Tres lindas cubanas nos cuenta la biografía fabulada y documental del escritor mexicano Gonzalo Celorio en la que se sirve, por un lado, de la memoria dulce que ensambla un mosaico con las figuras de tres hermanas que como columnas nostálgicas ofrecen su recuerdo para narrar un acontecimiento histórico que no ha podido dejar de impactar a nadie: la revolución cubana. Por otro, su propio conocimiento de la literatura cubana, construido en sus estudios literarios y en sus viajes culturales a la Cuba ya inscrita en la revolución. Y, también, sus ideas secretas sobre el lado negro de una gesta profundamente deshumanizadora.
Su madre y sus dos tías forman un triángulo que nos ofrece tres perspectivas frente al hecho consumado del cambio de rumbo político de su patria: la que sigue sin fanatismo los dictados de la revolución , la que la adversa con suavidad, la que termina en Miami más por imperativos del destino que por convicción. Tres vidas marcadas por un suceso estremecedor que van tejiendo en la historia una trama deliciosa que se pasea por la ternura y la desilusión como se pasea por La Habana y su belleza colonial, poco a poco deshecha por los vientos arrasadores de la nueva visión.
Esta trilogía de voces femeninas entrañables forma un círculo menor dentro de una narración que usa tres voces y tres miradas para contar en el tiempo cómo se derrumba un ideal. Los tres bloques van a turnarse rigurosamente su orden de aparición para presentar la visión pre-revolucionaria (el origen), la visión de la primera época de la revolución ( la utopía) y el desencanto íntimo ( el fracaso).
La primera voz es de una narradora femenina, que suponemos su tía Rosita , por el álbum que le entrega donde registra sus vivencias. Ella le cuenta al protagonista la historia antigua de su familia. Sabroso, fluido, ágil y apasionante el pasado aparece transformado y falaz. Se centra en el recuerdo de los tiempos felices y los idealiza como toda memoria que se precie de tal. Sobrevivir depende de maquillar el pasado a conveniencia. Gonzalo es un receptor pasivo que escucha sin intervenir, que se entera de su procedencia y se pone en contacto con la peripecia ancestral de sus mayores que va revelándole su identidad perdida. La nostalgia es la dueña de esta voz, la nostalgia que responde a la pregunta: ¿quién eres tú? Y que va deshilachando recuerdos para otorgar esa identidad sin la cual somos náufragos a la deriva. A través de ella, recuperamos a La Habana vestida de gala. A la ciudad decimonónica que exhibe con orgullo el lujo de sus edificios coloniales. El lujo de su Caribe majestuoso, de su constitución paradisíaca. Aquella Cuba hecha a imagen y semejanza de emigrantes ávidos de fortuna, que la lograron y le rindieron pleitesía. Esa Cuba añorada y llorada poco tiempo después.
La segunda voz es la del narrador. En primera persona relata sus viajes a Cuba entre 1972 y 1996. Viajes profesionales , en su gran mayoría, como representante cultural de México ( su país de origen) en la isla, donde se dedica a organizar foros, conferencias y eventos centrados en la literatura, que ha terminado siendo su especialidad. En este bloque narrativo, Celorio cuenta su experiencia de la realidad cubana en un presente que, para el andamiaje de la novela, ya es pasado. Documenta la vida cultural en Cuba durante los 25 primeros años post-triunfo de la revolución. Encontramos una visión entusiasta, en principio, de los iniciales logros del castro comunismo y asistimos a la pérdida paulatina de la ilusión emancipadora, del brillo progresista de sus postulados. En pinceladas indirectas se va describiendo el lado oscuro y oculto del régimen, que se va haciendo más obvio y patente a medida que el tiempo pasa y lo deja traslucir impúdicamente. No encontramos en este bloque juicios de valor o posturas políticas evidentes. La mirada del protagonista describe lo que va pasando, lo que va presentándose ante sí , ajeno todavía a la elaboración de una postura crítica sobre la realidad que lo acecha sin darse cuenta.
Es en el tercer bloque narrativo donde aparece la esencia ideológica de la historia. Nos topamos con una voz extraída de un diario o de la reflexión íntima porque está escrita en cursiva, lo que indica que ocurre en el plano de las ideas, no en el de los hechos. Suponemos que el yo reflexivo es el del narrador-protagonista que nos muestra su percepción más profunda y sensible de la “cubanidad” que no se alcanza o comprende solo a través de la leyenda familiar de la tía, o el contacto vital de viajes prefabricados. Aquí está con todo su poder la intuición que atraviesa lo que parece ser, lo que crees que es hasta llegar a lo que te despierta la atención y el juicio crítico: otra realidad, que le da la espalda a la máscara dulce del pasado remoto y a la euforia de los años efervescentes. Es la realidad escondida en las mallas rotas de la bailarina del Tropicana, en el clamor reverencial por un desodorante spray , en la humillante constatación de que hay que agachar la cabeza para medio vivir, en las ruinas humanas y arquitectónicas de una ciudad que no para de sufrir, y en la inexorable certeza de que solo el tiempo hará justicia a tanto despropósito revestido de liberación.
Tres lindas cubanas nos canta más que cuenta una canción sobre la identidad perdida y el anhelo de recuperarla. Nos muestra la condición de exilio que vive todo ser humano cuando no conoce sus raíces. Cuando se somete a la tiranía de ideas extremas que le dan una falsa sensación de pertenencia que se desmorona rápidamente. Nos habla de que construirse y reconstruirse es un trabajo arduo que incluye un viaje por la memoria de nuestro origen, otro viaje por los errores de percepción del presente y un final vuelo dedicado a la verdad que siempre nos convoca aunque no queramos tratarla de frente. Ninguna de las tres visiones, por separado, será capaz de retratar la realidad. Solo las tres juntas, cada una a su modo, conducirán a la comprensión de una historia de luces y sombras, de belleza y dolor, de fe y desencanto. Como la vida misma.
En una frase magistral, Sergio Pitol, resume con esplendor la tesis de Celorio: “ Uno es los libros que ha leído, la pintura que ha visto, las calles recorridas. Uno es su niñez, su familia, unos cuantos amigos, algunos amores, bastantes fastidios. Uno es una suma mermada por infinitas restas.”