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Paola Maita
viceversa mag

¿Y yo qué haría?

Confieso que me había costado entender las posibilidades de razonamiento que abría la sátira política hasta hace un par de años que comencé a ver y escuchar con conciencia lo que los comediantes decían.

Con mucho tiempo libre e Internet, comencé a comprender el alcance del humor como herramienta política, porque le permite al que lo recibe, bien sea leyendo o escuchando, algo que el periodismo político coarta: el formarse un criterio propio. Bien vemos en cualquier cadena de noticias como muchas veces un montón de expertos en una materia dan sus opiniones, siendo tantas que terminan por confundir, mientras que el humor es, según nos cuenta Laureano Márquez que decía Aquiles Nazoa, “…una manera de pensar sin que el que piensa se dé cuenta que está pensando”.

El humor no tiene piedad. Nos lanza la verdad en la cara y mediante la risa nos lleva a la reflexión. Los humoristas (que no, que no son cuenta chistes) son seres humanos muy curiosos, dicen las verdades más incómodas y amargas, sacadas a punta de observación, y de paso hacen que nos riamos de ellas.

Cuando entendí eso, supe que lo más peligroso es un humorista hablando en serio. Cuando en un país que se jacta de poder reírse de todo, que el humor está hasta en con leche del desayuno, que produjo Radio Rochela (el programa de humor más longevo de la historia mundial), con una nueva generación de relevo con personas originales y valiosas, con El Chigüire Bipolar (premiado recientemente con el Premio Internacional Václav Havel por la disidencia creativa); sale un humorista hablando en serio… Es cuestión de susto.

Hoy me encontré con esta editorial del Profesor Briceño preguntándose qué haría él si fuese Guardia Nacional en medio de estas protestas. ¿Reprimiría? No pude evitar preguntarme lo mismo. ¿Y yo qué haría?

Los muertos son venezolanos. El Guardia Nacional, Laureano, los niños con los que trabajo, los ministros, mis amigos que viven fuera, el Profe Briceño, mi esposo y yo también. Somos todos ellos y nosotros mismos a la vez.

Quiero pensar, al igual que Briceño, que yo no reprimiría de esta forma, cuestionaría a mis superiores, instigaría a mis compañeros a hacerlo diferente… Pero este ejercicio me trae un problema filosófico: si pensara como ellos, no sería quien soy, esta persona que jamás ha considerado subyugar su criterio desde que aprendió qué era tenerlo, ni siquiera ante una religión, mucho menos ante la patria, una concepción política que puede volverse tirana.

La única vez que he tenido un arma en la mano, temblaba de sólo tocarla, así que es imposible que me imagine disparándole directamente a alguien que no tiene ningún arma. Presumo que para hacer eso es necesario haberse desprendido del sentido humanidad, al menos como yo la concibo: lo esencial que nos conecta sin necesidad de entendernos.

Al final, no sé qué haría, sólo espero que no fuese lo mismo.


Photo Credits: Khalid Albaih

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