Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!
Karl Krispin

Tengo un Aleph en el bolsillo

Hace algún tiempo escribí que las corbatas se estaban convirtiendo en una excentricidad del pasado como las túnicas romanas. Se utilizan pero cada vez con menor frecuencia en una época signada por la informalidad, las camisas por fuera, los gluten-free, la imagen y la vida inteligente y superior de los móviles. Buda, luego de ser príncipe e internarse por siete años en el bosque, apenas llegó a una conclusión: que lo único permanente era el cambio. Hoy, el cambio ha pasado a ser más que un medio, se trata de un fin en sí mismo. Lo que describe nuestro tiempo es el movimiento. En estos días le envié un libro de regalo a una persona a quien le llevo unos 30 años (nací en 1960, de modo que calculen ustedes). A pesar de la revolución del WhatsApp, Twitter, Instagram, Snapchat y hasta el vetusto email, no recibí agradecimiento ni acuse de recibo por ningún medio. Me han dicho que las actuales generaciones no acostumbran esos detalles y que no espere nada a cambio. Más allá del consejo filantrópico espero que la civilidad no haya sido prohibida por la velocidad que parecemos llevar.

No me preocupa el cambio. Al contrario, me emociona y suscribo la tesis de que sí vivimos el mejor de los mundos. Nos enteramos en un santiamén qué sucede en el planeta con diferencia de segundos y desde la cubierta de nuestros smartphones se asoma luminosamente la totalidad del universo. Mi amigo Norberto José Olivar me tuitea que Google es el Aleph (Curiosos lean El Aleph de Jorge Luis Borges). Lo retuiteo y le digo que sí: que se trata de aquel descubrimiento de Carlos Argentino Daneri en el sótano de una casa a punto de desaparecer  y que atesoraba todo cuanto existía, “uno de los puntos del espacio que contienen todos los puntos”. Olivar responde con Baricco que Google no tiene alma. Le contesto que se la damos con nuestra emoción de perdigueros. Cada quien se entrega a sus propias exploraciones y los buscadores digitales son como los antiguos sextantes sólo que ahora los navegantes no curioseamos el rumbo de las pléyades sino el de nuestro apuro por un dato. Curiosa y paralelamente al hecho de que cada uno de nosotros carga un Aleph en los bolsillos, esta era de inteligencias artificiales es prolija en demencias seniles y olvidos como nunca.  Antes también nos mirábamos, hoy lo hacemos desde el teléfono sin tregua ni pestañeos.

En este orbe de sorpresas cotidianas aspiro a que no nos devore la pantalla. Que lo virtual no sustituya lo presencial. Que sigamos teniendo la amabilidad de vernos, con o sin corbatas, pero sin olvidarnos.  Sin que la prisa pueda arrollar la cortesía que nos debemos.

Hey you,
¿nos brindas un café?