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Adrian Ferrero

Tríptico de Irlanda

 

Joyce camina con Beckett: final de partida

Fatigan en sus caminatas
por Dublín
recorriendo los War Memorial Gardens
Joyce y Beckett
Beckett (más astuto)
le dice a Joyce que tiene
la punta del zapato izquierdo
con un agujero (lo que no es cierto)
Joyce se inclina y levanta el pie
para mirarse
Descubre la treta
Ríen
Pero a Joyce no le ha gustado la broma
(ya son demasiadas, se está cansando)
No le gusta que le gasten bromas
Menos aún Beckett
quien es su secretario
Por otra parte
está indignado
porque su hija ha caído rendida
ante Beckett
Sin embargo él
tenía otros planes
más interesantes (digamos)
Joyce viene de visitar a Jung
quien le ha dicho
Literalmente:
“Ya sé que su hija también escribe.
Pero donde usted nada ella se ahoga”
Y bueno
“Esas cosas suceden con los psicóticos”, le explica.
Joyce, entre resentido y culposo,
se marcha del consultorio
No sin antes haber mantenido
una larga charla sobre Arte
Jung no está dispuesto
a dejar marchar así como así al Maestro
Beckett lo interroga
acerca de esa entrevista
Pero Joyce es un hombre reservado
Calla. Comprende ¡qué triste!
que Beckett es un chismoso
(detalle que detesta en la gente)
Doblan en el primer recodo
de los War Memorial Ganders
A Joyce Beckett lo tiene podrido
El pacto de lealtad ya se ha quebrado
por la malicia imperdonable de Beckett
quien pese a que le pasa de todo
No escarmienta
Por lo visto es un patán
Tanto que parecía un señorito
que escribía y además traducía
del inglés al francés
Joyce, de un certero golpe de timón
Directamente lo despide
Dándole la espalda
dejándolo plantado en los War Memorial Gardens

 

La pesadilla de Beckett

Beckett escribe
febrilmente
pero con sigilo
de estratega
Final de partida
Ese título
es como la jugada maestra
de un ajedrez de atletas
que comenzó en un secretariado
desvaído como un daguerrotipo
Ahora ya es foto
porque se enteró
por un chisme
de que Joyce ha publicado
el Finnnegans Wake
¡Maldición! ¡Obra maestra!
“Una obra inmortal”, se confiesa
rumiando la noticia
Él ha sido testigo
de semejante proeza
Su corruptela sin embargo
no ha llegado a tanto
como para copiar el truco
del Maestro, pero también del Jefe
No hubiera podido
con la estrategia de acróbata
de ciertas almas superlativas
como la de Joyce
puesto a escribir
Joyce se mueve entre signos
como lo haría un nadador olímpico
en una pileta de cien yardas
Y es que tal vez lo sea: “Habita un Olimpo”
se dice con rabia
la chirrían los dientes
Se muerde los labios
hasta sacarse sangre
Un hilo le chorrea
por la comisura
Unas gotas le manchan
las solapas
Las reglas del secreto
al fin y cabo
se las llevará Joyce
Cerebro de Babel
en el cual no se extravía
Joyce está hecho
de una materia exquisita
Vive creando
hasta el mismísimo acto
de caminar
Después del festín titánico
que fue
terminar su obra maestra
ahora descansa
en un cottage de Escocia
Se trata de un libro
que no conocerá presentaciones
salvo el teatro magnífico
de su reinado para siempre
¿El de Ítaca después de Ilión?
Sin embargo Dublín queda tan lejos
de París
Impotente
porque ni siquiera
un desdichado Premio Nobel
será su consuelo
Beckett llora, llora, llora
“No ser
quien ha creado
esa bestia espléndida y maldita”
(maldice)
«Ese Finnegans Wake
parece escrito por el mismísimo Diablo”
Se sume entonces en el sueño
Es la mejor muerte
cuando uno tiene pesadillas
intolerables

 

Joyce y Beckett: un discurso en Estocolmo

Mientras Joyce se afeita
con la espuma de su jabón de glicerina
(Nora le enseñó esa treta)
Beckett se peina esa cabellera
Canosa, desordenada, feroz
que supo ser rubia
en su bohardilla de Dublín
Jamás fueron amigos
ni lo serán
Conversarán
en un ocasional paseo por Temple Park
Beckett sacó todo el partido
que le fue posible
de ese hombre colosal
que fue Joyce
Le copió la tarea (digamos)
escribiendo en los márgenes
del manuscrito del Finnegans Wake
sus secretos más certeros
No me digan
que no es una forma
de ser un indigente
con astucias
perdiendo toda imaginación
Ahora se encontrarán
en un pub
para beber
un whisky con soda
Llega Joyce
Es puntual y ordenado
como lo ha sido
con sus manuscritos siempre
De todas formas
ha mirado su reloj como si fuera un báculo
Joyce es preciso, justo, mide los milímetros
de cada palabra
Ese es un signo de prudencia
Llega Beckett agitado
con la excusa
de que al capítulo no sé cuánto
del libro que Joyce termina ahora
le faltan unas cuatro hojas
(como mínimo)
“¿Cuatro hojas?”, queda paralizado Joyce
“¿dónde pueden ir a parar cuatro hojas
en medio de una bohardilla?”
Se pregunta desconsolado e iracundo
Y ahora Beckett
lo dice de viva voz
“Sí, son cuatro”
Joyce se pone de pie
de modo terminante
no lo saluda
No acata modales
Sospecha que está
en medio de una celada
que le ha tendido un patán
que además carece
del más elemental de los talentos
Luego, arroja con desprecio
unos billetes sobre la mesa
Deja saldada la deuda
de ambos
Estar con gente así
es una forma de perder el tiempo
Causa verdaderas náuseas
Hasta uno termina por perder la inteligencia
Jung le dijo como un gurú
en cierta charla amena que mantuvieron
que si publicaba el Finnegans Wake
lo detestarían
Pasar unos minutos junto a Beckett
no solo es una forma de perder la dignidad
Daría un paso más allá:
hasta cierta noción
de ética profesional infringida
¿Qué pensará a su debido tiempo Beckett
cuando en el estrado de Estocolmo haya terminado
de pronunciar su discurso
de recepción del Premio Nobel?
Seguramente algo
que se parece demasiado
a la humillación, a la impotencia
Pero, sobre todo,
a la patética Vergüenza.

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