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Adrian Ferrero

Un libro de ensayos de Siri Hustvedt

La escritora estadounidense Siri Hustvedt (Northfield, Minnesota, 1955), en su libro, Vivir, pensar, mirar (Living, Thinking, Looking, 2012), compila una serie de artículos e intervenciones públicas leídas en ocasión de eventos científicos o conferencias de carácter disperso, editados en medios especializados o en otros de divulgación. A esa atomización Hustvedt sin embargo postula que subyace una unidad, una coherencia que la otorgan las cavilaciones más o menos recurrentes del sujeto de la enunciación (ella misma) y una experiencia coherente, en virtud de que regresan de modo obstinado en torno de ciertas búsquedas u obsesiones. También su historia la involucra. Por otra parte, agrega que la división tripartita del libro si bien responde a un criterio arbitrario, sin embargo guarda una lógica interna que ella encuentra, o logra entrever, y que aspira a que se vuelva atributo intersubjetivo.

En sus palabras, pretende (invocando la autoridad de Montaigne), que este conjunto de textos sean leídos como “ensayos”. La palabra a mi juicio resulta curiosamente poco precisa (además de demasiado importante) para denotar semejante variedad de registros discursivos y de tono que ella aquí despliega y, me parece, ese concepto no contiene todas las manifestaciones presentes en el libro, claramente con perfiles dispares. Sin embargo, concedo que algunos de ellos sí pueden ingresar en esa suerte de género “de autor”. De todas formas, me parece que no resulta acertado que bajo la forma de una suerte de instructivo a priori, ella solicite de modo más o menos persuasivo, bajo qué forma aspira a que sea leída semejante variedad de textos, pudiendo ser discutible tal premisa. Pero a continuación me referiré a sus contenidos precisamente, entre otras cosas, con el objeto, de procurar verificar mi afirmación.

Mediante la citada división tripartita, justamente siguiendo el título del libro, trabaja a través de la escritura como recuperación memoriosa algunos núcleos que brevemente me gustaría desarrollar. El apartado “Vivir”, en especial lo hace, porque ostenta una impronta existencial y autobiográfica que indudablemente da un sello a la sección de carácter más confesional, íntimo, personal. Cabría agregar, sin embargo, que lo autobiográfico irrumpirá también (pero en menor medida o no del mismo modo en todo caso) en el resto de las otras dos secciones (tal como ella misma lo adelanta en la “Nota de la autora” al comienzo del volumen). En esta parte Siri Hustvedt se compromete más en su dimensión vital con todas las repercusiones que ello supone y con toda la carga subjetiva de su historia que ello conlleva. Descorre el velo de ciertas escenas, recuerdos, momentos, diálogos. Evoca su infancia en una ciudad estadounidense de Minnesota, una residencia breve en Noruega (la tierra de sus ancestros), el vínculo con su padre docente universitario (cuya aprobación diera la impresión de resultar para ella siempre de fundamental importancia), con su madre y con sus tres hermanas. Su formación académica en Columbia University, NY, en donde se doctoró con una tesis sobre Charles Dickens. Llama poderosamente la atención la inclusión de la narración de la escena de la defensa de la tesis (y el modo singular de hacerlo), así como su recurrente observación acerca del hecho de que tiene una formación académica en el área de la literatura en un libro en el que habla de tantos temas que están por fuera de ello que resulta sorprendente o, como mínimo, destaca. Son precisamente sus búsquedas en torno de otras disciplinas lo que reviste un enfoque novedoso en la compilación. Pone el acento en lo académico en general, lo que empapa todo el libro imprimiéndole también con ello un principio de autoridad. Haber tenido formación académica es una circunstancia evidentemente a sus ojos que la marca en un sentido cultural axiológicamente positivo respecto de los colegas que han carecido de ella. Entre otras cosas, con ello se insinúa la idea de poseer una serie de saberes, destrezas y recursos cruciales para su trabajo, en particular para su dimensión de estudiosa independiente. Y ahora que lo pienso, tal vez una cierta inseguridad producto de no pertenecer a la institución académica pero sí no quedar deslegitimada por estar por fuera sea lo que la lleve a poner especial hincapié en este punto. Lo que no necesariamente es así en modo alguno en todos los casos en la Historia literaria. Sí afirmaría que contar con un doctorado en literatura denota la adquisición de una serie de conocimientos y una metodología del trabajo intelectual (en el mejor de los casos), que ayudan a sistematizar las indagaciones así como los resultados de lo que se está investigando. La posibilidad de acudir al metalenguaje de la disciplina que, cosa curiosa, puede resultar un obstáculo en la instancia comunicativa con ciertos lectores y lectoras. De modo que las ventajas de que dota la academia en un punto son ciertas, pero desde mi perspectiva las relativizaría. No las considero determinante como regla general. No son una condición sine qua non para trabajar con seriedad ni profundidad. No necesariamente en lo que se refiere a la calificación profesional ni a la formación en este campo, un doctorado otorga una mayor autoridad a un escritor, intelectual o profesional, para el caso, de la literatura para sus búsquedas. Ni siquiera para el trabajo de investigación propiamente dicho. Simplemente señala un trayecto formativo en una determina disciplina en la cual se ha profundizado de una determinada manera (y no de otras igualmente válidas), mediante el tránsito por una institución superior, según ciertos planes de estudio (completamente arbitrarios, por cierto) que responden a un cierto perfil de egresado o egresada. Eso es todo. Se ha estado sometido a una evaluación de modo permanente, eso es cierto, para promocionar distintos cursos. Para otros puede incluso resultar limitante o hasta unívoca esa trayectoria en determinados marcos, si bien no lo ha sido en su caso. Pero sí remite a una serie de rituales, protocolos y costumbres, metodologías de la investigación intelectual, sistematización de fuentes y resultados, de los que la vida formativa de un escritor autodidacta o con otra educación formal queda privado pero puede ser al mismo tiempo muy rica transitando otros senderos. En ocasiones aventajando a los doctorados en una disciplina o una especialidad. Menos aún promueve dosis de talento en el arte de escribir ni es prueba de excelencia. Por otro lado, la formación académica, hasta puede ser ocasión de una serie de conflictos en el fuero íntimo de muchos escritores y escritoras que refieren en sus testimonios que la consideran una institución de carácter represivo. Muchos refieren que inhibió su creatividad y acobardó su dimensión imaginativa. No digo que esto suceda en todos los casos. Pero sí en una buena parte de ellos. En Hustvedt por lo visto el tránsito por el posgrado significó un logro que vino acompañado de competencias útiles. Pero en lo que sí quisiera hacer hincapié es en su necesidad de poner el acento en que posee una cultura universitaria y su tránsito por ellas ulteriormente en conferencias o cursos que imparte de modo insistente. En ocasiones abusando de las citas de teoría literaria seguramente allí aprendidas, lo que resulta abrumador. Pero no diría que se detectan digresiones en tal sentido.

