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Sara Zuluaga Garcia

El hombre que aprendió a dormir sin arrugar el smoking – 100 años del nacimiento de Frank Sinatra

En Hoboken New Jersey un muchacho flacucho quiso hacer música. Su primer éxito en 1939 fue una pista de lo que sería su vida: Todo, o absolutamente nada.

En los años 40 y 50 fue el número uno del entretenimiento, ganó cinco Grammys y su música llegó a los mismos lugares a los que llega la pobreza en el mundo. Pero en los 60, cuatro niños con bonito cabello empezaron a grabar con Capitol. Según expertos, fueron la irrupción demoledora que llevó a Frank Sinatra al abismo. Uno de esos niñitos, Paul McCartney, contó que una vez Sinatra lo llamó para pedirle que cantara una canción. Contento, Paul le cantó al teléfono Suicide, Sinatra le preguntó si se trataba de una broma que le cantara eso y le colgó enojado. Con risas MccCartney dijo: “entiendo al viejo”. Aún en el abismo, Sinatra nunca perdía.

También quiso actuar y en 1954 ganó un Oscar y un Globo de oro como actor de reparto en From Here to Eternity. Lo que miraba con deseo ya era suyo. Quizá los malabaristas o las azafatas e incluso los recogebolas temían porque Sinatra se antojara de sus oficios. Invadía todo, era el mejor en lo que escogía. Ganó en cuatro ocasiones el disco del año. Lo que hacía crecía más rápido que él.

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Poco antes de ser perfecto o poco antes de que el resto del mundo lo supiera, se casó con la cínica Nancy Barbato. Tuvieron tres hijos y a causa de los numerosos viajes hubo más mujeres, bellas mujeres, y el matrimonio acabó en octubre de 1951. Un año más tarde, en New York, en México, en Buenos Aires, o sobre el mesón de una cocina sucia, junto a una taza despicada, un matero con algo que se supone florecerá, un trapo que antes fue camiseta, y una caja de fósforos El Rey, en Colombia, alguna mujer sentada con las manos en las rodillas y la cabeza inclinada estaba escuchando, sin entender: “But blushing moon, there’s a reason why/The love I longed for has passed me by/And so I play at the game but /I am lonely, Luna Rossa/ Luna Rossa, forgive me, Luna Rossa”. Nuestro Dios intocable tenía roto el corazón. Estuvo luego con la nostálgica Marilyn Monroe, que se acababa de separar de Joe DiMaggio. Biógrafos aseguran que “si Marilyn no se hubiera suicidado, se habría casado con ella”. En las fotografías con sus mujeres, Marilyn es la única que Sinatra está mirando; casi como contemplando la diversión, contemplando la sensualidad o, nadie lo sabe, contemplando la muerte, y es por eso que luego de verla o tocarla, cualquiera se puede sacar los ojos y cortar las manos. Cuando tenía cincuenta y un años estuvo con la versión mejorada de Lolita: Mia Farrow, era tan joven que Dean Martin dijo que él tenía una caja de whisky en la bodega de su casa que era más vieja que ella. No fue sólo eso, estuvieron también Jackie Kennedy, Judy Garland, Kim Novak, Lauren Bacall. En su lista no hizo falta ninguna de las mujeres más sensuales y exitosas de la época. Su amor más caótico fue la turbia Ava Gardner, conocida como el animal más bello del mundo. Sinatra la inmortalizó con algo que suena así: “Fly me to the moon and let me play among the stars/Let me see what spring is like/ On Jupiter and Mars”.

Gay Talese dijo que Sinatra Aprendió a dormir en smoking sin arrugarlo y conservando el pliegue de los pantalones. Sus trajes y zapatos estaban siempre impecables y cuando conocía a alguien prestaba delicado cuidado a esto para saber si le agradaría. Desde el siglo XX ya había personas como él, que creían que los vestidos no se usaban sólo para cubrir. Sabían que, igual que hace la música con la pesadez de la vida, a los humanos había que adornarnos. Cuando era un niño, hacía silencio y era ordenado, nunca fue travieso. Los otros chicos decían que Frank Sinatra, en ese entonces Francis Albert, era el chico con más pantalones de New Jersey. Lo que sus familiares cuentan crea una foto: él, sentado en un muro no muy alto de su barrio colgando los pies, solo, con la mirada puesta nadie sabe dónde.

