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¿Por qué necesitamos un mesías? El ya vino y se fue

Siempre me ha parecido un poco absurdo el fanatismo desmedido que puede llegar a expresar la gente por los políticos, sobre todo por los presidentes.

Hace poco leí un análisis bastante interesante en donde se explicaba por qué los países católicos son más pobres que aquellos que son protestantes.

De acuerdo con el artículo de Josué Ferrer “Si consultas la lista de los diez países del mundo con mayor renta per cápita, los diez con mayor bienestar social, los diez más democráticos, los diez más transparentes o los diez menos corruptos, verás que siete u ocho son protestantes. El protestantismo genera libertad y prosperidad.”

La visión de católicos sobre temas como la educación, la riqueza, la ciencia, la mentira, el robo, el trabajo y la libertad difiere mucho del protestantismo. Por ejemplo, mientras que para los católicos ser rico es malo, para los protestantes no hay ningún problema en ello siempre y cuando no conlleve a obsesionarse con el dinero.

En los países católicos la tendencia es a ver en los presidentes una especie de salvador y solucionador de todos los problemas, incluyendo sus problemas personales que no tienen que ver siquiera con la vida ciudadana. Ven en un presidente la reencarnación misma de un mesías, como si del mismo Jesús se tratara.

Sin embargo, más allá de ser un tema de la gente que ve a los presidentes de esa forma, es un tema de proyección. En Latinoamérica es bastante común ver a los políticos ejemplificando las escenas más dramáticas de la biblia y abrazando a personas enfermas, dándoles comida a aquellos que no tienen, enaltecidos entre multitud de gente que los aclama cual Jesús de Nazaret. Y esto forma parte de su campaña y la imagen que quieren proyectar.

Es inevitable no establecer un lazo entre lo que te hace sentir la fe religiosa y el sentimiento que impregna estar en una situación de la vida misma en donde tienes al político enfrente persuadiéndote con sus ideales, promesas y palabras de salvación.

Y es justamente en este momento donde la línea que divide al político y a una deidad religiosa se desvanece. El político pasa a ser un Jesús y el pueblo sus súbditos que lo adoran y son capaces de hacer lo que sea por la voluntad de su líder.

Uno de los casos más contemporáneos del culto a la personalidad idílica es Hugo Chávez. Él mismo se proyectó como un semidiós capaz de salvar no solo a Venezuela sino a todo el pueblo latinoamericano. Lo más lamentable de todo es como fue capaz de llevar una de las naciones más ricas de Latinoamérica gracias a la bonanza petrolera, a ser una nación pobre, desvalorizada y devaluada.

Si viéramos a un presidente como a un servidor público, con la cuota de poder que conlleva ser gobernante de un país obviamente, pero que finalmente debe estar dedicado a su función de gerenciar y guiar un país, siendo un ser humano más, nos iría mejor políticamente hablando.

Sin duda la fe es y será parte de nuestras vidas sin embargo hay que poner barreras cuando se vuelve algo desmedido por el fanatismo y que puede afectar nuestra calidad de vida y la de nuestras futuras generaciones.

Para averiguar tu posición mejor pregúntate: ¿Tu político de preferencia es tu salvador de crisis o un funcionario público más?

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