También resulta contradictoria una afirmación deslizada por Hustvedt acerca de las personas que sienten la necesidad compulsiva de hacer pública su intimidad (entiendo que se refiere a redes sociales o la Internet en general, quizás a los media también) cuando es ella misma la que en muchas ocasiones en el presente libro se refiere a circunstancias de su intimidad no necesariamente indiscretas pero sí con una intensidad potente de carácter expresivo revelando historias familiares o de su biografía.

En la segunda parte del libro, “Pensar”, Hustvedt desarrolla una serie de hipótesis y reflexiones en torno de sus investigaciones sobre las neurociencias, la psicología, el psicoanálisis y la psiquiatría. Hay nombres de estudiosos o científicos que retornan. Menciona que ha sido la única artista en integrar un equipo de investigación sobre neurociencias en una Universidad estadounidense al que asistieron distintos especialistas. También que coordina semanalmente un taller de escritura creativa en una clínica psiquiátrica de NY. Y expone su trabajo acerca de comportamientos relativos tanto a funciones como a disfunciones de la mente humana en estrecha relación con el cuerpo, bajo la forma (debatida en la ciencia y sobre la que ella reflexiona) de una unidad indisoluble. Pone especial acento en todo aquello que ni las neurociencias ni el psicoanálisis han llegado a desentrañar, en virtud del misterio inaccesible del inconsciente, o bien de otros tantos misterios a los cuales la ciencia ni siquiera puede alcanzar a rozar con explicaciones satisfactorias. Asimismo, se ocupa de precisar los mecanismos que permiten nuestros movimientos cotidianos por el mundo, nuestros desplazamientos exitosos o no por él, o bien todo lo que concierne al fenómeno del sueño, sobre lo que tendrá mucho que decir. Hay un persistente cotejo con el universo animal en relación al humano y suele evocar a una de sus mascotas, un perro que regresa entrañablemente a sus páginas. También suele remontarse a la etapa neonatal para señalar ciertas características de ese momento de la vida humana. Este trazo en el tiempo mediante la diacronía remite inevitablemente a los lazos materno/filiales que ella misma ha mantenido con su hija, circunstancias a la que suele aludir con satisfacción.

