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Braquo, los escombros de la justicia

Serie policial francesa tan imprescindible como poco conocida que nada tiene que envidiarle a la industria estadounidense. Anti héroes, moral maleable y mucha acción, cargada de todos los elementos del cine noir

Benaissa, un hombre de extrema flacura, esposado, tembloroso de frío y en ropa interior es interrogado por el Capitán Max Rossi. Acusado de la violación y asesinato de la joven y embarazada Natalie Moniér, Rossi pierde la paciencia al no ver pizca de remordimiento en su interrogado. Iracundo, el policía saca un bolígrafo y lo entierra en el ojo del criminal.

– ¡¿Te gusta dar por el culo?! ¡¿Te gusta?! ¡¿Estás contento?! ¡¿Gritaba así la chica?!- espeta un enfurecido Capitán Rossi.

La noticia de los excesos de Rossi llegan al alto mando de la Sous-direction de la Police judiciaire (SDPJ) y el caso recae en manos del burócrata Roland Vogel, quien se encarga de investigar y encarcelar agentes de policía involucrados en actividades ilegales. Personaje elegante y educado, tiene el morbo de hacer caer a sus compañeros a cualquier precio y esta vez Rossi le dejó todo en bandeja de plata.

Benaissa pierde el ojo y alega a su acusación contra Rossi ‘violencia física, servicios sexuales y tentativa de sodomía con una regla de hierro’. En la mira de todo el departamento de policía, Asuntos Internos y la prensa parisina, la reputación de Rossi quedó pulverizada.

– ¡Acepto la violencia, pero no acepto la violación! ¡La verdad la tienes en frente, un ataúd con una mamá muerta con su bebé dentro! – replica Rossi a Vogel.

– Mañana comparecerás ante un juez por violencia física y sexual- vuelve Vogel.

Sabiéndose acorralado y sin escapatoria, Rossi neutraliza a Vogel quitándole el arma.

– ¡Hey, Vogel!- vuelve Rossi con una 9mm puesta en su mentón. Sonríe tímidamente y presiona el gatillo.

El suicidio del Capitán Rossi, presunto torturador de Benaissa, ocupa todos los titulares de prensa y pierde el derecho a ser velado como miembro activo de las fuerzas policiales parisinas.

 

Los personajes

El equipo liderado por Rossi queda a cargo del ahora Capitán Eddy Caplan. Sus compañeros, los tenientes Walter Morligheim, Théo Vachewsky y Roxane Delgado buscan limpiar la reputación de Max sin detenerse a pensar en las suyas propias, ya bastante comprometidas.

Eddy Caplan pasa a comandar el grupo mientras consuela a Hélene, su amante de larga data quien ahora es viuda de Rossi.

Walter Morligheim, teniente de la SPDJ, casado con una mujer que sufre severos cuadros de depresión, dos hijos y un serio problema de ludopatía, lo ha llevado en más de una ocasión a hacerse de dinero sucio para saldar sus deudas.

Théo Vachewski, es el más joven e impulsivo del grupo. Fuma mucho, fiestea demasiado y su afición por la cocaína está cada vez más lejos de su control.

Roxane Delgado es la única mujer del grupo aunque no lo parezca. Ruda, andrajosa y desarreglada, tiene un pasado oscuro en la policía por las acciones de su padre quien vive recluido en un geriátrico.

 

La deuda que no se pudo saldar

Con el nombre de Rossi en los titulares, el grupo decide armar un grupo comando para secuestrar de la clínica al herido Benaissa y obligarlo a confesar en una grabadora que las acusaciones contra Rossi son falsas.

Mientras la teniente Delgado espera al volante, Caplan, Morligheim y Vachewsky neutralizan a los custodios de Benaissa, lo capturan y lo meten dentro de la camioneta.

– Vamos a tener que ser muy bestias para que confiese- dice Morligheim sabiendo que Benaissa no abriría la boca fácilmente.

Éste reconoce la voz de los policías y los insulta a gritos. Vachewsky busca intimidarlo poniéndole una pistola en la cabeza de la que se le escapa un tiro. Benaissa está muerto y no hay confesión alguna.

 

Métodos grotescos

Braquo está cargado de elipsis y desde el principio se vislumbra que los métodos del equipo comandado por Rossi y ahora por Caplan, en muchas ocasiones, distan de ser legales. La muerte de Rossi sumada a la muerte de Benaissa pone al equipo en el ojo del huracán de Vogel y la máxima autoridad policial, el Procurador Banderbeke.

Mientras ocurrían los sucesos que desembocaron en la muerte de Max, el resto del equipo estuvo tras la pista de Serge Lemoine, uno de los criminales más poderosos y mejor protegidos de Francia, cuya locación es delatada por su abogado en una coacción ilegal por parte de Caplan y Morligheim. Una vez sometido Lemoine, el equipo le decomisa ilegalmente 10mil euros y su arma. Ésta última, con la que Vachewski asesina a Benaissa.

Pocas noches después Lemoine coincide con Vachewsky en una discoteca y lo toma por sorpresa en el baño. Después de someterlo y disparar a quemarropa al lado de su oído, Lemoine amenaza con matarlo de no decirle quién lo delató. Vachewsky revela el nombre del abogado, quien al día siguiente es secuestrado y asesinado por Lemoine.

Por su parte, el teniente Morligheim debe 30mil euros en apuestas a los hermanos Hoffman. Con ayuda de Caplan recurren a saldar la deuda con cocaína decomisada -y no declarada-. La calidad de la droga sorprende a los Hoffman, quienes increpan a Morligheim a traerle varios kilos más mientras toman a Caplan de rehén.

– No soy un narcotraficante.- les dice Morligheim.

– O la droga o tu amigo.- replica el jefe de los Hoffman.

La discusión termina en un tiroteo en el que los hermanos Hoffman resultan muertos y Morligheim y Caplan dándose a la fuga de varias patrullas de policía que los persiguen. Ambos logran escapar y ahora más que nunca la atención de Vogel y el procurador Barderbeke está sobre ellos.

 

Todos contra todos

En un escenario donde no hay buenos ni malos, tanto la justicia de manos de Vogel y Banderbeke y los criminales Lemoine y el resto de la familia Hoffman, le respiran al equipo en la nuca. La muerte de Rossi fue solo el primer eslabón de la cadena de una serie de acontecimientos, uno peor que otro, que ponen la reputación y libertad de Caplan, Morligheim, Vachewsky y Delgado en peligro.

Es una serie francesa, sí. Pero para quienes esperan tomas abiertas de la torre Eiffel o los Champs Elysees, pierden su tiempo. Braquo maneja con supremacía sus actuaciones y diálogos en un París tan convulso y criminal como cualquier capital latinoamericana. Ningún personaje es imprescindible y el suspenso y la fatalidad están siempre a pedir de boca. Aquí ningún villano permanece, pero los buenos tampoco.

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