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Francisco Martinez Pocaterra
viceversa magazine

Vergüenza

La noche cae en Caracas como una sombra. La oscuridad ahuyenta a los habitantes que se refugian en sus casas. Aún temprano, cuando en otras épocas todavía restaban las últimas lumbres del tráfico diario, la ciudad luce abandonada. Ha envejecido Caracas y ya por las tardes, se cuida del sereno. La emoción decae y el vigor de otros años da lugar a rapiñadores que hurgan basureros en la negrura de unas tinieblas que empezaron hace más de tres lustros.

Caracas se acuesta con el sol. Le huye a la luna. Se esconde de su mirada triste, que sin juzgar, observa avergonzada lo que va quedando: recuerdos, solo recuerdos. Todos se resguardan en sus cubiles. Todos se esconden porque la noche caraqueña depreda. Y la luna llora por los hijos que ya no estarán.

Hincan los depredadores sus uñas pestilentes y del bubón exuda fetidez. Un hedor que impregna aun el alma de los pobladores de una urbe agónica. Nadie se salva de su pestilencia. Enferma y repugna. Caracas yace en esta grieta estrecha como yace el leproso, abandonado en un hoyo para que encuentre su destino, para que muera sin ofender. Caracas yace estertorosa a los pies de un sultán decepcionado al que incluso su nombre le fue robado.

Sucursal del Cielo, antes. Hoy un sumidero, en el que las desgracias y las miserias se amontonan como el estiércol. Hiede Caracas, a dolor, a sangre putrefacta y a vicios inconfesables. Y de su hedor, repulsivo y nauseabundo como el perfume de la muerte, no conseguimos librarnos, ni siquiera encerrados en las celdas que de nuestras casas han hecho esos demontres, que una madrugada de febrero emergieron de sus sentinas mefíticas para corromperlo todo.


Photo Credits: Gabriela Camaton

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