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alejandro garcia vielma
Photo Credits: Ciara-Angela Engelhardt ©

Tango, el primero (IV)

Escribí este texto tras mi salida del país, Venezuela, con destino a Buenos Aires. Es una narración de no ficción, pero con una estructura enrevesada: la única forma que encontré para contar lo vivido. Fui poseído por muchas emociones y pensamientos.  Nunca busqué la originalidad pero sí la autenticidad. Ser inmigrante podrá ser un asunto de estado, pero principalmente es una realidad que se padece individualmente.

El primer minuto. Llegué a San Cristóbal con tres maletas grandes y varios bolsos de mano. Viajé acompañado por mi madre y mi tía Oliria, quienes me ayudaron a terminar de empacar. Dejé atrás el apartamento de Mérida con más de treinta cajas color crema de apio comprimiendo lo que llamaba: «Mi biblioteca».

Llegué temprano, aproveché el día para organizar el equipaje. Reduje mis pertenencias a una maleta de veintitrés kilos, otra de diez y un morral para evitar un cobro extra por sobrecarga en los aeropuertos. No me quejo, es más que suficiente para recomenzar.

Tres días restan para volar hasta Caracas y desde allí tomar otro vuelo con destino a Manaus, Brasil. Hoy aproveché el día para comenzar a leer uno de los dos libros que llevaré conmigo: «Buenos Aires», antología de narrativa argentina (1992). Juan Forn, el compilador, en la introducción habla de haber seleccionado a los autores para empezar a publicar cuando Borges dejó de hacerlo. La antología empieza con un cuento llamado «Carpe Diem» de Abelardo Castillo. Leí unas pocas líneas y lo abandoné de inmediato. El protagonista del cuento e interlocutor del narrador dice algo que me trajo de regreso a Marina igual al barrido demoledor del oleaje después de una gran resaca: «Todo lo que nos va a pasar con una mujer se sabe siempre en el primer minuto».

El primer minuto de Marina, siendo Marina Sau, fue cuando ingresó al apartamento de Mérida. Mi biblioteca la hizo abrir los ojos impresionada, pidió permiso para avanzar y se olvidó. Caminó en confianza por la sala. Yo seguía desde la puerta la sonrisa, las líneas del rostro, el hoyuelo en el mentón, las manos blanquísimas recorriendo los estantes y palpando el lomo continuo de los libros. Yo estaba desencajado, no estaba preparado para la cara iluminada que estaba viendo. Quedé totalmente intrigado, necesitaba saber quién era, hacer un bosquejo de la personalidad. Le di espacio, me concentré en Cristian, pero sin dejar de observar sus movimientos delicados.

Juan Forn recurrió a Borges para agrupar escritores y asomar un poco el nuevo panorama de la narrativa argentina a finales de siglo. Yo también debo hacerlo para completar la idea del primer minuto como presagio de lo que será. Claro, no me anima un afán semiótico ni esoterista. Me mueve la idea de comentar las coincidencias y su carácter anecdótico. Nuestro breve episodio, Marina – Alejandro, está bajo la luz precisamente de eso: La coincidencia y la anécdota.

«De los diversos instrumentos del hombre, el más asombroso es, sin duda, el libro». Dice Borges en una conferencia. «El libro es una extensión de la memoria y de la imaginación». Marina entró a mi vida como aquella primera vez al apartamento. Abrió los ojos impresionada, pidió permiso y se olvidó. Calzó las líneas del rostro, la sonrisa, el hoyuelo en el mentón y con las manos blanquísimas fue recorriendo los estantes de seso y sangre. Fue palpando el lomo continuo de mi memoria y luego contempló atenta, concentrando todo el entendimiento, mis cuadros imaginarios. Marina Sau entró a mi vida con movimientos delicados, como una lectora empedernida a una biblioteca.

Una biblioteca es un espacio sensible para mí.


Photo Credits: Ciara-Angela Engelhardt ©

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