En 1997 el mundo dejó de escuchar el chasquido de los dedos de Frank Sinatra: empezó a sufrir episodios de demencia y no volvió a hacer apariciones públicas. Murió el 14 de mayo de 1998 a las 10:50pm debido a un ataque cardiaco. A Sinatra le hicieron saber que sólo había dos opciones, y él nunca contempló la nada como una opción. Minutos antes de morir Barbara Marxs, su última mujer, estaba al lado de la camilla y Sinatra la tomó del brazo y le dijo con voz cansada: “Estoy perdiendo”.

La noche siguiente las luces del Strip de Las Vegas se apagaron durante diez minutos en su honor y las luces del Empire State Building de Nueva York se iluminaron de azul. En su lápida están impresas las palabras: «The best is yet to come», Quien las puso ahí sabía que lo mejor no estaba por venir para quienes quedamos, sino para el cielo o el infierno en el que esté Frank Sinatra.

Gay Talese escribe Frank Sinatra está resfriado. Habla de Nancy, la chica que escuchaba a su papá en la radio y lloraba. Habla del bar de Jilly’s, su lugar favorito. Habla de sus mujeres, de sus amigos, de su música. Talese empieza describiendo a Sinatra recostado en la barra de un bar, tomando un bourbon en medio de dos rubias mirando un punto fijo. Quizá Talese quería decirnos algo que nunca dijo la prensa: hablar de Frank Sinatra no es hablar de un hombre sino hablar de lo que estuvo a sus costados y detrás. Hablar de Frank Sinatra es hablar de lo que creó un hombre.

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En buena parte del mundo están haciendo homenajes a Sinatra por los 100 años de su nacimiento. El homenaje es para el hombre que podía hacer bien hasta las cosas que estaban mal: Il Padrone. Es para sus mujeres, sus peleas ganadas, sus titulares de prensa. Es para una nube brillante y con olor a perfumes costosos que giró a su alrededor siempre. Quizá nunca tuvo demencia, quizá estaba en otro lugar. Por eso el homenaje es también para el hombre que podía ir a tomar bourbon entre mujeres bellas, que podía hacer películas, que podía pasear en Lamborghini y al mismo tiempo podía estar en el muro de su barrio colgando los pies. En silencio. Solo.

La prensa norteamericana dijo hace siete años que “un mundo que ha vivido diez años sin el capo del pop, tiende a volverse algo más políticamente correcto y definitivamente más aburrido”. En diciembre de 2015 se cumplieron 100 años desde que nació, desde que el mundo conoció La voz, desde que alguien le dio palmaditas en la cabeza sin imaginarse lo que vendría luego. Quizá esa noche en el hospital con Bárbara no se dio cuenta de que no estaba perdiendo, sino que perdíamos todos los demás. Llevamos diecisiete años sin Frank Sinatra, diecisiete años sin que un hombre alto y de traje camine por el Malecón de Hoboken danzando y chasqueando los dedos con una enorme sonrisa, diecisiete años sin que una mujer se siente en una silla a llorar mientras escucha una canción que no entiende, diecisiete años sin que el mundo tiemble porque existe un hombre que puede hacer cualquier cosa bien. Diecisiete años sin que los premios más importantes de música y televisión tengan su nombre, sin que las mujeres teman porque alguien puede llegar y enamorarlas en un par de minutos. Diecisiete años sin que un hombre nos enseñe a escapar de lo divertido para sentarnos en un muro a mirar la calle. Los 100 años de su nacimiento son una excusa para recordar su ausencia. Diecisiete años de calma. Diecisiete años sin que un hombre haga música para hacer el amor. Sin el hombre que nos mostró lo bello de la superficie.

En Zoo o Cartas de no amor, Victor Shklovski dice que no hay imagen que muestre mejor a los hombres, que la de un joven en la cima de un edificio en una gran ciudad, colgado de los pies, sudando, angustiado, muy angustiado, porque se le desarregló la corbata.

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