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Verdades de Perogrullo

Tal vez diga verdades de Perogrullo y puede que ofenda a algunos. Aun gente a la que aprecio. Sin embargo, no puedo callar. Me siento obligado a gritar estas palabras que creo verdaderas, porque desde mi humilde posición de ciudadano de a pie, nada más puedo hacer. Yo no soy líder, yo no soy poderoso. Solo soy un ciudadano en un país donde este concepto está degradado a la condición de pueblo, de populacho, de masa.

No es este un gobierno malo, es uno perverso. Su afán totalitarista no es mera retórica electoral. Es su esencia. Para el chavismo, jamás han existido adversarios. Solo ha habido enemigos, y al enemigo no se le concede ni agua. Su proyecto es hegemónico. No reconoce otra voz que no sea la suya. Su concepción del país es castrense, cuartelaria.

Su maldad trasciende la lógica de quienes comprenden al Estado como un motor del progreso individual. Para ellos, los chavistas, el Estado es lo realmente importante, sobre todo el Estado socialista. Como en todo orden de este tipo, la gente no es más que engranes reemplazables de una maquinaria que por conceder poder absoluto a algunos, les corrompe absolutamente y terminan haciendo del Estado, su negocio particular. Su maldad es de tal envergadura que no solo no le importa la miseria de la gente, sino que la usa como instrumento de dominación. La depauperación persigue un fin: vencer la resistencia popular al socialismo. Este no se impone jamás por las buenas.

Todos estamos en alguna lista. Si bien no es para terminar preso o muerto, lo es para depender de las dádivas del gobierno o peor, para hurgar en la basura. Su propósito es que todos le debamos el sustento al gobierno, a la élite, a Maduro, y no a nuestro esfuerzo, nuestro trabajo.

Para la élite, el poder se ejerce verticalmente. No hay tal cosa como separación de poderes, un Poder Legislativo autónomo que controle al Ejecutivo. Su concepción del Estado solo reconoce a una autoridad: el líder, el führer, el padrecito o como desee llamarlo, porque da lo mismo. En todo caso, el líder ordena y el resto acata.

A diferencia de los sectores opositores, la élite sí ha estudiado a fondo a su enemigo y le conoce bien. Distinto del liderazgo opositor, ha instalado una sala situacional que trabaja 24 horas al día los 7 días de la semana. La élite prevé planes contingentes. Y tiende trampas y emboscadas, porque para los chavistas, ¡la política es solo una extensión de guerra! El expresidente Chávez lo dijo hasta el aburrimiento.

No nos engañemos, nos enfilamos hacia un modelo totalitario, en el que cada persona ya no será ciudadano. Será solo un fantasma que transita taciturno por las calles hasta que deje de ser útil. A la élite no solo le importa un bledo la calidad de vida de la gente, sino que además anima esa vida triste, mediocre, signada por la ruindad y la pobreza infame, para sojuzgarla y lograr su máxima apetencia: el control hegemónico de la sociedad. No, no nos mintamos. La élite no va a entregar el poder hegemónico a menos que se lo arrebatemos. Los chavistas harán lo que deba hacer, legal o no, para preservar la presidencia.

Hasta hoy, las estrategias opositoras han fracasado. Unas por haber sido derrotadas en las urnas electorales y otras por haberlas anulado la élite a través de maniobras ilegales y mañosas. Hasta hoy, la oposición ha sido ineficiente, bien intencionada y con algunos logros puntuales, pero ineficiente para materializar el anhelo popular: la transición de esta dictadura a un modelo verdaderamente democrático.

La oposición necesita reinventarse, porque la revolución chavista avanza cada día más en su pretendida dominación de la sociedad.

No es la idea hacer leña de la MUD, como quién lo hace del árbol caído. Creo, sin embargo, que como sociedad – y como adversarios de esta pesadilla – debemos reconocer que no nos enfrentamos a una mala gestión de gobierno, sino a un monstruo perverso que de nuestras miserias desea lucrarse política y económicamente. Debemos reunirnos alrededor de un proyecto, no de un líder, un caudillo, un jefe. Como oposición estamos obligados a reconocer los errores pasados, con humildad y honestidad. Unos y otros deben admitir que la salida electoral es improbable tanto como lo son otras vías, cuya legalidad y viabilidad política resultan cuestionables. Debemos admitir que más allá de una alianza de partidos para enfrentar unos comicios, la unidad debe ser un frente nacional que construya la transición.

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