Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!
Roberto Ponce Cordero
viceversa nyc

Uno, dos, tres, ¡catorce! Reflexiones sobre Bono y Emi

Mi hijo Emiliano, de dos años y diez meses de edad, recientemente aprendió a contar más allá del tres. Llega como al veinte, de hecho, dejándonos un poco atónitos porque, dentro de todo lo aleatorio de sus tiernos balbuceos y de su espíritu de constante experimentación (sabe contar pero es obvio que no entiende aún propiamente el concepto de los números), ha establecido ya un orden en sus cuentas. Así, empieza siempre por el uno… lo cual, lejos de ser tan natural como a lo mejor suena, es una novedad, pues hasta hace poco empezaba siempre por el dos. Empieza ahora, sin embargo, por el uno, decía, y luego pasa por el dos, por el tres y por todos los otros números hasta llegar al diez. En el diez siempre hace una especie de inflexión de voz, emocionado, porque a todas luces siente que es como un pequeño triunfo el llegar a ese punto. Y, luego de esto, sigue e invariablemente salta directo del diez al catorce, para continuar recitando los números que quedan hasta el veinte pero de forma progresivamente más idiosincrática. La cosa siempre termina en aplausos, abrazos y celebraciones varias, por supuesto. Pero lo cierto es que a mí, personalmente, más que el que llegue a veinte, o al número que sea, lo que me encanta es cómo ha introducido y fosilizado ese error, ese salto del diez al catorce, en la estructura mental que le permite declamar los números, siempre en el mismo orden, y siempre en el mismo orden correcto… si no fuera por ese hiato peculiar: “uno, dos, tres, cuatro, cinco (más bien chinco), seis, siete, ocho, nueve, DIEZ, ¡catorce!”

En 2004, la banda irlandesa U2, que seguramente no necesita presentación como ejemplo paradigmático de rock pretencioso y anquilosado, lanzó su disco How to Dismantle an Atomic Bomb. Este sería, sin duda, uno de sus álbumes más exitosos (si no el más exitoso sin más), tanto desde el punto de vista de las ventas como desde el de la crítica, de todo el período de decadencia de este grupo otrora clave pero que ya lleva unos veinte años extraviado, hasta el punto de que ese extravío define ahora a U2 incluso más que los grandes monolitos que son The Joshua Tree (1987) y sobre todo Achtung Baby (1991), sus discos decisivos. Ya para 2004, U2 había malgastado la reputación que le habían dado esos y otros álbumes, abusando de la paciencia de sus fans con discos malogrados como Pop (1997). Además, y más significativamente, la pose general de los miembros de la banda, y más que nada de su vocalista, el profundamente afectado Bono, había dejado de ser interesante o intrigante (aunque siempre un poquito insufrible) por allá por 1993. Ahora todo ese habitus de rockero experimental y comprometido, eternamente portador de gafas, y wanna-be autoridad moral de su generación y de todas las venideras era solamente insufrible a secas.

Por eso, cuando al principio de “Vertigo”, el tema que abre How to Dismantle y también el primer single del álbum, Bono juega con la tradición rockera y, en lugar de gritar “one, two, three, four!”, grita (en español) “uno, dos, tres, ¡catorce!”, ya ni en 2004 había, y mucho menos hoy, un ápice de buena voluntad de mi parte para considerar simpático el gesto, ingeniosa la variación o, por último, inofensivo el chiste involuntario. No, nada de buena voluntad o de indulgencia: por si se necesitaban más pruebas de que Bono era un fantoche (más allá de su personalidad bombástica, de sus alardes de genio romántico y más que nada del placer que evidentemente le causa estar cerca de individuos poderosos de la política mundial), esta canción me las daba. ¿“Uno, dos, tres, ¡catorce!”? What the fuck is that? ¿Adam Clayton no le podía pasar un diccionario al hombre? ¿Bono no le podía preguntar al menos a Vargas Llosa o a Aznar?

Los fans han elaborado teorías varias sobre el porqué de esta progresión, digamos… atípica de números al inicio de “Vertigo”. Que si se trata de una broma fracasada, de una referencia a un versículo bíblico o de un metafórico regulador de volumen que, junto con los riffs de la guitarra de The Edge y los beats de la batería de Larry Mullen Jr., pasa de golpe del tres al catorce… Bono, por su parte, en alguna entrevista para la Rolling Stone declaró, de plano, que había sido culpa del alcohol.

Pero lo cierto es que mi Emiliano me derrite al saltar del diez al catorce, sin ninguna pretenciosidad, mientras que Bono me logra irritar cada vez que vuelvo a escuchar su extravagante catorce, pretencioso hasta el catorce en una escala del uno al diez. En su afán por sorprender, en su empeño por gustar y hasta fascinar, en ese egocentrismo que lo marca como un rock and roll star en el mal sentido de la palabra, que se niega a dejarnos en paz y sobre todo a dejar en paz su propio legado… ¿no será que Bono tiene, para estas cosas al menos, la edad emocional de un niño de dos años y diez meses?

Subscribe
Notify of
guest
3 Comments
pasados
más reciente más votado
Inline Feedbacks
View all comments
Javieres Xavier LC
Javieres Xavier LC
6 years ago

1,2,3, quiero creer que sigo siendo joven, que soy creativo, innovador, rebelde, rockero, … ¿dónde me quedé, en el ayer? … ah, Quattrocento!

Javieres Xavier LC
Javieres Xavier LC
6 years ago

1,2,3, quiero creer que sigo siendo joven, que soy creativo, innovador, rebelde, rockero, … ¿dónde me quedé, en el ayer? … ah, Quattrocento!
Cuando por alguna desafortunada coincidencia escucho por la radio esa canción (sin poder llegar a cambiarla antes del 14!), entonces se me viene a la mente Faul McCartney en uno de sus innumerables intentos de seguir siendo fab.

asdasdasd
asdasdasd
3 years ago

Es solo una rola, no te lo tomes tan personal, por lo visto no has ecuchado las molotov o los corridos nacos

Hey you,
¿nos brindas un café?