De paso por lo que no acaba (Aliosventos Ediciones, 2021) es una obra en la que el autor se acomete a ilustrar cómo la cotidianeidad puede ser estimulante, absurda e incluso más fascinante que la ficción. David Guajardo Ruz (Monterrey, 1987) se muestra como un poeta que sigue arriesgando con un estilo paradójico, pues su escritura refleja una contemplación fluida, que bien podría confundirse con budismo zen:
No busques maestro
que te enseñe la nada
que ya encontraste.
Pero a su vez proyecta una precisión nítida y calculada hasta la última sílaba, como él mismo lo admite en la nota del autor: no quisiera pensar que se tratan de haikus, aunque respetan su métrica, mexicanizada.
Se podría imaginar que divide su obra en diez secciones como un guiño a los nueve círculos del infierno de la Divina Comedia, más aún, si se cree que los nombres de las primeras cuatro secciones –El estanque, El jardín, El bosque, El mar (el infierno superior)- están divididos por una muralla invisible que los delimitan de las siguientes cinco: La calle, La oficina, El bar, La estancia, La habitación (el infierno inferior). Esta jugarreta del autor parece ser aún más punzante cuando el lector llega a la décima sección y lee su nombre que significa el todo y la nada, la realidad y la percepción, lo visible y lo invisible: El cosmos.
¿Y si la vida
es un profundo
sueño de nuestra muerte?
Guajardo Ruz, hace ver que comulga con el sintoísmo casi por accidente: son intentos por capturar lo inefable desde un instinto espiritual que me posee desde que entreví, siendo niño, la luz de Dios en el vientre de una luciérnaga apachurrada.
La influencia es clara cuando recordamos el principio sintoísta que dice que cuando se llega a la cima de la montaña, no hay nada, el tesoro radica en el proceso que se vivió para llegar ahí, es inevitable compararlo con la confesión del autor acerca de los poemas que se le escaparon: muchos […] se resistieron a ser enjaulados en tres versos. No logré domesticarlos. […] sin embargo me sirvieron para comprender que la búsqueda siempre es hallazgo.
En algún momento me llegué a cuestionar si la escritura de –haikus- habría impregnado en el estilo del autor, como por ósmosis los preceptos de este culto civil tan común en Japón -sociedad de la que importó esta técnica-. Pero no hay que dejarse engañar, el autor se ha dedicado con minuciosidad a sofisticar ese animismo que caracteriza su obra; pasando por posts de blogs, tuits crípticos o más notablemente en su nouvelle Alfiler (Editorial Montea, 2017) en la cual posiciona al centro una pareja de ranas hyla eximia que mimetizan una relación amorosa en agonía. De paso por lo que no acaba no es excepción y lo plasma en cada poema que escribe:
Aquella nube
relincha, trota y sueña
que es un caballo.
Están en misa
las mantis religiosas
Entre las flores.
Después de un largo viaje
la luz del Sol
duerme en mi almohada.
Vale la pena comentar que la lectura de esta obra ya sea por asociación cognitiva, instinto humano o ambas, trajo a mi mente la serie de pinturas El Imperio de las luces de René Magritte, en las que el autor crea ambientes de luz contradictorios, pero que parecen realidad. Al igual que la obra surrealista de Magritte, De paso por lo que no acaba despertó en mí una sensación en la que parece que todo está en perfecto orden y armonía, hasta que me doy cuenta de que no es así, y viceversa.
Soñé contigo
que desperté a tu lado
dentro de un sueño.
El té está hirviendo…
quizá un yo del futuro
pueda beberlo.
Pero no todo es espiritualidad y surrealismo en las limpísimas páginas de David Guajardo, también ha aprendido a divertirse con este hábito de escritura que confiesa tener instalado por mucho tiempo: los escribí a lo largo de muchos años. Fueron el resultado de […] un sinfín de visiones.
Bebo mi Coca,
como tacos de carne…
Pienso en lo eterno.
Abro el Excel…
Contempla, abeja:
panal deshabitado.
Afirmar que De paso por lo que no acaba es un poemario sería tan arriesgado como decir que no lo es. Probablemente lo mejor sea decir que es una obra en la que el autor expone su interpretación de la realidad a través de una escritura de sustracción; minimalista por excelencia, que bien podría disfrazarse de modesta, pero que si no es leída como él mismo advierte: a sorbos, a bocados, a tiendas, con cautela, poco a poco, podría perder ese sentido contemplativo casi espiritual que lo hace tan notable.