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Anacoretas en la Ciudad: “Yo me reescribo o me traduzco” Entrevista con Françoise Roy

La escritora canadiense-mexicana Françoise Roy nos ofrece en esta entrevista una fascinante mirada sobre el arte de la traducción.  La mexicanizada escritora traduce  no solo una lengua sino que, como pocos escritores, ha sido capaz de escribir poesía y novela en español, inglés o francés.  Roy nos cuenta, entre otros temas, sobre el primer encuentro con el idioma en México, el cual la llevó, a su vez, a tomar conciencia sobre la presencia de lenguas nativas mexicanas (náhuatl y maya). Así aprendió a vivir y respirar en varios idiomas, y traducir al mismo tiempo que escribir en varias lenguas.

¿Qué es para ti traducir poesía?

Es la posibilidad de que otros lean en un idioma que no saben y no leen bien poemas que a mí me gustaría compartir. Es trabajar con la musicalidad particular de cada idioma un texto lo más fiel posible al original, pero que adquiere otras notas, otros sonidos, transpuesto en otra lengua. Es el reto y el placer de trabajar con el lenguaje como si fuera arcilla, hierro que se forja, buscando sinónimos, equivalentes, cambiando palabras de lugar, encontrando ripios y atajos para que suene bien el texto en otro registro lingüístico.

 

¿La traducción responde, en tu caso, a una necesidad geográfica? Debido a que eres de Québec y vives en México, y hablas varias lenguas… ¿De ahí deviene tu interés por la traducción?

Sí, mi interés por los idiomas viene de lejos. Me crié en un país dividido lingüísticamente, donde cada lengua entre las dos principales (porque hay todavía lenguas indígenas vivas y coleando, no tanto como en México, pero ahí están) se pelea un pedazo de cielo. Canadá es un país muy escindido de acuerdo a fronteras de idioma que no son nada permeables, y con una historia de rivalidad aunada al concepto de sobrevivencia lingüística para sus minorías francófona y amerindia. Quieras o no, esto te marca. Yo vivía en la capital de la provincia donde escasamente se oía hablar inglés, y mi sueño, cuando tenía doce años, era saber inglés bien, dominarlo, porque íbamos a pasar vacaciones de verano en Maine y me sentía incompetente al no poder comunicar como quería. Cumplí ese sueño, y más. Creo que me gustan los idiomas porque soy curiosa, y aprender otro idioma, leer literatura en otro idioma, es un periplo hacia lo desconocido.

En México, me maravilla la vitalidad de las lenguas nativas. Es fascinante ver como el castellano mexicano está intensamente mestizado, marcado en su léxico diario por los nahuatlismos, y en el sureste del país, la lengua maya. A la hora de traducir los nombres de plantas, alimentos y animales, esto salta a la vista.

La literatura es ante todo una aventura con el idioma, y no existe, o quedaría muy limitada en su espectro, sin la traducción. Quien alega lo contrario está adoptando una posición muy purista que no toma en cuanta que toda comunicación es traslado, y que la historia del Hombre es la de los movimientos de población, de las conquistas, de la identidad.

 

Quienes no conocen bien sobre la traducción literaria y poética, la consideran como una práctica similar a la que realiza un crítico, se le ha tildado incluso de un acto de traición. ¿Puedes ampliar sobre la función crítica y creativa en la traducción?

No estoy de acuerdo con los que sostienen que la poesía es intraducible. Creo que Robert Frost decía que la poesía es lo que queda eliminado o desaparece al traducir un poema. ¿Cómo concebir la literatura mundial sin la traducción? ¿Qué sería el acervo literario universal sin Shakespeare para los millones que no dominan el inglés? ¿O sin Dostoievski para nosotros que no hablamos ruso? ¿O sin Rimbaud o Baudelaire para los que no saben francés? Más que traición, yo hablaría de un acercamiento. El poema no está hecho solo de prosodia, de sonidos, de ritmo; también es idea, planteamiento, imagen visual e intento discursivo: por ende, es traducible porque la semántica es traducible. El cielo tiene una palabra que le corresponde en cualquier idioma, y el cielo de un poema sigue siendo cielo, igual que el del meteorólogo o el de un novelista. No hay un idioma sobre la Tierra que no sepa expresar algo como “llora sobre la ciudad como llora sobre mi corazón”. Todas las culturas tienen una palabra para la lluvia y otra para el corazón. El máximo organismo mecenas de Canadá para las artes reconoció hace poco que la traducción de un poema es un acto de creación equivalente a escribir uno en su lengua original, y estableció que traducir un poema es escribir un poema nuevo, mucho más que trasladarlo en traducción. Me gusta esa idea: traducir poesía es a la vez acto de creación y talacha u oficio, pero es una creación especial, encorsetada en las ideas y la visión del otro poeta, el que lo escribió en su lengua materna. Ahí reside su arte.

 

¿Qué descubrimientos has encontrado, con palabras y modos de pensar de cada lengua, al traducir al o del inglés, francés y español?

