Cuidado con los rusos de allá. Una película que desborda toda cuestión del ser sobre la corrupción neo stalinista.
Cuando estaba en cartelera la gente creía que Leviathan era sobre monstruos marinos, ballenas gigantescas (que las hay), y territorios no aptos para humanos. En parte, sabían que hablaban en metáforas , porque la aproximación es tan real y virtual, que Leviathan del autor ruso, Andrei Zviáquintsev, nos coloca en la meditación crítica del porqué suceden estas cosas de maquinaria política de occidente en esas tierras que soñaron con el comunismo para el pueblo, y no para el aparato represor del Estado. El monstruo humano ha crecido y se asemeja al depredador marino.
Filmada en el Mar de Barents, en el cual alguna vez la Rusia stalinista lanzó la bomba de Hidrogeno allí, acabando con su rica fauna, que viene del Ártico, en donde los sacerdotes ortodoxos hacen su agosto, en parte por el patrocinio de los corruptos ambiciosos seres de la represión, los alcaldes y su policía mafiosa, que como mortecina sin buitres se apoderan de todo, sin la más elemental conciencia del otro, del individuo y sus derechos.
El paisaje digamos agreste, lleno de malezas, porque parece que los jardines nunca fueron del gusto comunistoide, predice tragedias, desprecios de unos y otros seres que actúan contaminados de alcohol y wolka, y de pedazos de pescado, alarmando más el sistema simpático. La chica o la esposa (Lilia) involucrada en los terrores, vive con un mecánico (Kolya), y este contrata a un abogado (Dmitri) amigo de Moscú, para defender su terruño, que es victimizado por el alcalde (Vadim) ortodoxo y putiniano de turno. Nuestras mentes empiezan a producir asco por estos personajes en el poder.
Otra cosa es Winter Sleep, el gran cine del autor turco (Nuri Bilge Ceylan), jardines, en donde vimos la tierra de la Capodoccia, más tierna, más paisaje interior, a pesar de los demonios. Cannes 2014 tuvo sus grandes filmes de Occidente, esperemos que este Cannes 2015 sea parejito también.
Hasta del sacerdote ortodoxo de Leviathan empezamos a dudar de su fe, de su interés por el gobierno represor de turno, de las jugadas políticas para apoderarse de todos, y todos borrachos. Con razón Putin prohibió su exhibición en Rusia, por quedar tan mal parados, pero con los premios recibidos en Occidente, la cosa cambió, la máscara y no es de baile de la noche, sino de hundimiento de la vieja cultura del poder absoluto. Los esqueletos de las ballenas misteriosas del Polo Norte que cuando se acercan a las orillas son descuartizadas por puro amor al arte, y que en vez de hacer sonreír, degradan la mente humana incapaz de algún sentido del humor que no sea el discurso ajeno tartamudeando.
Las troikas tiranas funcionando después de la revolución de octubre, por ninguna parte la desestalinización, Vadim es un sinvergüenza más que hace perder el brillo de la gran civilización rusa.
II
El Globo de oro del 2014 al mejor filme en lengua no inglesa, y del mejor guión, que parece partir del libro de Job, no nos convence en palabras del sacerdote, pero si en la mecánica del filme, en su trato libre con los políticos, que al almacenar la ira, se desborda en ríos de verdadero humor, y en pereques de enredos entre amantes jóvenes en proceso de descomposición sicológica.
Los restos de una civilización en toda la península del mar de Barents alertan ante las nuevas vidas que todo lo copian de sus padres, alimentando la psicosis de miedo, y de venganzas muy claras que el espectador aprobará. La música del filme es casi regueton (Disco ruso), ni Dmitri Shostakovich gozará de alguna opción en estos 147 minutos de buen cine. El grande cineasta que fue, Sergei Eisenstein, estará borracho de la pena en su planeta enano de ver a estos funcionarios en Leviathan actuando como bandidos titánicos, a la par con la mafia mejicana, con sus carros grises cuatro puertas para el crimen organizado.
Recuerdo la polémica de mi artículo final a los Óscares, en donde escribí Levitán en vez de Leviatán, y se armó la gorda, injustificada, si no existiera el pintor ruso Levitán, con sus apariciones en el filme con sus murales del siglo 19 en los sitios abandonados de la región.
El tiempo cinematográfico nos supera en Leviathan, dado que nuestro tiempo necesita ver el chisme completo para comprender, porque ni los críticos se salvan. Claro que en el cine estadounidense, la ética nicomáquea aristotéliana nos distorsiona todo, la felicidad no existe si llegas a viejo, hasta el arrepentimiento del final del mal cine. ¿Cuántas botellas de wolka se necesitan en el cuerpo para que esta felicidad sea al menos incompleta?
La chica toma una determinación, la misma que es aprovechada por la corrupción para darle la voltereta al filme y, salir convencidos que contra el neo stalinismo no hay poder que lo pueda superar, y más cuando recibe el aval del viejo y recalcitrante cristianismo medioeval ortodoxo.
A Ranún Oquiedo, mi crítico de cabecera.