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fabian soberon

Una sombra en el lago

La noche serpentea en el lago negro. Son dos espejos que se rozan sin pudor. El frío exterior inunda el aire de Düsseldorf. Cuando camino, un hilo transparente baja hasta mis pies. Es el aliento helado que me dice que estoy vivo.

En la superficie del agua unos patos grises y unos cisnes iracundos patalean como fieras. Es Navidad. Pero en la ciudad el silencio sólo es interrumpido por el chirrido apagado de los trenes y las campanas lejanas que repiquetean como locas solitarias. Anuncian el nacimiento de Cristo. Pero ante la pared helada y fría de las calles nocturnas pareciera que ese niño antiguo estuviera lejos, encapsulado en algún sótano perdido en las catacumbas.

Mis hijos miran los cisnes iracundos. Patalean y se ríen ante el espectáculo gratuito. Al lado del lago, se levanta la Ópera alemana del Rin. Dentro, en la sala populosa, ha sonado, hace días, La flauta mágica, de Mozart. ¿Cómo pueden competir la música de Mozart y el bello disco de plata tras las nubes de terciopelo?

Aquí, frente a los cisnes irascibles, nadie suena mejor que Mozart.

Cuando mis hijos tocan la baranda protectora, miro hacia el costado y recién advierto que una mujer, gruesa y solitaria, lanza unos pedazos de pan hacia el espejo oscuro. Los patos y los cisnes, presurosos, corren, empujándose, hacia los restos de pan.

La mujer no se mueve. Extática, como una escultura de barro, tira la comida a las aves. No gira la cara al escuchar mis pasos y los gritos de mis hijos. Apenas mueve los brazos. Las migas son esquirlas blancas en el pasto indivisible.

Ya cerca de ella, noto que tiene dos bolsas de plástico con ropa vieja y unos zapatos de descarte.

Vive en la calle, le digo a mi hijo mayor, lejos, en un rincón de la parada de bus.

Nadie sabe dónde duerme en esta noche fría.

La ciudad es un desierto. Las campanas vuelven a sonar, inmarcesibles. Mientras repiten su melopea intacta, pienso que los violines de Mozart componen una curiosa pieza de cámara con el reflejo de plata en el espejo de agua.

Antes de irnos, recuerdo la sombra de la mujer en el lago. Esa penumbra solitaria es un aliento para seguir.


Photo Credits: Max and Dee Bernt

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