He reflexionado mucho sobre la música y el sonido en general porque los tres idiomas son tan distintos. El francés usa exclusivamente palabras graves y tiene muchos sonidos de vocales, sutiles. Abunda en monosílabos, y eso, a la hora de traducir poesía, donde escandir el verso es importante, es un reto mayor. Yo recuerdo que cuando llegue a México a principios de los ochenta, el español me parecía una lengua infantil, un idioma de kindergarden, porque muchísimas palabras acaban en “do” o “da”. Me parecía pobre porque mi oído estaba moldeado, hecho a la manera del francés. Y bueno, qué decir de la manera de pensar en cada idioma; hay un mundo atrás de cada regla gramatical, de cada neologismo, de cada palabra que ha cambiado de sentido a través del tiempo.

¿Por qué no existe el verbo “to elope”, por ejemplo, ni en francés ni en español? Tal vez porque se habla en países católicos donde el concepto de pecado es distinto al de los países sajones, protestantes, no sé. ¿Por qué la palabra “sueño” en español se refiere tanto al estado de no vigilia como a una ensoñación, mientras que en francés, el dormir y lo onírico no se dicen lo mismo, “sueño”, sino que usa dos palabras distintas. ¿Por qué el subjuntivo no se usa en inglés, mientras ese tiempo verbal, que expresa la incertidumbre y el deseo, existe, que yo sepa, en todas las lenguas romances? Traducir poesía es aprender a conocer y a amar un idioma, enamorarse de él, apreciar su textura y sus particularidades únicas. Es adentrarse en su contexto filológico e histórico, sus sobreentendidos culturales, geográficos, climáticos. En Québec, por ejemplo, tenemos una palabra preciosa para la nieve que cae en una ventisca, y que se podría expresar como “polvería”, y que no existe en otra parte sino solo ahí. Traducir poesía, más aún que otro género literario, te pone en contacto con muchos hechos interesantes que tienen que ver con la construcción de los idiomas, y todo el bagaje cultural que hay atrás de una simple palabra.

 

¿Se puede traducir a sí mismo un poeta? Si lo has hecho o intentando, ¿qué ha ocurrido en el proceso y cuál fue su resultado? ¿O conoces poetas u escritores que hayan jugado con la experimentación entre lenguas distintas?

Yo me reescribo o me traduzco del español al francés y viceversa. Nadie sabe a ciencia cierta si se trata de una traducción o de una obra de creación original, e incluso, se trata de un debate vigente en la teoría de la traducción. Yo no tengo respuesta a esa pregunta. Lo que sí, es extraño porque la versión original siempre me gustaba más que el segundo texto, el transpuesto. Al principio, trataba de ser muy fiel a mi propio texto, y me costaba mucho trabajo trasladar el poema a otro idioma para que me gustara la prosodia igual en el texto de llegada. Por una razón que no entiendo, no me pasa eso con los demás autores que traduzco. Pero ahora soy mucho más flexible con mis propios textos y me doy libertad a la hora de reescribirme o traducirme. El resultado es que me parecen dos textos distintos, y me gusta esa duplicidad, esos dobletes. Hay más escritores de lo que uno piensa que escriben en una lengua que no es la materna. Yo me formé literariamente en español, aunque mi lengua materna sea el francés y me hayan educado en francés. Los clásicos escritores bilingües serían Nabokov o Beckett. De los contemporáneos, puedo citar a la anglocanadiense Nancy Houston, que vive en Francia y escribe en francés (de hecho, una de sus novelas protagonizó una controversia en años recientes, acerca de si traducirse a uno mismo cuenta como traducción o no). De los poetas radicados en Estados Unidos, pienso, por ejemplo, en Ilya Kaminsky, que escribe en inglés mientras su lengua materna es el ucraniano.   La traducción es un término principalmente reservado a la actividad de traducir una lengua en otra.  ¿Es posible, sin embargo, abrir este límite? ¿Lo han considerado al hacer fotografía? 

Es interesante la pregunta, y nunca lo había pensado. En el campo lingüístico es más fácil entender lo que es una traducción, porque casi todas las palabras tienen equivalentes en los múltiples idiomas del mundo. De menos es así cuando el vocablo se refiere a un concepto universal como el cielo, una hormiga o la muerte, es decir, experiencias o cosas que son comunes al género humano sin importar la época, el lugar o el contexto socio histórico. ¿Se puede traducir una imagen? No sé. Un murciélago en Occidente es símbolo de mala suerte mientras que es China es lo contrario. Sabemos que los colores tienen connotaciones simbólicas distintas según las culturas.

 

Tú has traducido a algunos buenos poetas mexicanos, y también a un poeta canadiense, Jean-Marc Desgent, al español. ¿Cuál ha sido tu experiencia traduciendo poesía mexicana? ¿Tú decidiste traducirlos o fue un proyecto más amplio?  ¿Te interesaría traducir a poetas de otras partes de América Latina o el mundo?

