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Photo Credits: @nazaetchepare (via El Pitazo)

Venezuela = dolor

Masas de desesperados, en filas ordenadas y llevando a cuestas lo poco que les permite el cuerpo, se alejan de Venezuela, tierra en la cual nacieron y creyeron morir.   

Al verlos, con los cuerpos demacrados y la angustia reflejada en sus rostros, nos preguntamos dónde quedó atrapado el optimismo de un pueblo conocido, y a veces criticado, por su alegría, ironía y ganas de disfrutar de la vida. Un pueblo fiestero que sabía reír de sí mismo y vivía al día porque nunca perdía la esperanza de un mañana mejor.  

Nos preguntamos en qué rincón del mundo esas personas lograrán esconder su dolor, secar las lágrimas y volver a comenzar.  

Los primeros venezolanos salieron en avión, en un pasado reciente en autobuses y ahora  como pueden. Un océano de personas, con tal de alejarse del hambre, las enfermedades, la violencia callejera, y sobre todo de la falta de esperanza, está dispuesto a aventurarse a pie. Lo único que les importa es llegar a otra tierra, otro pueblo, otra ciudad; a un lugar en el cual recuperar los pedazos rotos de sus cuerpos y almas y recomponer una vida. 

Los primeros emigrantes tenían título universitario y ahorros suficientes para enfrentar con dignidad los meses iniciales lejos de su tierra. Tuvieron buena acogida, fueron elogiados por su capacidad de resiliencia y les ofrecieron trabajo. Muchas las muestras de solidaridad. Cuando la emigración en gotas se ha ido transformando en un río cada día más caudaloso, elogios y solidaridad se han ido disolviendo. Los gobernantes de otros países han empezado a hablar de “emergencia Venezuela” y a mirar con preocupación creciente el deterioro de un país que se desangra. 

Queda en el recuerdo de la historia una nación rica, con enormes posibilidades de desarrollo, y también el de un gobierno “revolucionario” que regalaba sueños y negocios al primer mundo y maletines llenos de dinero a los aliados latinoamericanos y caribeños. La vida de por sí difícil en la capital, se ha vuelto una pesadilla en la mayoría de los pueblos y ciudades del interior del país. Pobreza, violencia y enfermedades alimentan un desespero que ve en la emigración una tabla de salvación. Sin embargo esas masas de desesperados y muchas veces de enfermos, llega a países y poblaciones igualmente pobres agravando su ya delicada situación social. Y así, sin poderlo imaginar, se transforman en un regalo para gobernantes locales y nacionales que buscan pretextos para justificar su ineficiencia. Los emigrantes son la cebada perfecta para quien necesita culpables. Gracias a ellos y al despliegue de noticias falsas que rebotan por las redes, los brotes de xenofobia, odio e intolerancia van in crescendo. Hace unos días asistimos con dolor e indignación al pogromo del que fue objeto la comunidad venezolana en la frontera de Brasil. En la ciudad de Pacaraima, en el estado de Roraima, los locales incendiaron un campamento de inmigrantes venezolanos quienes habían levantado carpas improvisadas. Atacaron a 700 de ellos y expulsaron a más de mil en un incidente que indigna y que debería avergonzar a un país que mucho se benefició de la ayuda venezolana en los tiempos de vacas gordas. 

Fue una guerra de pobres la que se desató en Pacaraima, y nos preguntamos qué pasará con esas poblaciones y sobre todo con los inmigrantes venezolanos si logrará llegar al poder el ultraderechista Jair Bolsonaro. 

La reacción del Presidente Temer fue decir, a través del ministro Carlos Marun, que estaban contemplando la posibilidad de cerrar la frontera con su vecino del norte.  

Si bien el de Brasil haya sido el brote xenófobo más violento, otros fuegos se están prendiendo en diferentes países. Colombia es sin duda alguna la nación más golpeada por la crisis venezolana. Se considera que hasta el momento ha llegado al país vecino casi un millón de venezolanos. Viven como pueden y en los últimos dos operativos de la policía local contra las redes de prostitución, se evidenció que casi la mitad de las jóvenes sometidas eran venezolanas. 

Pero la marea venezolana se alarga a muchas otras naciones. Casi dos millones y medio de ciudadanos han dejado el país y los gobiernos están buscando respuestas coordinadas para evitar que ese gran flujo de personas altere un equilibrio social en muchos casos ya bastante precario. A empeorar un panorama ya de por sí muy grave llegó la crisis de Nicaragua, nación en la cual el gobierno de Ortega, gracias a la ayuda que recibió en el pasado de Venezuela, se ha enroscado en el poder y está reprimiendo con sangre la valiosa oposición de la población que pide elecciones libres. Los nicaragüenses han buscado un desahogo en la cercana Costa Rica y la reacción de un sector de la población de ese país ha sido extremadamente violenta. Cientos de personas han salido a la calle en una manifestación xenófoba. Muchos de ellos enarbolaban carteles con esvásticas.    

Frente a un problema humanitario de tan grandes dimensiones, los gobiernos de la región saben que tienen que tomar medidas urgentes y coordinadas para evitar males peores. A tal propósito tienen prevista una reunión en Bogotá en los próximos días. A pesar de la petición de las agencias de las Naciones Unidas que piden dejar abiertas las fronteras, tanto Ecuador como Perú, dos de las metas finales de millares de venezolanos, pusieron controles más estrictos para reducir el número de los inmigrantes que pueden entrar. Exigen una documentación que gran parte de los venezolanos no posee en cuanto el gobierno no la está suministrando desde hace meses. Al momento Perú prevé excepciones solamente para los enfermos, las embarazadas y los menores que van a reunirse con familiares. Millares de personas quedaron atascadas en la frontera recordando a los prófugos europeos que huían de las guerras.  

El conjunto de naciones que conforma el Grupo de Lima emitió una declaración con la cual piden, entre otras cosas, a los gobiernos de los países receptores actuar articuladamente y con apego a los estándares internacionales vigentes en materia de asilo y refugio o de atención humanitaria. Instan además a dichos gobiernos a que diseñen fórmulas ágiles y efectivas, que permitan lograr “protección temporal o acuerdos de estancia”.  

A pesar de este humillante y doloroso momento histórico, el pueblo venezolano así como el de Nicaragua no pierden las esperanzas de volver a tener países dignos de su gente. Fuera y dentro de las fronteras de sus patrias mantienen inalterado el deseo de luchar. Fuera y dentro de las fronteras se multiplican los gestos de solidaridad y resiliencia.  

Y un día esos pueblos volverán a encontrar la alegría que un día aciago les robó un vendedor de sueños.


Photo Credits: @nazaetchepare (via El Pitazo)

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