Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!
daniel campos
Photo by: Nic Redhead ©

Yung, de Seúl a Salamanca y San José

Es alto, de lacio pelo negro con algunas canas, ojos rasgados marcados por algunas patas de gallo, piel muy bronceada. Cuando me saluda y me empieza a hablar mientras maneja el carro, noto que a pesar de ser de origen asiático y no ser hispanohablante de crianza, habla un español impecable, de acento centroamericano pero con ciertos dejos y sonidos castellanos.

—¿De dónde es usted? —me atrevo a preguntarle.

—De Corea del Sur.

—¿De Seúl?

—Sí.

—¿Y cómo aprendió a hablar español?—lancé como anzuelo, intentando pescar su historia e intuyendo que su vida le había llevado a España.

—En la universidad en Corea estudié filología española. Pero era muy difícil para mí aprender bien allá. Entonces, cuando me gradué, después de hacer el servicio militar, me fui un año a estudiar a Salamanca.

—¡Salamanca! ¡Qué linda! ¿Cuándo estuvo allá?

—En el 93.

—¿Usted ha estado?

—Ah, yo estuve en España por primera vez en el 92. Pero conocí Salamanca en el 2007, cuando visité a mi amiga Virginia y su esposo, José Vicente, que es profesor de historia del arte en la universidad—le cuento, por si les conoce. —Y mi amiga Raquel estudió filología inglesa y luego española en Salamanca, a partir del 94 ó 95 —. Pero no les conocía.

—A mí me encantaba Salamanca. Todos los días pasaba por la Plaza Mayor y me sentía feliz —me dice.

Continúa contándome que estudió lingüística y literatura en Salamanca. Antes, en  Corea, había cursado algunas materias de filosofía pero no le gustó tanto como la literatura, añade, como disculpándose porque ya le he dicho que soy filósofo.

— No te preocupés que a mí también me gusta más la literatura. Como filósofo ando extraviado.

Se ríe y dice que él también se extravió un poco después de Salamanca. Empresas coreanas lo contrataron y lo enviaron a trabajar en Centroamérica y México. Anduvo trotando mundos mesoamericanos, financiado por el capitalismo coreano, hasta que decaló en Costa Rica. Cuando vio esta tierra se dijo: “Aquí me quedo”. ¡Montañas, playas, fruta, mariscos! Y ya nunca se fue. Acá formó su familia coreana, un poco a la tica. Un día, se cansó de sus jefes, renunció y puso una cafetería. Vive feliz.

— ¿Y cómo te llamás? —le pregunto, pasando al voseo.

— Yung.

— Si te parece, dame tu teléfono y coordinamos para tomarnos un café. Así me contás de Salamanca y Corea y la literatura, y yo te cuento sobre, diay, sobre la filosofía, y sobre mis andares hasta regresar a Costa Rica.

—Pura vida, pero en mi cafetería no. ¡A mis empleados no les gusta cuando estoy ahí! — me dice riéndose. —El carro lo manejo para aprovechar el tiempo y ganar algo de plata mientras ellos atienden el negocio. Son de confianza. Yo sólo administro.

Le doy la mano y me despido. Cuando menos lo esperaba, la Vida me ha presentado en San José la posibilidad de una nueva amistad con un espíritu trotamundos.


Photo by: Nic Redhead ©

Hey you,
¿nos brindas un café?