De la “Ilusión Cosmopolita” al “Espejismo Bolivariano” [1]
“Nadie posee nada, todos sin embargo son ricos. ¿Puede haber alegría mayor ni mayor riqueza que vivir felices sin preocupaciones ni cuidados?”
Tomas Moro, “Utopía”, 1516
Tony Robert Judt, el historiador Inglés de la Europa contemporánea y un “social demócrata universalista” quien renunciara al marxismo de su juventud en los años setenta, señaló en una conferencia en el 2009[2], la última que diera en vida antes que la enfermedad de Lou Gehrig acabara con ella en agosto del 2010, que “…no podemos escapar del hecho que hemos vivido en un siglo en el que la palabra ‘socialismo’ fue identificada, peyorativamente y con entusiasmo, con sistemas políticos que resultaron ser, o que pudieron ser desde sus principios, económicamente ineficientes, políticamente represivos y culturalmente estériles”.
Judt recomendaba, ante la imposibilidad de negar tal hecho, en virtud de la distintas expresiones del socialismo histórico existente, que la discusión sobre la palabra “socialismo” debía entonces pasar de una cuestión de “abstracciones” a una de “sustancia”. Que si de promover abstracciones se trataba era preferible promover aquellas que estuviesen vinculadas a “justicia”, “equidad” e “igualdad” antes que “socialismo”.
Ahora bien, en su disquisición sobre las limitaciones del socialismo, Judt no hacía defensa alguna del capitalismo de las últimas dos décadas del Siglo XX, más bien todo lo contrario. En la misma conferencia señalaba que no necesitamos recurrir a los “ismos” del Siglo XIX (como el socialismo) para justificar los propósitos y ambiciones sociales del Siglo XXI.
“Pienso, señalaba, que puede ser razonablemente demostrable que un sistema que se basa en el respeto y la admiración por la riqueza, en el respeto y la admiración por la adquisición de posesiones y bienes, por las ventajas y privilegios en desmedro de personas que no lo hacen, convirtiéndolas en desventajadas y desprivilegiadas y sin acceso a las necesidades básicas, es un sistema que no puede vencer nuestro deseo, nuestro intuitivo deseo, por la justicia, por la igualdad y su entrelazamiento con la equidad”[3].
Así, Judt establecía los dos ejes, los parámetros, en el debate político de fines del siglo pasado e inicios del presente.
Según su tesis, el fin del “Gran Experimento Social” del Siglo XX, el de los social-demócratas europeos y norteamericanos nacido en las postrimerías de la II Guerra Mundial de cara a la “Era de la Inseguridad” desencadenada por la I Guerra Mundial y que se extendió de 1950 a 1980 y el surgimiento del “economicismo”, colocaron a las sociedades contemporáneas en medio de una falacia política, que las ubicaba entre la elección de un Estado omnipresente como distribuidor y administrador de la riqueza, cuando no de la pobreza, en sus formas “socialistas”, o la ausencia de Estado en una interpretación “neoclásica” del rol de la economía y su énfasis en la eficiencia y la productividad, en desmedro de políticas públicas cuyo fin último es el bien común.
La manifestación de esta dicotomía encuentra en la Venezuela contemporánea una peculiar manifestación. Reinstaurada democráticamente en 1958 por social demócratas y demócrata cristianos, en desmedro de radicales de izquierda y extraviada en el consumo desmedido y en la exclusión política en la segunda mitad del Siglo XX, la República quiso tomar el rumbo de los “economicistas” a fines de los ochenta, cuyos denuedos desencadenaron subsecuentes crisis sociales y políticas en medio de una entelequia de modernidad, para terminar en manos del “Socialismo del Siglo XXI” de Hugo Chávez Frías.
En el contexto latinoamericano, Venezuela ha sido un país generalmente subestimado cuando no malentendido. Relegada a un rol “saudita”, de productora de petróleo, de consumismo alegre y desorden tropical, la más caribeña de las repúblicas sudamericanas ha aspirado en su contemporaneidad, desde la derecha y hasta la izquierda a un estado de “felicidad utópica” llevándola, más bien, de un estado de “ilusión cosmopolita” a uno de “espejismo bolivariano”.
