Durante la llamada guerra sucia (1976-1983), los militares argentinos usaban mensajes cifrados, papeles con signos invertidos, números y letras. Se dedicaban a un entrenamiento especial para enviar y recibir contenidos ocultos. Ese gusto por el secreto había sido sistematizado por un gran matemático inglés: Alan Turing. Para los militares argentinos el problema era que Turing había sido gay. Para los militares machistas y católicos ser homosexual era una aberración, una afrenta a Dios. ¿Cómo podía ser que un degenerado hubiera inventado la ciencia que ellos adoraban?
El estatuto oficial prohibía decir su nombre. El que lo decía era encerrado en la cárcel o quedaba condenado a rezar durante meses en una celda especial. La cúpula castrense no solo usaba el sistema cifrado de Turing para limpiar la patria sino también aludir a Turing.
Turing, como Perón, era innombrable.
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