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En Venezuela ganó la democracia

El 74,25 por ciento de los casi 20 millones de votantes de Venezuela participó en las elecciones parlamentarias para escoger a los 167 miembros de la Asamblea Nacional. Una participación histórica y la victoria de la coalición de Oposición, MUD (Mesa de la Unidad) ha sido contundente. Según un primer boletín la MUD logró 99 escaños, y el PSUV (Partido Socialista Unido de Venezuela) 46.

Nunca antes, en la historia de Venezuela, unas elecciones parlamentarias habían generado tanta expectativa, miedo, angustias y esperanzas.

A pesar de ser Venezuela un país presidencial, todos sabían que estas parlamentarias eran particularmente importantes porque por primera vez en muchos años, existía la posibilidad de romper el círculo de poder que, desde que Chávez asumió la presidencia en 1998, está totalmente en manos del partido de gobierno.

Los curules de la Asamblea Nacional ocupados en larga mayoría por diputados pertenecientes al bloque chavista, no permitieron ningún espacio de maniobra a los parlamentarios de oposición. El Presidente Chávez antes y el Presidente Maduro hoy, junto con sus ministros, han podido gobernar sin contrapesos institucionales, sin rendir cuentas y sin control de ningún tipo año tras año. Las leyes se limitaron a dar legitimidad a sus decisiones.

Muchos deseaban un cambio y la frase que circuló con mayor frecuencia en estos últimos meses fue: Hay que votar.

Frente a una situación económica desastrosa, con una inflación que cambia los precios de los productos día a día y erosiona la calidad de vida de todos los ciudadanos, una carencia de bienes alimentarios y farmacéuticos, que obliga a colas infinitas bajo el sol implacable del trópico y a pesar del enfrentamiento ideológico que sigue dividiendo el país, la sociedad venezolana no se descarriló del único camino que indican los procesos democráticos: las elecciones.

Aún los que decían no confiar en la posibilidad de unas elecciones transparentes, aún los que creyeron en las vehementes declaraciones del Presidente Maduro quien acusó a la oposición de estar librando una guerra económica para perjudicar al país, todos, los unos y los otros, depositaron su esperanza de cambio o de continuidad en las urnas y no en las armas como hubiera hecho un pueblo menos democrático.

En los meses pasados no faltaron los momentos en los cuales se temió un brote de violencia que desviara el curso de las elecciones. El bloque de las fronteras con Colombia y el consecuente y vergonzoso proceso de deportación de inmigrantes colombianos quienes, tras años de trabajo en Venezuela, fueron echados sin piedad, la injusta condena a casi 14 años de prisión del líder de oposición Leopoldo López, el hostigamiento a la prensa de oposición y el homicidio del líder de la oposición venezolana, Luis Manuel Díaz, fueron solamente algunos de los episodios que hubieran podido poner punto final al camino hacia las urnas.

Situaciones críticas que se sumaron a un día a día siempre más complicado y que ya de por sí ponía a prueba la paciencia de un pueblo agotado tras tantos años de enfrentamientos, pobreza, delincuencia, falta de esperanza, familias desmembradas y desparramadas por el mundo.

Este proceso electoral que siguió adelante sorteando obstáculos y más obstáculos ha demostrado que la violencia en Venezuela no es política sino delincuencial. Los grupos que se dedican a amedrentar, armas en mano, al pueblo indefenso, no son otra cosa que bandas de delincuentes sin moral ni mucho menos ideal. Son malandros que hacen el trabajo sucio en nombre de los que mandan y arman sin ensuciarse las manos.

Venezuela ha perdido su bienestar, sus esperanzas, su libertad, pero no su profundo sentido democrático.

Reconstruir un tejido social, más que económico, no va a ser nada fácil. Habrá que limpiar los escombros dejados por años de malos gobiernos, de populismos, de un facilismo regalado por la riqueza que sigue fluyendo de un subsuelo generoso. Habrá que volver a aprender las reglas de la convivencia, del respeto entre personas distintas. Frenar la destrucción y comenzar de nuevo a construir deberá ser el lema, el único lema de los próximos años.

Las heridas seguirán sangrando durante mucho tiempo, los jóvenes talentosos que salieron para huir de la violencia y de la falta de futuro, quizás no volverán pero, aún así, habrá que buscar fórmulas para conectarlos con el país y transformarlos en un patrimonio regado por el mundo. Sus logros y experiencias pueden resultar de gran ayuda en esta etapa de reconstrucción.

Seguiremos llorando los duelos de los miles de muertos causados por el hampa común mientras se busquen soluciones que logren ponerle un paro a la violencia callejera y vuelvan a hacer de Venezuela un país en el cual la vida tenga valor. Habrá que recuperar los valores del trabajo y de la convivencia civil, habrá que recuperar el respeto por los derechos humanos, habrá que aprender a mirarse en la cara y a verse como conciudadanos y no como enemigos.

Retos y más retos esperan a los venezolanos pero nadie podrá decir nunca que los años de democracia, con todas sus fallas y sus errores, pasaron impunemente porque las largas, infinitas colas delante de los centros de votación han demostrado al mundo, pero antes que nada a los mismos venezolanos, que allí hay un pueblo con ganas de volver a sembrar futuro.


Photo credits: Cristóbal Alvarado Minic

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