Mi traducción de poesía mexicana siempre fue producto de coediciones, de proyectos editoriales en los que yo no escogía los textos. Me ha tocado de todo, poetas con lenguaje muy coloquial difícil de traducir, y otros muy clásicos. El mayor reto que he tenido en ese rubro es traducir a Abigael Bohórquez, un enorme poeta sonorense, poderoso, cuya obra está en proceso de reevaluación. Él tenía un manejo increíble del registro lingüístico donde mezclaba léxico del Siglo de Oro, neologismos muy suyos, varios niveles de lenguaje. Fue una experiencia muy emocionante traducir una antología de su obra poética. Jean-Marc es otro caso, al revés, que representó para mí un adentrarse en las entrañas, los intestinos del texto, porque su poesía se articula alrededor de una desconstrucción gramatical bastante radical, rupturas que funcionan, sin embargo, muy bien con una traducción literal; así se conservan esos saltos donde él sustituye pronombres por otros, donde juega con el léxico para crear frases raras, al borde de la incorrección lingüística. He traducido poetas que escriben en idiomas que no hablo. Creo que se puede hacer bien, siempre y cuando uno cuente con la ayuda del o de la poeta o de su traductor. Pienso en el poeta chino Jidi Majia, con cuyo traductor norteamericano estuve en contacto para traducir sus poemas, o en el poeta e hispanista estonio Juri Talvet, que estoy traduciendo ahora mismo del español al francés con ayuda suya (el libro fue traducido por él mismo y un escritor español del estonio al español). Me gusta traducir de todo, no hay región a la que me cerraría.

 

Sabemos que cuando uno traduce se deja llevar por ese río silábico del otro/de la otra… ¿Qué poetas que has traducido te han influido en tu poesía o prosa?

Los poetas que más “me hablan” son los que influyen más en mi obra. Todos influyen porque soy un poco como una esponja y absorbo de todo. Siempre es así, supongo, pues un escritor es ante todo un lector; no es más que un granito de arena en la inmensa playa de la literatura y se alimenta de lo que los demás escriben. Bohórquez es grande, y me ha hecho reflexionar mucho sobre la maestría a la hora de jugar con la lengua. Fernando Del Paso es otro grande que he traducido, aunque sea en prosa, y regreso al vuelo de su escritura cuando quiero “soltarme el pelo”. El mismo Jean-Marc, que me interpela acerca de romper el lenguaje, de torcerlo para luego apalear al lector, porque se trata de la obra más tremebunda que he traducido.

 


 

Poeta, traductora, narradora y fotógrafa, Françoise Roy nació en Québec (Canadá), pero vive en Guadalajara, México, desde 1992. Maestra en Geografía, diplomada en Estudios Latinoamericanos, Traducción y Fotografía, ha publicado hasta la fecha trece poemarios, cuatro plaquetas, dos libros de cuentos, un libro de ensayo y cuatro novelas, en francés y/o español. Ha obtenido varias becas y ha ganado, además de numerosas menciones honoríficas, los siguientes galardones: Premio Nacional de Traducción Literaria en poesía (INBA, México, 1997), Premio Nacional de Poesía Alonso Vidal (Sonora, México, 2007), Premio Nacional de Poesía Tijuana (Baja California, México, 2015), premio de novela Jacqueline Déry-Mochon (Québec, Canadá, 2006), así como los premios internacionales de poesía Ditët e Naimit (Macedonia, 2008) y Poetry Nights of Curtea de Arges (Rumania, 2011). Ha asistido a festivales de poesía en cuatro continentes y traducido más de sesenta libros.

 


 

Poema de Francoise Roy
Zumbidos y graznidos a la hora del trueque

Insectos que zumban al volar de tu cuerpo al mío. Viento que grazna a orillas del
gamonal que nos sirve de lecho.

Ojos de porcelana que incrustados en los árboles nos miran trocar antigüedades a la luz
de un claro más brillante que el de la víspera.

El trueque prosigue su curso: nuestros esqueletos se vuelven calientes, resplandecen, al
rojo vivo como herraduras en la forja.

El sol, compacto en su corpiño de luz, cumplirá con su horario derribando la luna al
amanecer, pero mientras, ¿dónde nos fue a latir aquello, tan fuera de lugar? Lo veo
sobresaltarse en la parte del cuerpo donde normalmente se cultivan guijarros de ornato,
regándolos con aguas milagrosas.

No escasean aquellos latidos, no lo harán hasta que resuenen los maitines; tal vez las
últimas horas de penumbra pasen por el ojo de la aguja que nos zurce uno sobre el otro,
y nos concedan un álamo más, un lapislázuli de pilón, una fontana improvisada donde
lavar nuestras cabelleras.

Falta poco: nuestros rostros, iluminados desde adentro por el entramado de los huesos
hirviendo, se apagarán pronto para caernos en el regazo, pero el día aún no despunta y
ninguna tempestad, por muy violenta que sea, puede arrancarlos ahora.

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