Hustvedt tiene una gran capacidad y claridad expositivas de teorías sobre las cuales se ha interiorizado en detalle (si bien también a mi juicio abusa de las citas). Va al punto y no da demasiados rodeos. Y se concentra en torno de un punto concreto. No obstante, dado que estamos ante un conjunto de ensayos tan diversos, las estrategias argumentativas, con elementos narrativos o descriptivos suelen ser variables.

En otro orden de cosas, se refiere a sus migrañas y a una suerte de alucinaciones que en algunas ocasiones la han aquejado. Y cómo durante una breve etapa estuvo internada en el prestigioso Hospital Mount Sinaí de NY debido a esa afección. Durante toda esta parte ocupan también un lugar sumamente importante la teoría y la crítica literarias así como la literatura, esto es, conjuga saberes científicos con poética, crítica y teoría. Todas ellas europeas. Las únicas excepciones a esa regla tal vez sean, si mi memoria no falla, Mijaíl Bajtín, los formalistas rusos, además del estadounidense Harold Bloom, toda una autoridad crítica en EE.UU. y el mundo por su conocido libro El canon occidental, entre otros, que fue por cierto objetado por numerosos grupos desde una perspectiva crítica. Hará referencia en más de una oportunidad a que está casada «hace treinta años con el mismo hombre», como se recordará Paul Auster. Y citará fragmentos de los libros de éste por lo menos en tres oportunidades. Este punto pone a su escritura en una relación singular con la de su marido, con la del universo masculino en general, el afectivo ligado a lo profesional en un oficio que ambos comparten. Y al sumar el nombre de su hija citado en otros ensayos a una constelación familiar de artistas (porque ella es actriz o estudia para ello, de hecho debaten en familia cuándo les fue comunicada la noticia de la elección de esa vocación a sus padres).

Finalmente, la última parte, “Mirar”, está consagrada a la captación del mundo mediante la mirada, el sentido de la vista, la crítica sobre artes plásticas y la fotografía, así como la explicación y descripción del acto perceptivo de una obra plástica, concretamente el de la pintura, a partir sobre todo de las premisas de la corriente filosófica de la fenomenología europea. Sin embargo, acudirá a otros ejemplos, incluso provenientes de la creación literaria acerca de cómo se produce ese fenómeno en su caso particular. Se referirá a la escritura de sus novelas explicando que se trata de un arte vagamente voluntario, a medias espontáneo, a medias volitivo, pero que indudablemente se desencadena, la asalta, consiste en una fuerza que se experimenta y sobre el que registra un relativo control que jamás es total pero sobre el que indudablemente tomamos decisiones, teniendo una noción de lo que es más acertado respecto de lo que no lo es según nuestro criterio.

El ensayo sobre Goya resalta de modo elocuente respecto del resto por varios motivos. En primer lugar por su extensión. En segundo lugar por su potencia argumentativa, sus rasgos persuasivos. Por su conocimiento en profundidad de la obra del artista español y contiene momentos de tensión en los que polemiza abiertamente con las declaraciones de dos artistas que se han inspirado en la obra de Goya para su propia obra, de modo explícito. A los ojos de Siri Hustvedt, sus declaraciones públicas, están plagadas de confusiones, imprecisiones e inexactitudes respecto de temas en los que deberían pronunciarse de un modo evidentemente más ajustado conceptualmente hablando. Habla aquí en carácter de experta y de respetuosa de la obra de Goya además de las fuentes con las que estos otros artistas la leen según sus particulares términos. También subyace a su trabajo un principio de autoridad según el cual no está dispuesta a dejar pasar apreciaciones sobre Goya que lo desvirtúen mediante un lenguaje que no está a su altura ni a la de un artista plástico serio, según su criterio.

Y no quisiera dejar pasar que en la segunda parte (lo que no mencioné) narra un sueño elocuente. En él se le aparecen Sigmund Freud (a quien designa con el apelativo de “el maestro”, invistiéndolo de un rango de autoridad superlativo), su hija Anna Freud e irrumpe también en el mismo sueño el nombre de Oscar Wilde, tan solo mencionado por ellos. Esta galaxia intelectual resulta como mínimo descollante por el despliegue de lúcidas inteligencias que representan para ella desde el plano de lo simbólico y a la luz de sus lecturas todas ellas. Al menos ambos psicoanalistas. Ignoro su evaluación acerca de la poética o la capacidad intelectual de Oscar Wilde, porque la omite en ese relato. Lo que también resulta particularmente sintomático. Quiero decir: el privilegio en esa constelación la tienen los psicoanalistas, no los literatos, la que es precisamente su profesión. Privilegio que otorga a los psicoanalistas por encima del escritor, que queda desplazado de lugar, connotado al lugar solo del nombre en el contenido de su narrativa del sueño.

