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paola maita
Photo by: Ignacio Sanz ©

Un futuro para los padres

Hay muchas cosas de Venezuela que son capaces de romper a cualquiera en estos momentos. La situación que se agrava cada día, el informe de la ONU que cuenta y cuantifica todos los crímenes de lesa humanidad que han ocurrido en los últimos 6 años, las Caracas chronicles sobre la vida de aquellos en cuarentena en la frontera… La verdad es que es muy fácil sentirse roto como venezolano un día cualquiera.

Por debajo de todo esto, están los dramas que suceden en privado, tras las puertas y rejas de los hogares de cada quien. Yo, como millones de otros venezolanos, estoy aquí en otro país, sentada en mi sofá mientras escucho al robot aspirador hacer su trabajo después de un día de trabajo.

Aquí, aunque la vida pareciese transcurrir tranquila, con sus más y sus menos como todos los países (y más en una pandemia), hay algo en lo que no dejo de pensar. Mi madre, los padres de S., los de V., la madre de C., los padres de A… Son muchos los padres que tengo en mente cuando pienso en el futuro.

Veo a mis amigos europeos vivir con la certeza de que sus padres tienen un sistema que los respalda medianamente. Si bien está lejos de ser perfecto (basta escuchar un poco las noticias aquí en España para saber que el sistema de pensiones colapsará eventualmente), ellos tienen la tranquilidad de saber que algo podrá echarle una mano a sus viejos llegada el agua al cuello. En la mayoría de sus cabezas, ninguno de ellos tiene la certeza de que hay una cuenta atrás para el día en que sus padres tengan que depender totalmente de ellos.

Esto no quiere decir que no haya casos en otros países donde los padres dependan económicamente de sus hijos. Hay tantas situaciones como personas en el mundo. Sin embargo, la magnitud de esta dependencia en Venezuela en estos momentos quizás sea algo que no tenga comparación.

 


Hasta ahora, no ha habido un tema que V. y yo no podamos conversar. Dentro de nuestro universo de conversaciones, hay un tema que se va colando cada vez más: Nuestros padres.

En su caso, su madre vive aquí en España y su padre en Venezuela. Están intentando ver cómo logran unir de nuevo un destino, tener la misma casa, algo que pueda mantenerlos que no sean sus hijas… Vamos, lo que normalmente querría cualquier pareja de personas mayores.

En el mío, mi madre vive en Venezuela sola. Su familia vive en otras ciudades que, en tiempos anteriores, estaban cerca. Ahora, en medio de la pandemia, da igual que sean otras ciudades u otros planetas. Cuando escasea la gasolina, la electricidad, el agua, el gas y abunda el peligro en las carreteras, 20 y 6546 kilómetros pueden tener el mismo significado.

Como nosotras, todos los padres de nuestros amigos y conocidos venezolanos están en circunstancias parecidas: tratar de ver cómo podemos ayudarles sin dejar de vivir nosotros.

Como psicólogo, he aprendido que los padres no son responsabilidad de los hijos, que cada quien tiene derecho a hacer su vida con sus reglas y elecciones.

Como hija, tengo un serio conflicto interno. Quiero hacer mi vida. Me gusta cómo he vivido en los últimos años en España, pero no puedo dejar de pensar en mi mamá quien no merece la situación que está viviendo. Así como yo no escogí que una plaga devastadora se devorase todo lo que yo tenía entendido por país, ella tampoco merece vivir precariamente.

Por un lado, creo profundamente en el libre albedrío, donde mis elecciones son las que le dan forma a mi vida. Por otro lado, sé que todos somos leales a nuestras familias de alguna manera. Hay un hilo invisible que nos ata a ellas, por muy bien que lo tengamos asumido o no.

Por mucho que intente ir por el mundo moldeando mi destino con elecciones lo más conscientes posibles, ese hilo me va tirando de tanto en tanto, y últimamente más y más.

Mi libertad y ese hilo se contraponen en dos escenarios. Uno donde puedo seguir volando por el mundo sin más peso que el que decida asumir, y otro donde el hilo me tira. Creo que estos escenarios se repiten para todos los venezolanos que migramos, pero ¿En cuál de los escenarios se supone que salimos beneficiados tanto padres como hijos venezolanos? ¿En el que los hijos hipotecamos las posibilidades de tener una vida regida por nuestras elecciones porque asumimos a nuestros padres? ¿O en el que nos arrancamos el corazón y echamos para adelante sin ver qué y quienes dejamos atrás?


Photo by: Ignacio Sanz ©

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