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Teología posmoderna

Desde la época de los egipcios han pasado 5000 años, y miren que hemos evolucionado. O al menos eso parece. Desde ese entonces, cada civilización ha tenido su propio sistema de dioses y creencias.

Henos aquí en pleno 2015 y, después de todo este tiempo, aún estamos enredados con esto de Dios o Dioses: cosas o personas que alabamos o adoramos. En un mundo donde las creencias y religiones pareciesen estar hechas casi a la medida, como una especie de prêt-à-porter decadente, y donde es posible hacer cócteles de creencias sin que eso nos perturbe demasiado; me es imposible no preguntarme en qué creemos realmente en este momento.

A estas alturas del milenio pasado, estábamos en pleno Medioevo, con la Iglesia Católica dominando todos los ámbitos occidentales: social, económico y político; con ansias de conquista, con las cruzadas por comenzar a ocurrir… Suena a cuentos muy distantes, pero ¿De verdad estamos tan lejos de eso?

Seguimos con luchas sobre creencias y dilemas morales, que no son más que versiones posmodernas de los mismos problemas universales que hemos arrastrado desde hace tanto tiempo: los límites de la ciencia, la familia, las sociedades, el poder sobre los territorios y sobre qué creencia es la correcta. Dios, Alá, Buda, la naturaleza, la magia, Ganesha, el Internet, Osho, Freud, Taylor Swift, todas o ninguna de las anteriores. Son tantas las opciones que tenemos al alcance, que sería ilógico no confundirnos.

Las sociedades son tan polares y disímiles en apariencia, que a veces me cuesta creer que todas están conformadas por seres humanos. Por un lado, tenemos estados laicos, donde es posible encontrar en cualquier esquina una religión, grupo o secta que nos caiga bien; pero por otro, tenemos estados totalitarios y religiosos, como los islámicos, donde esto es prácticamente imposible.

Si lo vemos desde lejos, estamos bastante más cerca de donde estábamos parados hace 1000 años en cuanto a creencias se refiere de lo que parece: aún existen religiones súper poderosas con gran influencia sobre las masas, y eso es una realidad innegable.

Yo me atrevería a decir que si bien todo parece igual de alguna manera, también estamos en un punto de quiebre. Las grandes religiones no han muerto, pero algunas han perdido fuerza, y han dejado brechas para el nacimiento de otras creencias; de las cuales algunas son renovaciones de algo preexistente, mientras que otras son completamente nuevas. Es imposible ignorar el factor demográfico en toda esta situación: A mayor cantidad de personas, hay mayor diversidad de todo, incluso de credos.

Si es normal que mezclemos cerveza, tequila y vino en una misma noche, también es normal que creamos en Dios, la reencarnación, extraterrestres, el poder de Google y los santos de la abuela al mismo tiempo. Después de todo, quién quita que en este milenio nos reinventemos en cuanto a este lío de las creencias se refiere.

Hablar o escribir de religión siempre ha sido, es y será incómodo, porque es imposible no ofender a alguien en el camino, y si ha sucedido en este artículo, me disculpo. A pesar que este corolario pareciese irrefutable, tenemos la ventaja de que en esta época una mayoría podemos escoger en qué queremos creer, tal como escogemos un restaurante para cenar, para luego hacerle un review entre nuestros conocidos. Que elegir sea sencillo o no, es otra cosa.

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