Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!
fernando-gil-villa

Trump: Goodbye Monsieur Tocqueville! Hello Herr Jünger

La elección de Trump como presidente de Estados Unidos hace correr ríos de tinta. En situaciones como ésta conviene recurrir a los clásicos para orientarse. Para el observador Alexis Tocqueville la democracia de los Estados Unidos se basaba en la “igualdad de condiciones”, condición que debían copiar Francia y Europa si querían mejorar la vida de sus ciudadanos. Hoy en día, sin embargo, tal ventaja se ha difuminado, como puede verse, por ejemplo, en los trabajos del Premio Nobel de economía, Joseph Stiglitz «el 1% de la población tiene lo que necesita el 99%».

La igualdad puede ser la fuente de la democracia pero siempre y cuando los que más tienen cedan algo del pastel a los excluidos. En palabras de Tocqueville, “Conocedor de sus verdaderos intereses, el pueblo comprenderá que, para aprovechar los bienes de la sociedad, es necesario someterse a sus cargas”. Sin embargo, esa mentalidad no ha cuajado en los Estados Unidos como en los países del norte de Europa. La carga impositiva (el 27% frente al 50% de Suecia) y la economía social ocupan porcentajes muy inferiores, de los que no puede deducirse ninguna generosidad sino todo lo contrario, un potente individualismo apuntalado por la sospecha inquebrantable de que, el pobre, lo es por culpa propia.

“¿Puede pensarse que después de haber destruido el feudalismo y vencido a los reyes, la democracia retrocederá ante los burgueses y los ricos?”, se preguntaba el pensador francés. Respondemos nosotros mucho tiempo después: por supuesto que sí. La desigualdad se estructura alrededor de los factores sociológicos típicos, como el género y la raza y muestra la radiografía de la fractura social. La estadounidense, refleja bien el paradigma de lo que he llamado la “sociedad vulnerable”. La inseguridad en todos los frentes, no sólo en el del orden, ha hecho mella en las proverbiales clases medias norteamericanas de tal forma que recurren a la fantasía del salvador. La Gran Recesión aumentó el miedo a la movilidad social descendente. Dado que la desilusión se trasladó de la economía a la política, el nuevo mesianismo requiere a personajes excéntricos, líderes fuertes y desafiantes, demagogos que prometen recuperar la estabilidad, el centro, es decir, la posición de dominio –del hombre sobre la mujer, de la nación sobre el resto de naciones, del WASP sobre el inmigrante, del empresario sobre el artista inútil-.

Para las clases medias es más fácil buscar chivos expiatorios –inmigrantes, terroristas, negros ociosos, mujeres-, extirpar el mal a través de un cirujano de hierro, que examinarse y asumir su responsabilidad en la peligrosa brecha social. Es más difícil mirarse al espejo y emprender la tarea del autoconocimiento. Al parecer, el milagro contemplado por Tocqueville no ha podido ser digerido por el pueblo, como si, una vez lograda la proeza de eliminar la existencia de enemigos sociales autoritarios –inquisidores, reyes, patrones sin leyes, machos dominantes-, no se pudiera soportar la carga de la responsabilidad social y compasión que conlleva la autonomía. Sucede que el enemigo se ha desplazado, ya no está fuera sino dentro. Es uno mismo. Uno se mira al espejo por la noche y debe rendir cuentas a uno mismo, ser transparente con uno mismo, preguntarse si ha sido coherente con sus creencias sobre el medio ambiente, la educación de los hijos o el amor a los padres ancianos. Pero la ambición, el estrés, el hambre de acumular experiencias en la loca carrera de la autorrealización, la necesidad, en fin, de éxito en las múltiples facetas de la vida, empezando por el número de visitas y de amigos en las redes sociales, impiden ese examen. Mejor tomar algo para dormir y mañana volver a la carga. Mejor culpar del sufrimiento ajeno al sistema y traspasar al líder todopoderoso la responsabilidad de limpiarlo. ¿Poderoso hasta qué punto? Hasta el punto de hacer trizas el sueño americano –paradójicamente reivindicado por el magnate Trump- que permite al vendedor de periódicos llegar a Presidente. Algunas de las transformaciones más importantes de la democracia americana del último siglo consisten precisamente en el aumento de exigencias para los candidatos, como la de contar con enormes recursos. Los políticos ya no son ciudadanos que viven circunstancialmente para la política sino profesionales que viven de la política.

Uno no puede evitar entonces recordar una cita de la novela filosófica política del alemán Ernst Jünger, Eumesvil, un futuro pos-apocalíptico donde “La guerra civil mundial modificó los valores. Las guerras nacionales se libraron entre padres, las guerras civiles entre hermanos. Desde siempre ha sido mejor caer en manos del padre que del hermano. Es más sencillo ser enemigo nacional que enemigo social”.

Hey you,
¿nos brindas un café?