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El voto castigo y los fantasmas

How many roads must a man walk down
Before you call him a man?
How many seas must a white dove sail
Before she sleeps in the sand?
Yes, and how many times must the cannon balls fly
Before they’re forever banned?
The answer, my friend, is blowin’ in the wind
The answer is blowin’ in the wind

Bob Dylan

Es un aguacero donde pierdo el paraguas y los zapatos frente a un edificio Art Déco de 1920 bajo un arco por donde oímos trenes fantasmas. A pocas calles de allí se había mudado Béatrix Houdini, viuda en circunstancias no muy claras; su marido el famoso príncipe del aire, el escapista más imitado de su tiempo,  venía fustigando la corrupción de los propagandistas del diálogo con los difuntos, que intentaban  controlar los  círculos de influencia.

Hoy una luz tropical desfigura las ropas pesadas de algunos recién llegados a la zona que salieron a acompañar los giros en las escobas de sus pequeños brujos zombis, sus saltos de murciélagos, caritas embadurnadas de vómito, calabazas desdentadas, calaveras con restos de carne descompuesta y caninos al aire en lugar de cabecitas, tan al pie de la letra con el folclore local, tan olvidadizos con el recién adquirido ritual de chequear  el tiempo.

Por la Academy Street, antes de cruzar a la Nagle, un altar con una diminuta capilla verde bajo un árbol tiene un arcángel despojado de sus armas, como en un ritual dedicado a Belier Belcan Tonnerre no se sabe  por qué la estatuilla no tiene espada para combatir al demonio que pisa con el pie izquierdo. No aparece en la novela Academy Street. Es la calle de la irlandesa Tess Lohan, personaje de Mary Costello que arribó desde el oeste de Dublín para vivir aquí cuando todavía se usaba el mármol de Inwood. Una enfermera que perdía el acceso al significado hasta que pudo tomar la espada, como cualquier muchacha indecible, que vivía con los ojos cerrados hasta que pudo notar:.. Each person’s face, the nose and eyes, the buttons on their shirts, the shivery pattern of leaves. Beauty everywhere. After a little distance a space began to open inside of her, the aftermath of pain. She stood on the sidewalk, as in a dream. Silence. Light. La narración del momento en que estuvo lista para un cambio. Las alcantarillas se desbordan y arrastran toda la carga de hojas de  otoño. El viento rueda  la veladora apagada. La viuda ayudante de Houdini siguió desafiando a cualquiera que pudiera comunicarla con el espíritu de su difunto y nadie pudo. Se fue del barrio y muchos años después murió en un tren que la traía de vuelta a New York. Buena muerte para una ilusionista

El río está blanco y reaparece de pronto,  nadie quiere volver a salir para las lavanderías,  todos se arman de secadores de pelo para ir devolviéndole la forma a ruedos, camisas, sacos ligeros y, sobre todo, zapatos y medias. Nada puede permanecer empapado porque la casa tendría un tufo de animal enfermo.

Toman vino pero en realidad piensan en el café con leche que les daban cuando llovía y se envolvían en inmensas cobijas que nunca se lavaron porque eran las de hacer madrigueras cuando se inundaba la cuadra y se iba la luz.  Era la infancia acumulada en aquellas colchas colectivas  de inviernos que podían durar diez minutos: todos revueltos con los perros, los pollitos, los gatos y los acures y los estornudos sonando  al unísono.

Una de esas noches al volver  la luz descubrimos un paraguas abierto que se estaba escurriendo en la entrada al lado del jazminero que se puso intenso con sus pequeñas flores intermitentes.  Pero no era de nadie y no habíamos tenido visitas. Todos pensamos lo mismo, que era la sombrilla negra del ánima de Parasco, el muerto que siempre cuidaba a los viajeros cuando las carreteras se anegaban y los caminos de tierra se desfiguraban y perdían. Cuando escampó, se fue olvidando el paraguas que mi abuela guardó cuidadosamente hasta su muerte, pasando de mano en mano con idéntico cuidado todo el tiempo que duró en aquella casa.

No hablo con gente de ahora de aquellos contactos psicóticos con los espíritus, pero cuando llama mi hermano y comenta el argumento de sus amigos que van a votar republicano como voto castigo, contra la corruptela imparable del entorno de los Clinton,  dudo por momentos; será que cuando vienen estas lluvias selváticas viajamos de regreso, debajo de la cobija de los niños, con el asma, pidiéndole a un ánima que enrumbe y lleve a puerto, porque me asalta otra vez el gesto de aquel voto castigo venezolano para humillar a los abusadores de un régimen anterior.

En la otra cuadra,  un alcalde socialista alemán se escondió algún tiempo a finales de los años treinta no lejos de las cuevas donde hay un famoso fantasma de un tulipero de la misma época, cuando una chiroqui de New Orleans con su máscara  de descendiente de los dueños originarios de esta isla se dejaba retratar en su cabaña. Con las  estrategias  publicitarias de la autoctonía puso coto a proyectos urbanísticos abusivos  y logró salvaguardar para la memoria artefactos auténticos. A veces la supuesta  princesa lenape Marie Noemie Boulerease Constantine Kennedy recibía la visita de su hijo el boxeador Bill y gente de la farándula. El árbol emblemático fue destruido en un huracán de 1938, justo cuando recalaban en el vecindario  otros expulsados de las luchas entre  líderes. Un bisnieto de Karl Marx experto en asilos logró que no deportaran al alcalde que huía del escuadrón hitleriano que disparó contra su casa de los suburbios de Hamburgo cuando fueron a matarlo bajo acusación de corrupción administrativa. Nadie da nada por un supuesto corrupto desconocido cuando cae en desgracia. Reparar la estima social cuesta demasiado.

El fantasma del voto castigo contra las vacas sagradas avanza por todas partes mientras  el paraguas de Parasco, cuidador de los desplazados, sigue abierto escurriéndose, como un recuerdo de Lucio Seneca (estratega estoico poderoso que tampoco logró evadir la pena de muerte por cargos de corrupción y conspiración). Lo que nos pierde en el diluvio es la esperanza equivocada. Algunos dicen que Parasco, en vida, fue un pícaro buscavidas capturado por alguien importante con pésimo humor; pero otros sugieren que fue un muchacho cándido reclutado por el santón o militar de turno para armar su ejército de justicieros. La energía de frecuencia baja cuando no le importamos a nadie, el frenesí de los negociantes furiosos flota alto y nos seduce y pone a correr al descampado.


Photo Credits: Andrew Comings

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