4 y 5 de julio. Estados Unidos y Venezuela celebraron sus fiestas nacionales con pocas horas de diferencia. Fueron tristes aniversarios para ambos países.
Para Venezuela más bien fue un día de luto. Empezó con las imágenes deprimentes del vicepresidente Tareck El Aissami, quien entraba con arrogancia en la Asamblea Nacional acompañado por el ministro de Defensa y Jefe de la Fuerza Armada, general Vladimiro Padrino López, miembros del gabinete y partidarios chavistas, para, según él, conmemorar la Independencia. En realidad para ejecutar un acto que, al irrespetar el recinto parlamentario, pisoteaba una vez más la independencia de los poderes.
El Aissami también había convocado “a los excluidos por el modelo capitalista y por esta clase política apátrida a acudir al Parlamento”. Una invitación que siguió a pies puntilla un grupo de delincuentes armados, quienes entraron en la Asamblea con bastones y otras armas, ensuciaron con la brutalidad de la violencia un recinto que debería ser sagrado y respetado por cuanto símbolo de democracia, hirieron a varios diputados, amedrentaron y robaron a todos quienes estaban adentro, entre ellos periodistas y funcionarios. Difícilmente Venezuela celebrará un Aniversario de la Independencia más amargo del que le tocó vivir el 5 de julio del 2017.
El día anterior, a pesar de la belleza de los fuegos artificiales que llenaron los cielos norteamericanos de colores y el aire de exclamaciones jocosas de grandes y pequeños, la celebración de la Independencia no fue más alegre para los estadounidenses.
La incertidumbre que llena de zozobra las casas de los americanos del norte tiene muchas causas. Generan preocupación y asombro los twits que, entre gallos y medianoche, publica el Presidente para lanzar insultos a diestra y siniestra, en particular a la prensa; asusta la determinación con la cual está decidido a desmantelar no solamente la reforma sanitaria, que ha permitido a millones de personas de bajos recursos tener acceso a la asistencia médica, sino diversos programas sociales de los cuales hasta ahora se han beneficiado muchos de sus electores. Crean profunda preocupación medidas como el recorte de los fondos para la investigación científica; el cierre de las fronteras a los inmigrantes; la promesa de un muro con el cual alejar México y a los mexicanos. En tiempos en los cuales la humanidad entera vive bajo dos grandes amenazas, el terrorismo y el calentamiento global, un presidente como Trump no ofrece mucha tranquilidad. La salida de los Acuerdos de París es considerada por la mayoría de los ciudadanos una decisión peligrosa y lo mismo vale para la paulatina desarticulación de los planes energéticos implementados por el Presidente Obama que tenían como finalidad prohibir las extracciones en zonas costeras y nuevas explotaciones de energía fósiles.
A todo esto se agrega una política exterior arriesgada, que casi nunca respeta las reglas delicadas de la diplomacia. Muchos los dolores de cabeza, desde las relaciones con Europa hasta la compleja realidad medioriental, las divisiones entre sunitas y sciitas, la guerra civil en Siria, la grave situación de Turquía, país en el cual Erdogan pisotea regularmente todos los derechos humanos. En lo que se refiere a nuestra región pasamos desde el muro con México hasta el restablecimiento del bloqueo a Cuba y en general a un desinterés hacia los países de la región. Dulcis in fundo, asustan los juegos de guerra que ama Kim Yong-un de Corea del Norte quien lanza misiles como si fueran juguetes, guapo y apoyado por los intereses económicos que unen su país a China y Rusia.
En líneas generales Estados Unidos va perdiendo poder económico y se está opacando la imagen de una nación que llevaba adelante las banderas de la tolerancia, la democracia, la libertad de prensa y de expresión y valores como la paz y la democracia.
Trump empezó su primer G20 con una visita a Polonia, un país gobernado por un líder de extrema derecha, populista y autoritario, un aliado seguro con el cual quiso enviar un mensaje claro a la Europa de Merkel y Macron. Luego, sin mostrar preocupación alguna por las sombras que siguen empañando la pasada campaña electoral a causa de la injerencia rusa en los sistemas informáticos, se ha reunido con Putin, un encuentro que duró más de dos horas a pesar de estar pautado para ser de un 35 – 40 minutos. Como si fueran grandes amigos, olvidando que pocas horas antes, en Varsovia, había dicho “Rusia tiene una actitud desestabilizadora, nosotros sabremos como responderle”, Trump se sentó frente a un Putin sonriente y muy seguro de sí, para hablar de Siria y de Ucrania, de inmigración y terrorismo, y finalmente, también de seguridad informática.
Cuando Putin, con una sonrisa, dijo que no hubo ninguna interferencia rusa en las elecciones americanas, desmintiendo las denuncias de FBI, CIA y NSA, y esas palabras fueron repetidas por el Secretario de Estado Tillerson, no pudimos evitar comparar el cinismo del líder ruso con el de Nicolás Maduro, cuando condenó los actos violentos que ensangrentaron la Asamblea Nacional venezolana.
Ambos países están sufriendo las consecuencias de elecciones marcadas por muchos errores, desde los que hicieron los partidos de oposición hasta los de los electores que expresaron su disconformidad a través de la abstención.
Quizás deberíamos leer todos el libro On tyranny del historiador Timothy Snyder quien hace una lista de todo lo que se debe hacer para devolver humanidad a las sociedades y así evitar las trampas de los populismos.
Y Snyder termina con una recomendación: no aceptar la política de la inevitabilidad. Otros Aniversarios vendrán.
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Photo Credits: Nicolas Raymond; Thad Zajdowicz