“Lo que amamos es pasado”
Ulises Hadjis, Consecuencias y reclamos
Ulises Hadjis conserva su acento maracucho. Ya no tiene la vista del Lago de su natal Maracaibo y confiesa que la añora: fue reemplazada por un montón de edificios que no le dejan ver el horizonte. Pero en la cadencia de sus palabras Maracaibo sigue presente; no hay en ella ningún indicio de los ocho meses que lleva viviendo en Ciudad de México. Desde que el músico se mudó a la capital mexicana da la impresión de que, a pesar de haberse despedido de sus afectos, de su trabajo como profesor en la Universidad del Zulia y del país en que nació en 1982, ha ganado más de lo que ha perdido. Quizás porque se exilió de la derrota, de la incertidumbre de una Venezuela en la que ya no se veía reflejado.
Con ese ánimo están escritas las canciones de Pavimento, su tercer trabajo de estudio. El sucesor de Cosas Perdidas (2012) es hasta ahora su álbum más personal y el primero en el que no trabaja con el productor Roberto Rincón. En esta oportunidad decidió probar suerte con Andrés Levin (Moreno Veloso, Ely Guerra, Marisa Monte, John Legend) y el resultado es un álbum con una seguridad y madurez que muestra una clara evolución desde lo que fue su introspectivo y minimalista álbum debut Presente (2008). Sus próximas presentaciones incluyen una clínica y presentación en Berklee College of Music en Boston el 22 de junio y un showcase el 4 de julio en la Feria Circulart en Medellín. Este jueves se presenta en Subrosa en Nueva York como parte del Blue Note Jazz Festival, uno de los principales encuentros de este género. No será su primer concierto en la ciudad, pero sí el primero en el que no comparta cartelera con otros artistas. Entre sus invitados estarán el guitarrista José Luis Pardo “Cheo”, Rafael Urbina de Famasloop y la cantante y trompetista Linda Birceño.
—Este disco tiene mucho de catarsis y de derrota. ¿En qué lugar -geográfico y emocional- estabas cuando comenzaste a trabajar en este disco?
Lo empecé a grabar a principios de este año acá en México, pero comencé a componer justo después de que salió Cosas Perdidas en 2012. Ese día comencé a salir con Lissy, mi actual novia. Mis dos discos anteriores los compuse estando con otra persona y este fue el primer disco que compuse estando en una relación más adulta. Pavimento hace referencia a dos cosas: primero, a la idea de camino, luego a la idea del tiempo, a las cosas que se van juntando y montando una sobre otra como cuando se pavimenta una y otra vez la calle. En gran medida yo creo que es un disco que habla de sentirse insuficiente y sobre la derrota, que es básicamente como me sentía en ese momento. Canciones como “Ese hit”, “Basura” o “Tan perdedor” hablan de ese sentimiento de fracaso. “Movimiento» y “Al final del tiempo” son más apocalípticas. Creo que en gran medida este disco está teñido de eso; todas las canciones dejan sensación de derrota o más bien de sentirse insuficiente. Creo que en Venezuela esa es la sensación de la clase media opositora de mi generación: al final del día sientes que quizás podías haber hecho más. Quizás la misma cotidianidad y los grandes sucesos, como la no salida del chavismo del poder o la derrota constante de la Vinotinto que nunca fue al mundial, me hicieron sentir a mí y creo que a buena parte de mi generación como que no hicimos lo suficiente.
—Pero además de ese sentimiento de derrota, hay para mí en este disco algo esperanzador, como esas plantas que crecen en medio del pavimento. Leí que te gusta estudiar el tarot y que el tema trece del disco, titulado “Ulises Hadjis”, tiene cierta relación con el Arcano XIII del tarot, el arcano sin nombre que comúnmente es relacionado con la muerte. Para mí este disco bien podría guardar una analogía con esa carta porque, si bien tiene mucho de apocalíptico, a la vez me da esa sensación de cambio, mutación, transformación.
