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Amparo Bojórquez
Photo Credits: mliu92 ©

Todo lo que digas, será al revés

Yo sé que pasó. Él también.

Me parecía un juego. Un secreto excitante, a espaldas de mis padres. Yo tendría menos de 10 años. Él, más de 10 años mayor. Un pariente más que pasaba por la casa cada tanto. A comer, a platicar, y cuando estábamos solos a enseñarme cosas que no debía saber para mi edad, que me hacían sentir extraña pero bien.

Muchos años después, mis silencios se volvieron una admisión de la verdad después de un comentario desafortunado sobre no querer verlo. Susurros, llamadas que tomaba mi madre en su cuarto en vez de frente a todos como siempre, que sonaban bajo la puerta con tono de amenaza. Miradas de lástima y preocupación.

“Mentirosa” llegué a escuchar. Comentarios en redes sociales de otros familiares que no me mencionaban en nombre, pero con un tono más que claro: “que lástima que te juntes con esa persona”. Consejos sobre cómo superarlo, el típico “sólo eres una víctima si quieres serlo”, cuando no te consideras una víctima, la misma palabra asociada a un entendimiento y rechazo de la situación, mientras que tú simplemente no entendías lo que pasaba. Pedirte que ayudes a otra niña que pasó por lo mismo, cuando tú misma apenas vas examinando las secuelas, el enorme daño que se esconde por años hasta que te ves obligada a enfrentarlo y decirlo en voz alta.

No tengo la certeza de cuántas veces pasó, ni qué tan lejos llegó. No tengo las fechas exactas de cuándo empezó ni cuánto duró.

Nunca lloré ni pedí ayuda, no hubo marcas en mi cuerpo. No hay ninguna prueba, tampoco ningún testigo.

Uno afirma y el otro niega, la palabra de uno contra la de la otra.

El pasado 2 de abril, una mujer desde al anonimato concedido por las redes sociales del movimiento #MeTooMusicosMexicanos escribió que cuando tenía la edad de 13 años, Armando Vega Gil, un hombre por mucho mayor, abusó de ella. El músico de la banda mexicana Botellita de Jerez negó categóricamente los hechos y procedió a quitarse la vida.

El suicidio le concedió la razón. Independientemente de su intención, Armando Gil fue convertido en mártir de la causa, la víctima glorificada del anti progresismo, la denuncia anónima y por supuesto, el feminismo.

Una vez más, vi ante mis ojos los mismos descalificativos. Mentirosa, lo hizo por llamar la atención, fueron exageraciones, cobarde, ¡que dé pruebas!.

“Si fuera verdad” hablan desde el podio virtual a miles de personas que asienten, también virtualmente “lo habrían dicho a tiempo, lo habrían denunciado”.

Miles de mujeres son violentadas día a día, más de 4 millones y medio de niños y niñas sufren abuso infantil al año en México, pero por algún motivo, un suicidio se ha vuelto más que causa suficiente para pedir el cese o regulación de las denuncias anónimas. Se piden responsabilidad y normativas contra la difamación y los daños psicológicos que puedan causar a los acusados.

La mujer que denunció podría salir a la luz, pero ¿para qué?. Con su muerte, Vega Gil enterró por completo también la investigación, el juicio y las dudas. La sentencia ya fue dictada y ella fue la única encontrada culpable, de homicidio.

Cierto o falso, ¿hay manera de probar que sucedió? En mi caso no. En el de ella, probablemente tampoco.

Ella era la única que sabe qué pasó. Él, también.


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