El presente libro retoma parcialmente la punta de un cabo que se abrió con su anterior ensayo titulado La mujer temblorosa o la historia de mis nervios (The Shaking Woman or A History of My Nerves, 2009), que aborda algunas circunstancias ligadas a una serie de síntomas por ella padecidos, que no encuadraban en diagnóstico alguno, lo que dio lugar a inaugurar una serie de investigaciones serias en torno de temas vinculados a la neurociencia y la salud mental, el uso de psicofármacos, para comprender qué era lo que le estaba sucediendo cabalmente. Y junto con ello se fue abriendo un continente insospechado a la luz del cual prosiguió esa línea de estudios. Ese libro abunda en narraciones de escenas en las que Hustvedt describe su autopercepción y el registro de lo que le sucedía al intervenir en eventos frente a un auditorio o en entrevistas o lecturas. Algunos de los ensayos de este volumen precisamente prosiguen interrogando a fondo estos fenómenos, con más experiencia, lógicamente, además de acudir a una biblioteca más profusa y más certera. Esta circunstancia pone en diálogo búsquedas, bibliografías, con interdiscursividades.

¿Que qué impresión me llevo de Vivir, pensar, mirar? Es una compilación de ensayos (como quiere Husvedt, lo que no significa que lo sean, como ya lo adelanté), con hipótesis originales, en particular en torno de temas poco explorados por la literatura ligada al género ensayo literario, incluso cuando es cultivado de modo sistemático por autores especializados en temas extraliterarios. Siri Hustvedt realiza importantes aportes transdisciplinarios, documentados y remitiendo a experiencias concretas y a una amplia masa bibliográfica. Al final hay una abundante cantidad de notas y referencias que afianzan los argumentos o hipótesis de cada ensayo, fundamentados con estudios críticos, teóricos o científicos. También menciones de obras literarias.

Hustvedt menciona a Susan Sontag en más de una oportunidad (incluso aludiendo a que ha cambiado de parecer en torno de algún tema), en especial en lo relativo a sus trabajos sobre la dimensión de los lenguajes visuales y audiovisuales, motivo que me lleva al punto siguiente al que quisiera referirme. Siri Hustvedt, salvo los casos en que indaga en las investigaciones en torno de las neurociencias o algún teórico literario (también su formación académica en NY), no se manifiesta interesada en su propia cultura más que en algunos artistas plásticos contemporáneos, una minoría para ser franco, de modo insular si tenemos en cuenta la totalidad del libro y de artistas a cuyo abordaje se consagra. No se percibe sentimiento de arraigo en modo alguno respecto de su patria. Su referente es la tradición continental europea, en su vertiente letrada, tanto literaria, humanística y científica, o bien en el caso de esas disciplinas que están divididas por una delgada línea que separa las humanidades de las ciencias. En particular, el sistema de citas y de referentes es nítido en ese sentido. Ratifica una orientación. De modo que se trata de un libro fuertemente eurocéntrico. La única mención a un escritor latinoamericano es muy al pasar la de Borges (algo demasiado frecuente en el campo de la literatura a esta altura del siglo XXI en virtud de su nivel de canonización y virtuosismo, casi insoslayable, me atrevería a afirmar en el género ensayo de autor) y, por otro lado, no se ocupa de la literatura de su país en ningún análisis en profundidad. En un libro de 412 págs. (en mi traducción al español) este proceder no puede ser atribuido a un mero descuido, una desatención o una negligencia. Más bien me inclino por un afán programático cuidadosamente meditado o que tiene en mente un faro al cual dirige tanto sus palabras como una necesidad de aprobación. Datos no faltan al respecto. Sus alusiones a los museos europeos, las traducciones de sus obras en otros países, sus viajes a Europa por reuniones científicas, giras literarias o bien invitaciones a dictar conferencias, sus viajes al extranjero a museos, sus profusas lecturas de ese continente que hace constar en el libro, los artistas plásticos elegidos mayoritariamente. Esto tiene que ver de modo claro con una cierta clase de formación (que ella ha buscado) y de expectativas o incluso pretensiones. Al igual que Susan Sontag, se medirá, eso queda a las claras, con las grandes inteligencias y sensibilidades europeas, lo que se esclarece ya desde la elección de su iniciático tema de tesis doctoral cuando conquista su posgrado en 1986 con la aprobación de la defensa de su tesis sobre un autor inglés. Esto es: en su idioma pero con el prestigio aristocrático que le confiere ser un europeo.