Nunca lo había visto así, pero es cierto: la última canción habla de un renacer, es una reflexión sobre mi nombre, sobre mí mismo y sobre el mito de La Odisea. Sobre cómo todas esas cosas se juntan. Y la última frase, ahora que lo pienso, es bastante positiva. Dice: “yo nunca caigo al mar”, como que al final nunca me doy por vencido. Así que tienes razón, creo que sí es un disco esperanzador al final. Es una forma de verlo. Habla de un proceso fuerte de cambio y derrota, de una parte de mi vida, pero al mismo tiempo al enmarcar esa parte de mi vida voy a comenzar una nueva.
—Uno de esos cambios fue dejar Venezuela y mudarte a México. ¿Cómo fue ese proceso?
Fue duro. Fue irme hacia un enigma, sin saber cuándo volvería a ver a mis padres y a mis amigos. Entonces sí fue un proceso doloroso, pero por otro lado mis últimos nueve meses en Venezuela consistían en recoger agua durante 15 minutos los días en que llegaba el agua, intentar dar clases en la facultad si no había paro o si no había protestas y luego ir a la noche a buscar en dos o tres supermercados algunas cosas de comer. La Maracaibo de bienestar en la que yo crecí ya había desaparecido. El exilio fue doloroso, pero por otro lado no había mucho espacio para el luto porque había que resolver demasiadas cosas todos los días como para estar en eso. Creo que el luto lo vivo más en México pensando en el futuro de mi familia o de Maracaibo o pienso en todas las cosas que estuvieron a punto de ser y no fueron. O cuando me doy cuenta de que los venezolanos hemos perdido a nuestro niño interno.
—¿Se ha desvanecido esa sensación de derrota durante estos meses viviendo en México?
He conectado más con vivir y menos con sobrevivir; en Venezuela tenía una sensación constante de supervivencia. Al mismo tiempo siento que muchas de las ideas que tenía en la cabeza no son disparatadas y sí pueden tener un espacio en la realidad. Me siento un poco más seguro de mí mismo, de mi obra. Estoy comenzando en un país nuevo, pero me siento menos temeroso del futuro, aunque estoy como Doctor Manhattan en Watchmen: veo el futuro borroso, no lo tengo tan claro.
—De tus tres discos este es el que tiene más colaboraciones y coautorías: Gepe, Andrés Landon, Esteman, Juan Pablo Vega, Heberto Añez… También los poetas venezolanos Willy Mckey y Natasha Tiniacos. ¿Por qué?
La verdad es que me sentía muy desenfocado y muy roto. Algunas colaboraciones como la de Andrés Landon en “Basura”, o las de Esteman y Juan Pablo en “Consecuencias y reclamos” sí vinieron de ganas de componer con mis amigos. Pero con Willy Mckey y Natasha Tiniacos se da porque ya yo tenía haciendo esas canciones un año y medio y no las podía cerrar. Necesitaba ayuda de alguien, más allá de querer hacer música con ellos. La mayoría de las coautorías vienen de sentirme bloqueado, en un callejón sin salida en lo creativo y necesitaba que alguien me rescatara. Llegó un momento en que para mí fue difícil tener tiempo de bienestar como para terminar una canción. Recuerdo claramente estar componiendo en el piano y pensar: “¿qué hago yo haciendo esto? Aquí a nadie parece importarle lo que yo pueda hacer con este piano o con mi voz”. Era difícil enfocarme y fue un golpe duro darme cuenta de que me sentía derrotado.
—Comenzaste a hacer música en solitario en 2004. De eso hace ya una década. Debe ser interesante mirar en retrospectiva tu trabajo.
Era una época en la que a nadie le interesaba escuchar a un solista con la guitarra que no tocara trova o rock. Las disqueras grandes habían desaparecido y tampoco existía Myspace. A la gente le parecía rarísimo lo que hacía, les daba risa. Ahora hay un montón de proyectos solistas en Caracas, pero en mi momento no había casi nadie. Cuando comenzó el boom de Myspace en 2006 me di cuenta de que había mucha gente haciendo cosas cercanas a mi sensibilidad. Fue una época muy bonita cuando saqué Presente en 2008, pero era un Ulises más tímido. En esa época me interesaba contar historias. Lo mismo sucede con Cosas Perdidas. En cambio Pavimento es un disco más personal: son canciones de un adulto que intenta verse a sí mismo y ver cómo fue su construcción desde su adolescencia hasta ahora.