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Roberto Ponce Cordero

Ucronía y distopía (II): The Plot Against America de Philip Roth como novela de no ficción

Publicada en 2004, The Plot Against America es una desconcertante novela ucrónica en la que Philip Roth, eterno candidato al premio Nobel de Literatura, se imagina unos Estados Unidos de América que, en lugar de asumir –a regañadientes– la lucha contra el fascismo en la Segunda Guerra Mundial, se pasan al lado del Eje. En efecto, el what if del que parte esta obra es uno que atenta contra toda la autopercepción norteamericana de 1941 para acá, basada en la glorificación de la democracia de corte oligárquico propia de los U.S. of A. y su misión civilizadora, supuestamente nunca mejor demostrada que en las playas de Normandía y en la consiguiente liberación de Europa llevada a cabo, siempre según el mito, por medio de los innombrables sacrificios de la que todavía es conocida como “The Greatest Generation”. En The Plot Against America, no obstante, no hay tal, sino unas elecciones presidenciales de 1940 en las que Franklin D. Roosevelt es derrotado por un movimiento político pro-Nazi liderado nada menos que por Charles Lindbergh, héroe nacional estadounidense de aquel entonces (famoso por haber atravesado el Atlántico en un vuelo ininterrumpido en 1927), como resultado de lo cual el país que se caracteriza por ser un melting pot se convierte, casi de la noche a la mañana, en uno en el que los pogromos tácitamente apoyados por el estado son sucesos cotidianos y, como tales, poco remarcables… banales.

Hace trece años, The Plot Against America parecía una novela pertinente pero también francamente exagerada. It was the best of times, it was the worst of times: un año antes se había iniciado la invasión estadounidense a Irak, fundamentada por medio de mentiras flagrantes o, en el argot actual, por alternative facts; era el año en el que George W. Bush era reelegido como presidente de Estados Unidos y en el que, por primera vez, ganaba también las elecciones presidenciales (¡después de robar una elección! ¡Más fondo no podíamos tocar!); pero, con todo… no era 2016. No era 2017 tampoco. No era un mundo en el que ya se hubiera dado un giro, por un lado notable pero por otro un poco anticlimático, un poco falto de disolvencias significativas, hacia la dimensión desconocida en la que estamos ahora, sino que era simplemente y como siempre (aunque a veces más) el mundo es: una porquería, para citar el tango “Cambalache”.

Ahora, sin embargo, lo es más (¿qué escribiría Discépolo, hoy?): si, en 1940 y en la historia real, Charles Lindbergh (el Lindbergh real, no el personaje de la novela de Roth) contribuyó a la creación de un efímero movimiento aislacionista llamado America First, cuyo objetivo era mantener a Estados Unidos al margen de la hecatombe europea y asiática y, de este modo, no pronunciarse con respecto a la moralidad o falta de ella de ninguno de los bloques en conflicto, implícitamente concediendo, así, a la Alemania nazi, a la Italia fascista y al Japón imperial el privilegio de la duda e incluso un eventual apoyo una vez que pasara la calamidad, en 2017 el “presidente” Trump, durante su discurso inaugural, usó el slogan America First para resumir la visión de su gobierno, ignorando intencionalmente décadas de complejas interacciones multinacionales y balances geopolíticos que están ahora en suspenso (no nos engañemos: interacciones que también fueron por décadas manipuladas y forzadas de manera brutal por el estado norteamericano para sus propios fines… pero interacciones al fin). Si el Lindbergh real era, al igual que la inmensa mayoría de figuras públicas mainstream de su tiempo (incluyendo a Roosevelt, por cierto), un supremacista blanco convencido, Trump y su equipo son supremacistas blancos en una época en la que, ilusos, algunos pensábamos que eso ya no era el mainstream de Estados Unidos. Si Lindbergh era una superestrella indiscutible de sus tiempos (incluso más de lo que Trump lo es de los suyos), Trump es una superestrella propia de sus tiempos: vacía, pantalla, mutante y sin capacidad de atención. Si Lindbergh había brillado, al menos, por su constancia y su valentía, así como por su pericia en el manejo de los equipos tecnológicos de punta de su década, Trump… ay, nada, el resto se escribe solo. Es todavía un enigma por qué ha brillado Trump.

Si Lindbergh se mostró no consternado sino sorprendido, después de la así llamada noche de los cristales rotos del 9 de noviembre de 1938 (también conocida como la noche de los pogromos), porque no entendía cómo un pueblo tan paradigmáticamente civilizado como el alemán podía comportarse de manera tan desordenada en lo que él, de todos modos, consideraba una empresa importante, es decir en el combate contra la supuesta (y por él plenamente aceptada) conspiración judía internacional, el triunfo electoral de Trump fue anunciado el 9 de noviembre de 2016 y este “presidente” lo que ve es una difusa conspiración islámica a la que ni siquiera pretende oponerle un remedo de civilización. Para nada y más bien al contrario: ojo por ojo, diente por diente, waterboarding y Muslim ban es la política igualmente difusa del facho de turno, que nos rompe los esquemas tanto de lo que en vida fue la democracia liberal como de lo que creíamos que era el fascismo. Acá no hay programa, acá no hay Mein Kampf: esto es El hombre sin atributos de Robert Musil pero en versión 3.0. En lugar de más de 1.000 páginas tenemos 140 caracteres.

En cierto sentido, entonces, estamos en un universo ucrónico en el que nuestra realidad es aún más extrema, aún más extraña, que la que Roth hace quince años se imaginaba como extrema y extraña para los años treinta del siglo XX. Si sumamos a esto el hecho de que Trump, al fin y al cabo, es un cero, una inmensa nulidad rodeada por extremistas de diversa calaña (Steve Bannon, Mike Pence, Paul Ryan, etc.) que, esos sí, saben lo que están haciendo o al menos lo que quieren hacer, tenemos desde hace un mes a un verdadero equipo ucrónico en la Casa Blanca. Al fin y al cabo, son fundamentalistas que le quieren dar vuelta a la rueda de la historia: ¿los noventa con sus pendejadas sobre diversidades sexuales, interseccionalidad, cambio climático, un mundo multipolar? Get them up against the wall. ¿Los sesenta con el nuevo Renacimiento y con tanto derecho repartido hacia los márgenes, con tantos márgenes inciertos, con tantos abanicos de potencialidad? Get them up against the wall. Joder: no es aventurado decir que, en cierto modo, la administración del “presidente” Donald Trump le quiere dar la vuelta a los treinta del siglo XX, incluso, cuando Roosevelt cometió el pecado original (el New Deal y la alineación con los Aliados), y en cierta forma tomar The Plot Against America como un verdadero plot, como una verdadera trama, para su propia política ucrónica de America First, de grupos poblacionales enteros considerados como indignos de vivir, de make America great again.

“El mundo fue y será una porquería, ya lo sé”, debe estar diciéndose Philip Roth a sí mismo: ser uno de los mejores novelistas norteamericanos del siglo XX (el American Century), escribir una novela ucrónica para describir las continuidades del fascismo en la era de Bush… y acabar dándole un libreto a un gobierno de incompetentes y zelotes que, en su empeño por darle la vuelta a la historia, pueden muy bien acabar con ella. “En el 506… y en el 2000 también”. Saludos desde el 2017, cuando… también.

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