Robert Skidelsky, biógrafo de John Maynard Keynes; laborista, social demócrata y conservador en su evolución política en Inglaterra señala[4] que “(si) El debate sobre el legado político de Chávez es una reconstrucción póstuma de las batallas ideológicas que se libraban mientras estaba vivo. La batalla por su legado económico es más directa: se limita a como manejaba Chávez la riqueza petrolera de Venezuela”.
Chávez fue un líder carismático que supo ordenar la narrativa vital de la mayoría de bajos ingresos en Venezuela alimentando su mito en el sub-continente latinoamericano. Incansable en su permanente campaña política ejerció el poder, cual caudillo, bajo el manto político del populismo radical y la bandera del “Socialismo del Siglo XXI” sin descuidar la formación de un partido, el PSUV, y de una maquinaria política que copó al Estado, y cooptó y/o coaccionó, a la sociedad toda.
La piedra angular de las políticas de Chávez estuvo cimentada en la redistribución de la renta petrolera y la instauración de una economía tutelada ejercida a través de un aparato de “misiones sociales”, controles burocráticos y la reducción sistemática del sector privado a través de legislación, nacionalizaciones, expropiaciones, decomisos y la criminalización del ejercicio de la libre empresa.
Luego de casi 17 años en el poder el resultado de tal combinación resultó en el “chavismo”, una coalición política inestable mas no precaria, en medio de distorsiones económicas y el desorden institucional existente. Así la “suprema felicidad social” chavista, la Utopía de Moro, la abstracción de un orden social inexistente, ha dado paso a la búsqueda de sustancia en una realidad de inflación, escasez, inseguridad y división política.
Si los resultados de las elecciones del 19 de abril del 2013 llevaron a Nicolás Maduro al poder y las elecciones legislativas del 6 de diciembre del 2015, hicieron evidente que la teoría, creación y práctica[5] del chavismo son fallidas, reduciendo su base electoral y cuestionando su legitimidad, han evidenciado también que el entusiasmo[6] de la oposición tiene claras limitaciones en virtud de la dicotomía que representa su caudal electoral y su limitada organización política y lo vulnerable de su representatividad formal.
Lo cierto es que las expectativas de colapso o totalitarismo en Venezuela bien podrían estar obviando una vía alternativa planteada por el conflicto entre un régimen voluntarista con una lógica de poder antes que de progreso y la de una sociedad en busca de promesa y posibilidad, una vía que pase por soluciones políticas entre las partes representadas y representantes.
«La política, señalaba Max Weber, es como la dura y lenta horadación de tenaces tablones. Esta requiere pasión al igual que perspectiva»[7]. Venezuela, en medio de sus pasiones, en perspectiva, bien podría estar iniciando una larga transición hacia la racionalidad política, la incorporación social y el pragmatismo económico donde primen la prudencia, la virtud y la justicia y no la codicia.
[1] Este texto es una extracto de “La Independencia que Emerge – Ahorro e Inversión en el Siglo XXI”, José E. Gonzales, Agosto 2015.
[2] Tony Judt, “What is Living and What is Dead in Social Democracy” – The Remarque Institute, New York University, October 19, 2009.
[3] Idem ant.
[4] Robert Skidelsky, “La Vía De Chávez”, Prodavinci 22 de marzo, 2013.
[5] Aristóteles señalaba que el conocimiento y la actividad humana se dividen en “theoria”, que busca la verdad; “poiesis”, que busca la creación y “praxis”, que busca la acción. De esta última derivan “ética”, “economía” y
[6] Sócrates mencionaba una cuarta forma, “enthousiasmos”, que puede ser “inspiración” (interés y gozo) o “posesión” (fervor, emoción, revelación, éxtasis).
[7] From Max Weber: Essays in Sociology, Edited, with and Introduction by H.H. Gerth and C. Wright Mills, Routledge Sociology Classics 1991, pp. 128.