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Uniformes prêt-à-porter

La colección primavera-verano-otoño-invierno del Street style en Venezuela durante años ha llevado una marcada tendencia a uniformarse, y no por un tema de seguimiento de algún estilo en la temporada, sino porque poco a poco el país se ha ido vistiendo con el mono quirúrgico. Para quienes no la conocen, la prenda está compuesta por un pantalón recto y una camisa generalmente cuadrada con dos bolsillos frontales y cuello en v.

Originalmente, sólo lo usaban los cirujanos, tal como lo indica su nombre. Luego llegó como uniforme de estudiantes de Ciencias de la Salud, luego al resto de estudiantes universitarios “para ahorrar la ropita”; y por último se extendió al resto de las personas, desde barrenderos hasta pre-escolares y peluqueras. De repente, todos nos habíamos uniformado.

Más allá de si es un horror estético o no (que sí lo es), lo que más me preocupa es lo que subyace debajo del movimiento uniformador. Históricamente, los uniformes han estado asociados a grupos que requieren un pensamiento homogéneo, como los militares. A veces, también en los colegios se suele estilar usar uniforme, pero la lectura es la misma: conglomerados de personas de las que se espera un pensamiento sin muchas disimilitudes, ¿O acaso nuestra educación no ha sido diseñada para formar mentes bastante cuadradas? ¿Y de los militares no se espera obediencia casi ciega?

La ropa, por frívola que nos pueda parecer, es parte de nuestro lenguaje, de la capacidad expresiva del ser humano. No es un secreto que una de las metas de los últimos 18 años de gobierno en Venezuela ha sido el adoctrinarnos social, económica y políticamente. Si bien es cierto que esta forma de vestirnos no fue impuesta por los gobernantes, no creo que eso elimine que sí ha habido un efecto psicológico en todos nosotros, queramos o no. Pareciese que hemos pasado de ser individuos con ganas de expresarnos a ser un cardumen donde las personas se pierden en la masa.

Somos parte de grupos sociales que nos contienen y moldean nuestra identidad, y justamente allí yace mi crítica a un uniformado en exceso: hace que perdamos nuestras características individuales, que nos mezclemos con el medio de tal manera que nuestro unicidad se pierde.

Uniformarnos recalca la sensación de pertenecer a una colmena, de no ser más que una pieza del engranaje, donde las individualidades no tienen cabida. Una cosa son los uniformes de las empresas, donde este pensamiento de colmena tiene un sentido para mejorar la producción; otra es cuando ocurre en una gran parte de la sociedad, donde se supone que debemos armonizarnos sin perdernos.

No es cuestión de satanizar la prenda, porque en ciertos esquemas cumple su función; sino en darnos cuenta de cuán lejos hemos permitido que llegue esta sensación de falta de espacios para expresarnos o cuánto de individualidad hemos perdido.

Hasta las frivolidades son serias cuando nos ponemos a pensar en lo que se encuentra detrás de las cosas sencillas.

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