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Francisco Martínez Pocaterra

Tiempos de guerra

Ricardo Cusanno, presidente de Fedecámaras en Venezuela, cree que sentándose en la mesa con la élite regente pueden resolverse los problemas. No voy a caer en el juego tonto, en la necedad del buen revolucionario sobre el empresario maligno. Este texto no va por esos derroteros tan anacrónicos como inútiles. La actitud del empresariado venezolano, que es bastante más compleja que las rencillas de izquierdistas trasnochados, se comprende, pero no puedo justificarla. Nace de la orfandad política. Acosados por el régimen de Maduro (y antes por el de Chávez), y, ante un liderazgo errático, buscan pactar con quien aprieta la soga que los ahorca. Creen – o quieren creer – que juntos, como si fueran iguales, van a resolver los problemas cotidianos. Obvian los empresarios, tal vez por una soberbia imperdonable, que la élite conoce los problemas, pero prefiere lidiar con ellos que ceder el control.

En estas circunstancias podrían alcanzar algunos acuerdos, como la aceptación de cuentas en divisas, del pago en divisas, cierta lasitud con el tema de los precios, pero olvidan los ingenuos, que ya antes, en otros percances financieros, lo ha hecho la élite, forzada por las adversidades, pero, al tiempo, cuando supera el atolladero, aprieta de nuevo… ¿o ya no han permitido las cuentas en dólares para luego, prohibirlas otra vez? No va a ceder, la élite. Si conceden poder al empresariado, les derrocan. No entienden los empresarios lo que ha sido obvio desde el inicio de este desafortunado régimen: inmersos en las teorías marxistas, a pesar del boato grotesco en el que viven los jerarcas y sus conmilitones, para ellos, los mandamases, todos ellos, los empresarios, son el enemigo a vencerse. Podrán ofrecer concesiones a algunos, los más sumisos, los más arrastrados, los que se conformen con las migajas, pero el resto, será siempre presa de su ambición depredadora.

Tal vez, solo tal vez, flexibilicen un tanto las rigideces que de tiempo en tiempo ponen en el congelador pero que no derogan. Quizás lo hagan solo mientras campean la tempestad. Una vez escampe, como otras veces, los órganos del Estado asaltarán la quietud de los empresarios. Solo crecerán – y se enriquecerán – los que jueguen con la élite, y usted dirá que lo harán todos, pero la torta no alcanza para tantos. Sobre todo, porque los jefes no van a aminorar su trozo.

Lo más triste es que la actitud de Fedecámaras no es solo la de un empresariado deficiente que, ante un proyecto modernizador como el que proponía Carlos Andrés Pérez en su segundo mandato (mal instrumentado, pero, sin dudas, una tarea pendiente), corrió a los brazos de un populista que asaltó nuestra democracia una mañana de febrero, infestado por un sinfín de resentimientos. La dirigencia toda adolece del mismo mal: la sensación de orfandad y su mezquindad frente a una crisis que vaya uno a saber por qué, creen ellos que no les alcanzará como un tsunami, las costas.

Tiran la toalla. Se rinden. Renuncian. Mientras tanto, la ciudadanía pierde los verdaderos espacios donde puede hacerse fuerte: el empresariado, los partidos políticos, los sindicatos… y el gobierno lo sabe, y por eso, los doblega con sobornos y garrotazos. Son estos y no gobernaciones y alcaldías vacías los refugios que debemos preservar, porque desde esas tribunas podemos conquistar espacios y, eventualmente, contener primero a la élite y, luego, forzarla a pactar la transición.

Resulta cuando menos pusilánime, si no cobarde, la táctica de Fedecámaras. Y, sobre todo, estéril. Bien decía Winston Churchill: «el que se humilla para no ir a la guerra, se queda con la humillación y también con la guerra».

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