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Tríptico: darse cuenta

1. Vértigo. De repente uno va por la escalera y siente un escalón, que siempre ha estado ahí, un poco más lejos. O girando en ese estado de navegación etérea en la cama, cuando se está a punto de dormir sin saberlo, un giro se vuelve una caída. Entonces te parte esa idea: todo el orden del equilibrio solo es una cápsula en el oído interno. Lo delicado que es esta máquina de fibras pilosas que puede hacernos perder el arraigo vertical a las raíces de la tierra con una enfermedad Ménière, o las fístulas, el Síndrome del Borracho en seco, o una contusión. Entonces uno empieza a cuestionarse si podemos perder la gravedad así de fácil, si los sentidos nos dan siempre la verdad, como lo hizo Parménides (seguro mareado en su catre de la Magna Grecia).

2. O puede que un cuadro agudo te de ese dolor proverbial debajo de los pómulos y te das cuenta que detrás de un hueso (y uno tan valorado por la estética) hay bóvedas y túneles de mocos, que cuando abrazamos a alguien estamos sosteniendo una arquitectura de vesículas, orines, linfa. Todo agarrado por un costillar que no tiene mayor diferencia a, digamos, el embarrado de salsa de un ternero que sostenemos en las manos.

3. Yo, animal. Entonces decimos: sí, lo soy. Como mis costillas. Es biología básica. No somos hongos, ni ese cajón de sastre que es el reino Protista, ni nada más allá que primates. En sentido práctico es sencillo de decir; no lo es para las inquietudes poéticas. Está el animal metaphysicum de Schopenhauer, o el animal de palabras que clama Jorge Debravo. También está Victor Hugo, que escribe del hombre-rata, del hombre-mono. ¿No somos todos el zorro de Esopo? ¿El león de Samaniego? Nuestro espíritu humano está hecho de retazos de los animales. De nuevo, la biología dice que están vivos los robles, el musgo y el liquen, las setas o los virus cuando están adentro de alguien más. Lo sabemos. Pero solo vemos realmente vivos a los animales y es con ellos que ocupamos entendernos. Son los únicos compañeros con los que nos podemos medir en un diálogo que no se puede completar.

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