Siri Hustvedt parece ubicada en el país equivocado y en un continente para ella aparentemente poco interesante. En el que se siente, por lo visto, poco a gusto. Un continente que experimenta como simbólicamente pobre frente a Europa. Y, por otro lado, el cotejo con Susan Sontag si tenemos en cuenta la importancia que aquella también otorgaba a la cultura europea, sin embargo resulta relativo. Porque lo que para la vida de Sontag fue una dura batalla crucial, acompañada de un activismo político y un encendido combate por los Derechos Humanos, incluso internacionales, en Hustvedt se diluye en un par de ensayos sobre temas abiertamente políticos sobre su país y referencias dispersas a manifestaciones de las que participó contra políticas de Bush, pinceladas acerca de lo indefendible del racismo o ideologías que estigmatizan la diferencia social o sexual, pero siempre menciones al pasar sin pronunciarse de modo frontal, al menos en lo que concierne al presente libro. Circunstancias todas que Sontag atacaba frontalmente. Y desde acciones concretas. Por otra parte, Sontag sí le otorgó relevancia a la tradición letrada de su país, en numerosas oportunidades. Los ensayos de ambas son incomparables. Siri Hustvedt está concentrada en su propio oficio, no roza la esfera política, por la que se muestra desinteresada (por más lúcido y sustancioso que sea su abordaje, por más comprometido con el semejante en lo relativo a sus estudios sobre la salud), pero lo hace en relación con investigaciones personales, desde una perspectiva individual, no miliante (pero sí crítica de las disciplinas y el sistema en lo relativo a la salud mental). Solo parece alguien interesado en un tema complejo, al cual ella tiene mucho que objetar, con el que tiene mucho que discutir y también que poner en evidencia, parcialmente con un afán que podríamos llamar denuncialista. Pero no lo toma como una causa personal sino como una investigación a secas. Si bien ambas han optado por el camino de la escritura, al margen del sistema académico, Hustvedt mantiene aún desde otra perspectiva fluidas relaciones con él. Sontag también las tuvo, pero primó la creación y, muy en especial, el combate. La aventaja en su preocupación por los contextos, incluido el enfoque que le da a su libro como se recordará sobre el cáncer, un libro que también ponía en diálogo búsquedas literarias con las de la salud. Sontag, como es sabido, padeció cáncer, lo que motivó la escritura de ese libro. Me refiero a La enfermedad y sus metáforas (1978), al que luego siguió El SIDA y sus metáforas. (ampliando el anterior, 1988). De todas formas, en ambos casos, un padecimiento en la salud que las aquejó las condujo a investigaciones. Pero sí señalo posiciones muy distintas en tal sentido. Sontag es fulminante. Hustvedt es una investigadora sostenida, quizás porque su problema de salud no ha sido un caso de vida o muerte.

Por otra parte, en lo que atañe al final del libro, a su trabajo persistente sobre la crítica de obras de artistas plásticos y fotógrafos, en Sontag el estudio de la mirada, los modos de ver y las imágenes está por lo general sujeto a una politización que en Hustvedt no percibo de manera explícita. Más bien su atención está puesta en el acto de la recepción, el impacto emocional y en la inteligencia que produce la obra en quien la contempla o se detiene en ella con énfasis más estudiado.

Vivir, pensar, mirar, me parece un libro bien escrito, sólido, erudito, pero formulado desde un lugar, para su autora, culturalmente ajeno, con todo lo que ello supone. Hablará de una materia y de fuentes en torno de las cuales no se ha educado, más que como lecturas importadas. Hustvedt está atenta a impresionar a otro universo cultural excéntrico respecto de su ubicación en el mundo (tanto cultural como geográficamente). Y el espacio con el que pretende medirse. Como también lo hizo Susan Sontag ya desde sus comienzos con su formación entre varias Universidades, incluida NY y más tarde París, bajo el magisterio de Roland Barthes, entre otras autoridades. Y con un gran poder de determinación con su carácter avasallante. Las dos preguntas que quedan flotando en el aire son: ¿podrá Siri Hustvedt dar la talla de la tradición de la gran literatura y filosofía europeas? Y la siguiente ¿sucederá lo mismo con Siri Hustvedt que lo que sucedió con Susan Sontag, que sí lo logró de modo deslumbrante? Eso solo lo zanjará el tiempo. Y el talento y las estrategias de autora con que Siri Hustvedt afronte y complete su proyecto creador, así como su originalidad creativa.

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