y soviéticos nos garantizaron que no volarían el mundo. Hablamos ahora de un cambio completo de sistema, y la única regla que parece haber en este nuevo sistema, es que todas las anteriores ya no aplican.

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