El escritor argentino Santiago Vega/Washington Cucurto, inventor y cultor del “realismo atolondrado”, sospecha de la calidad como criterio valorativo del arte y de la literatura, porque —a su juicio— resulta paralizante. Cucurto más bien reivindica el impulso movilizador inherente a la actividad creativa.
El autor de Cosa de negros (2003) llegó por primera vez a la Gran Manzana para hablar en la Universidad de Nueva York acerca de su labor literaria —encomiada por muchos y denostada por otros tantos— y de su quehacer editorial.
Cucurto afirma que cuando tomó conciencia de que nunca iba a escribir como Lezama Lima o César Aira (“tipos con maestría… habilidosos”) se preguntó: “¿Qué pasa con quienes carecen de esa destreza? ¿Cómo construimos algo?”.
Así cayó en la cuenta de que “el arte lo podemos hacer todos; no es una habilidad. No hace falta ser Riquelme para jugar a la pelota”.
Cucurto cuestiona el concepto de la calidad en el arte, pero asegura que no se trata de “achatarlo” sino de prevenir la parálisis que puede suscitar si se le toma como un valor absoluto.
“Si viene Vargas Llosa a dar un discurso va a hablar de Cervantes y Jorge Luis Borges. Todos los chicos de los colegios hacen arte, pero si todos van a escribir como Vargas Llosa o Borges nadie va a hacer arte pues éste tiene que generar, no ser paralizador”, afirma.
En todo caso, Cucurto no pontifica. “Yo no tengo mis ideas claras. Son cosas que siento cuando leo, cuando escribo… No lo tengo muy claro, tengo una intuición”, admite.
El “realismo atolondrado”
Sobre el “realismo atolondrado”, manifiesta que es “una mezcla de cosas malas y cosas buenas, una mezcla de habla oral, popular… cosas de amigos… un montón de cosas, una mezcla de registros, una ‘cruza’ de lenguajes”.
Los protagonistas de los relatos y poemas del autor de Las aventuras del señor maíz (2005) no son los argentinos descendientes de los que a su vez descendían de los barcos.
Sus personajes describen a, y hablan por, esa nueva ola de migrantes venidos de provincias como Chaco, Jujuy o Salta, junto a los paraguayos, bolivianos, dominicanos y peruanos llegados por tierra, atraídos por la imponente urbe porteña y su dudosa oferta de progreso y modernidad.
En las historias —llenas de humor y erotismo, de amor y anarquía, desmesuradas, exageradas— que hilvana Cucurto, esos personajes (la desdeñada “negrada”), transitan, viven, sobreviven y malviven alrededor de Buenos Aires; ejercen de repositores en shoppings, obreros, piqueteros, sirvientas, artistas de provincia, buscavidas, prostitutas y losers demás.
La bailanta suele ser el punto de convergencia de esas vidas y consecuentemente la cumbia hace de soundtrack en el “mundo Cucurto”. “Es la música que yo escuché de chico en los lugares donde iba. Hay mucha cumbia en Buenos Aires, en los barrios periféricos”, comenta.
La música y los libros que escribe y edita no convierten a Vega/Cucurto en un “cumbiero intelectual”, pero tampoco vale tomar al pie de la letra por su alter ego al Cucurto-personaje protagonista de sus relatos, asiduo a las bailantas y mucho-macho que en algún pasaje novelesco se define como “un latin lover peronista”.
“Yo no curto”
Santiago Vega se convirtió en Washington (“porque soy el más morocho de un grupo de blancos”), y es Cucurto (“porque siempre decía ‘yo no curto’ por decir no hago esto o lo otro; un día me equivoqué y así quedó Cucurto”).
El escritor de El curandero del amor (2006), nacido en Quilmes y descendiente de paraguayos, dice que su obra ofrece una visión muy popular de cómo la gente habla y dice. “Es como lo que se escucha en el bar, las barrabasadas o algo que allí se dicen y de allí no salen. Yo tomé esa voz popular y la escribí”.
Cucurto además de escritor es uno de los fundadores —junto al diseñador Javier Barilaro— de Eloísa Cartonera, una singular experiencia editorial surgida del hoyo en que se sumergió la Argentina hace un lustro, tras el naufragio de De la Rúa, en el crítico momento posterior al “corralito”, en el minuto del “que se vayan todos”.
El equipaje de Cucurto contiene decenas (quizás centenares) de libros con tapas de simple cartón pintado, sin mayor tratamiento de belleza que unos coloridos brochazos de tempera, que incluye títulos de César Aira, Ricardo Piglia o Mario Bellatín junto a los de otros escritores menos expuestos por ahora.
Cucurto ha llegado a Nueva York, superando pasadas reticencias. Harlem le ha parecido de película y espera regresar. Mientras tanto sigue adelante con sus proyectos como escritor y editor, a su manera.