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¿Tú preguntaste?

CARACAS: Cuando descubrí que el niño Jesús (El Santa Claus en Venezuela) era mi mamá, porque mis primas me lo dijeron, yo sentí que no me quedaba de otra que preguntarle esto a ella: “¿Por qué no me lo dijiste?”. Ella, sentada en un sillón de la sala me respondió de la manera más directa y lacónica que alguien podría imaginar: “Tú nunca me preguntaste”.

De eso ya han pasado unos 18 años. Ahora, a mis 27, me doy cuenta que en ese momento mi mamá me regaló uno de los principios más útiles y universales: Es imposible saber lo que no se pregunta. El problema de esto es cuando la cantidad de las preguntas rebasa, por mucho, la capacidad de respuesta del individuo.

Para las personas de mi generación, considerando como “mi generación” a aquellas personas nacidas en la década de los 80, la cuestión de preguntar y conseguir respuestas ha estado un poco más difícil que para el resto.

Somos una generación complicada y eso no es un secreto para nadie. Representamos la transición entre lo general y lo específico; de aquellos que intentaban camuflajearse con el medio y los que intentamos, en una mayoría, ser diferentes. Marcamos el inicio de la transición del doñismo a lo indie, de ser la última generación que nació sin Internet en sus casas, pero que lo incorporó a su manera de vivir mientras crecía.

En una sociedad como la latinoamericana, donde la familia suele ser el epicentro de la vida de las personas, intentar ser distinto puede resultar un poco engorroso. Hasta donde sé, puede que me equivoque, a la mayorías de las sociedades de por aquí, nos gusta andar “amorochados”, como decimos los venezolanos, uno encima de los otros, para ser más universales.

En medio de esta tortilla de gente en la que la mayoría crecemos, puede que sea difícil diferenciarnos como individuos. Es lograr ese equilibrio entre ser lo suficientemente distinto para ser tú mismo, pero con un poco de generalidad como para poder interactuar con el medio.

Hay quienes se pasan la vida entera en eso, otros que lo consiguen con la misma facilidad con la que se ponen las medias en la mañana. La cuestión está en que eso de “sé tú mismo” es uno de los mandatos más complicados que se ha inventado la humanidad.

He ahí el dilema. No está en preguntarse “¿Quién soy?”, sino en obtener una respuesta. Mamá, aquí no peco de no preguntar, sino de no conseguir la respuesta.

Yo propongo que en el próximo salto evolutivo que dé la humanidad, nos hagan con un manual de Preguntas y Respuestas, o que nos den un número al cual llamar en caso de Emergencias, porque esto de descubrir que no sólo basta con preguntar para conseguir la respuesta no está nada fácil.


Photo Credits: Véronique Debord-Lazaro

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