Hace unos días volví a leer una anotación de Lucrecia en su diario. Sin que ella lo notara copié cada una de las palabras. Las copié con impaciencia y dolor. Al leerlas de nuevo confieso que lo hice con un extraño orgullo: un escozor me subió por la espalda. ¿Ese escozor era como el insecto de Kafka? Nadie lo sabe. La prosa de Lucrecia no aspira a la condición del arte pero dice algunas cosas sueltas que me hacen pensar. No me siento un valiente. Soy todo lo contrario a un luchador, soy sólo un boxeador derrotado por la vida. Les dejo la palabra de Lucrecia:
Serna es un tipo pesimista. Cree mucho en sí mismo y en nadie más. Fuma como loco. Es un tipo rico en pensamiento pero pobre en todo lo demás. Si fuera mi padre lo abandonaría enseguida. Anoche me quiso tocar. Lo saqué zumbando porque me tiene cansada. Me agota con su perorata antiburguesa. No entiende que soy una chica de Barrio Norte, criada con todos los mimos. Mi viejo me tenía en una cunita de oro y me enseñó a tocar el piano, me llevaba a la fábrica y yo trataba a los empleados como esclavos.
¿Qué quiere Serna conmigo? Solo le gusta hablar de filosofía. A veces delira. Eso es: un delirante, un tipo que vende señales y humo. Es amoroso, un poco tierno, un niño que creció sin la madre. El principal problema que tiene es la falta de madre. Los tipos que la buscan todo el tiempo son insufribles. Pero hay algo en él que me conecta con lo mejor de las cosas: su antiperonismo radical.
Los médicos también son insufribles. Serna odia que estés hablando todo el tiempo de hospitales y enfermos. Tiene una tirria con las enfermedades. No las soporta porque en el fondo teme enfermarse. Pero es importante enfrentar lo que nos duele. Serna vive en el aire: se desvía, se fuga de lo importante.
Me contó hace un tiempo que ya no practica boxeo. Es una pena. El boxeo lo hacía tocar el suelo, le ayudaba a ser menos aéreo y más terrenal.
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