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Trumpland de Michael Moore

El halcón de carne y hueso. Téngale miedo cuando se ponga bravo, señor presidente.

Salió de cartelera, dos días después del triunfo de Trump; no veo por qué. Es un Zelig, un habitante de Ohio, allí donde no ganó Hillary. Trumpland, Michael Moore (El halcón de la reina), podría pasar a ser un filme maldito o propagandístico, y nada que ver, allí, sentado, el corresponsal rojo, haciendo su carita de ángel, de comics, de analista político. La denuncia de un autor muy gringo.

Nooo, que hurror, pio pio pio, hagan el muro como en la ruta 17. Siiiiiii, uu, cleanerr. El discurso amañado, de humor desenfrenado, casi conversacional con el público en la filmación. Una espía cubana dicen que se suicidó en tanto digería el experimento del halcón. Pasitos en el infierno o la casa embrujada. La música incidental queda prohibida.

Hillary es cuestionada por su pobre campaña en los estados claves para los demócratas del norte: Ohio, Wisconsin, Michigan (Flint, 1954, de donde es oriundo el cineasta), y la cuota de Sanders, como la gran oportunidad de un demócrata. Nacionalista, estilo Harbard. Más allá del bien y del mal, la tierra de Walden, el exquisito rigor ante las cámaras petrificadas de un reino. Vimos los terribles bombazos en su película, Fahrenheit 9/11, 2004 (Palma de oro), sobre la invasión a Irak. George Bush. Afganistán. El guionista engendrado de una época, la actual cual si Pascual. No importa lo feo que seamos, no dejarse amedrentar, ahora que nos deja las diez razones para seguir en este traque traque emocional.

Los derechos casi inalienables de los realizadores de cine. No más inquisición, racismo de puro fuero, si uno ve, como los blancos en los metros gozan con los niños hispanos, y que nosotros tampoco queremos ser hispanos sino latinos casi con latinismo. Me japanese (un documental sobre la vida del poeta cubano, José Kozer). Yo de Cochabamba, pero en el Sikkim.

El desespero es para los que ahora mismo están entrando por la frontera estadounidense, con más riesgos, peligros de tragedia del medio oriente. La mirada de odio y desprecio, que se expande como ola mortecina. El muro en el palco 8 del teatro de Ohio, algo bien kafkiano, los musulmanes en escena, viviendo el teatro de los nuevos acontecimientos. O la tragedia de Arkansas para los Clinton, la noche de las elecciones. Decía un poster, la Clinton no sabe sino de invasiones. Esquizas contra taparrabos, en el demonio de los 50 Estados.

Oh goodnesss, goodness, aztecas en el jardín!, nautilus, penguins’!!! nu nu not. Se nos olvida que ahora van de primero los hackers. Después los que piden corona, y besan la mano de la Reina Isabel II. Las medialenguas taradas, y el K.K.K. No, no, no más inquisición para los negros. Los blancos que solo toman el sol federal bajo sombra permanente. Las caballerizas de lujo. Concepto extremo de republicanos. El kicking colonial contra alive and kicking del sueño justo americano.

Predijo hace cuatro meses que el magnate Donald Trump, llegaría a ganar la presidencia, pero en su documental, no, y allí le apuesta por una Hillary Clinton joven y lista (resourcefull and female empowerment). La tierra de Trump esta abismada, ni un verso de Ezra Pound la levanta.

Todos sus filmes son memorables, es el cronista del cine americano, en esta era de desplazamientos, Roger and me, sobre la General Motors, y la mano de obra barata en el extranjero, cerrando sus fábricas en Michigan. Bowling for Colombine (Oscar a, Mejor documental largo), 2002, sobre las armas en las manos de los neonazis jóvenes. Sicko, sobre las farmacéuticas, considerada una de las mejores películas documentales de la historia. Qué invadimos ahora, es su otro reciente filme.

Ahora nos preguntamos, ¿Qué dice el peluquero personal? ¿Cómo avanza con sus kilitos de más, si nació en el vientre de una ballena? La pregunta va para los dos.

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