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Una mirada corriente

Quizá sea yo impaciente. Tal vez lo sea porque cada vez que salgo a la calle, veo niños que en lugar de jugar, mendigan. Seguramente porque me entristece ver a personas hurgando la basura como gatos callejeros. No sé, puede que yo, una persona corriente, me incordie cuando pasa mucho y pasa nada. Puede que sea yo un majadero, pero me asusta el celaje que ennegrece el panorama.

El gobierno de facto en Venezuela sigue rigiendo y aunque la represión ha mermado, temo que la élite solo practique otro modo de aburrirnos, de cansarnos. No sería la primera vez que lo hace, ni la primera que pisamos esa trampa. Sé bien que el presidente (E) Juan Guaidó está haciendo lo que hacer se debe. Pero distinto de muchos que han pecado de soberbia en todos estos años, sé que esta ralea que nos sojuzga tiene un proyecto que pese a ser inviable, es su salvoconducto. Después de veinte años, que nos son nada y son tantos, el poder absoluto los corrompió absolutamente, y, embarrados de toda clase excremento, se aferran al poder como un náufrago a su tabla de salvamento.

La renuncia de Nicolás Maduro parece obvia y, vista las constantes amenazas de diversos voceros desde el exterior, el tiempo se le achica. Sin embargo, actúa como si tuviese la ventaja… Como si fuese la oposición la que recibe el castigo implacable contra las cuerdas y no él. Maduro se resiste a renunciar. Y yo, que soy solo un ciudadano corriente, con la honestidad del ingenuo, me pregunto por qué. No lo niego, me asusta. Lo confieso, su tozudez no deja de hostigarme.

Imagino que como otros antes, él también cree poder soportar la paliza. Tal vez sus asesores – ¿cubanos? – no sean tan astutos como el ideario latinoamericano ha hecho creer a tantos. Y puede que en efecto, su inquebrantable fe se enfrente a un contingente que lo lleve ante la Corte Penal Internacional. Sin embargo, insiste. No rinde, ni piensa hacerlo, como se lo dijo al reportero español Jordi Évole. Y uno, que por una razón inexplicable cree más en María Corina Machado que en los restos de AD, se pregunta cuántos muertos más nos costará esta tragedia. Claro, yo, que no sé mucho, que apenas sé lo que sé, ignoro secretos arcanos que, al parecer, una élite intelectual conoce (una que en un pasado ni tan remoto aplaudió la visita de uno de los dictadores más sombríos del mundo: Fidel Castro), y aunque en muchos casos solo repitan estribillos y bailen al son cursi que imponga la corrección política.

Supongo que por incrédulo, o porque prefiero creer que nada bueno ha de ocurrir para no decepcionarme de nuevo, temo que en medio de la algarabía popular, la élite siga aventajándonos (tal vez porque ellos llevan años preparándose para este momento), o que, caídos como parecen estar, prefieran una masacre que rendir el movimiento, acaso porque rendirlo es una herejía para todo fiel creyente del credo revolucionario. Temo pues, que en los días por llegar, se sumen los presos en las mazmorras del régimen y los cuerpos en los cementerios.

Soy solo yo, y no Iron Man o el poderoso Thor. Soy solo un hombre corriente que a diario ve como ocurre todo y nada a la vez.

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