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viceversa

Una bandera multicolor salpicada de sangre

Gay Pride, el Orgullo Gay. Los colores del arco iris arropan manifestaciones en muchas ciudades del mundo. La comunidad LGBTQ se prepara para celebrar su gran fiesta del año, con marchas, bailes, música, y eventos diversos. Sin embargo, tras esa apariencia de alegría, de fiesta compartida, de respeto hacia la diversidad, se esconde todavía mucho dolor. Demasiadas veces la bandera multicolor aparece salpicada del rojo de la sangre.

El camino de la tolerancia es todavía muy cuesta arriba, a pesar de las celebraciones y también de las legislaciones que, en casi todos los países del mundo occidental, defienden los derechos de las minorías.

El cáncer del sectarismo y del machismo está enquistado dentro de las sociedades, muchas veces dentro de las mismas familias. Tiene metástasis que atacan no solamente a la comunidad homosexual sino también a las mujeres, a los indígenas, a los inmigrantes, a todas las minorías. Hace poco más de un año en Orlando un atentado a una discoteca gay dejó un saldo de 50 muertos y decenas de heridos.

En América Latina la violencia de género así como la violencia hacia la comunidad LGBTQ cobra víctimas cada año. Y lo que es peor, esos homicidios, violaciones, abusos, generalmente quedan impunes. Es lo que ha pasado recientemente en Argentina donde un juez dejó en libertad a tres individuos que masacraron hasta matarla a Marisela Pozo, una mujer de 27 años, a pesar de un video que muestra, sin lugar a dudas, el aberrante homicidio precedido por tres horas de torturas. Una sentencia que cae como un balde de agua fría en un país en el cual el movimiento #NiUnaMenos lucha sin pausa para que disminuyan los feminicidios, y en el cual, de no ser por la movilización de la sociedad, estaría todavía en la cárcel Analía de Jesús, Higui, una mujer lesbiana quien mató a uno de los tres hombres que intentaron violarla tras golpearla e insultarla por su diversidad sexual. Insultos y violencias que Higui padece desde que era adolescente.

En México, según datos de la asociación civil Letra S Sida, de enero 2014 a diciembre 2016, fueron asesinadas 202 personas por su orientación sexual. Las más vulnerables son las mujeres trans.

En Ecuador sigue la práctica de las clínicas en las cuales son ingresados homosexuales y lesbianas para su “curación”. Las fotos de la ecuatoriana Paola Paredes, que testimonia una de esas clínicas para lesbianas, son una denuncia cruda, implacable, de las prácticas aberrantes que utilizan dentro de esas paredes. Violencias de todo tipo, desde las violaciones hasta las golpizas y la falta de alimentos, son utilizadas para quebrar la voluntad de las “enfermas” quienes en muchos casos son internadas por sus mismos familiares, con el engaño y la coerción. Clínicas que siguen operando bajo el disfraz de centros para la rehabilitación de drogadictos y alcohólicos, a pesar de las leyes que en Ecuador prohíben la discriminación por orientación sexual.

Ecuador no es el único país en el cual existe esa dicotomía. En casi todos los países de la región hay una gran contradicción entre una legislación progresista en materia de derechos de la comunidad gay y una realidad social y policial intolerante y violenta. Es lo que subraya la organización Transgender Europe según la cual América Latina tiene algunas de las leyes más avanzadas y paralelamente el más alto índice de crímenes. Un informe de 2015 de la CIDH, señala que casi 600 personas murieron asesinadas en América Latina solamente por ser parte de la población LGBTIQ. Muchas más fueron víctimas de violaciones, torturas, insultos y violencias de distinto tipo. La discriminación es un mal que recorre toda la región, y no hay país en el cual se pueda vivir serenamente y sin miedo la diversidad sexual.

En el mundo, según el 12avo informe elaborado por ILGA (Asociación Internacional de Lesbianas, Gays, Bisexuales, Trans e Intersex) en 71 países (32 de África, 10 de América, 23 de Asia y 6 de Oceanía) ser homosexual es un reato castigado con prisión, cadena perpetua, latigazos e incluso pena de muerte.

Y en todos los otros, el surgimiento de movimientos con tendencias autoritarias que mezclan el nacionalismo con el machismo, la intolerancia hacia los inmigrantes con la que castiga a mujeres y homosexuales, pone en peligro los derechos conquistados hasta ahora.

Es un panorama realmente inquietante. La diversidad es el espejo roto de las sociedades que temen reflejarse en él porque les da miedo descubrir sus propias diversidades, porque la violencia colectiva es un antídoto contra las debilidades individuales, porque es más fácil criticar que entender.

Respeto y tolerancia deberían ser pilares fundamentales de cualquier sociedad pero, para vivir la diversidad como enriquecimiento y no como amenaza, sería necesario promover campañas de concientización, encuentros, charlas. Habría que promover la enseñanza en las escuelas y extenderla no solamente a los niños sino también a sus padres.

Es el único camino para construir sociedades justas, para debelar el miedo y la violencia, para que nadie tema mirarse en un espejo roto a sabiendas que en cada reflejo puede descubrir las múltiples facetas de un mismo, hermoso universo: el del ser humano.


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Photo Credits: Rachel Docherty

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