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Tan solo una huella memorable

Cada vez que inspiras a alguien te acercas más a la inmortalidad

Me aturde la estupidez de buena parte de la intelectualidad venezolana. Su llanura es pasmosa tanto como nociva. Inmersos en su mundillo, se alaban unos a otros, sin darse cuenta de su pequeñez. Se ufanande ser una élite, una camarilla ungida por la Providencia para saber la verdad y como profetas, anunciarla a los vulgares. Se erigen como un grupo selecto al que difícilmente conceden acceso a los extraños. Sin embargo, su estrechez y su banalidad resultan estridentes.

Temen las voces sonoras de los que apartados de las enseñanzas izquierdistas de sus mentores ucevistas, pronuncian un discurso más coherente, pero para ellos, apóstata. Se aterrorizan ante ofertas contemporáneas que se distancian años luz de las monsergas aprendidas durante la juventud y que por idolatría o enamoramiento de párvulos, aún atesoran en sus almas, a pesar de su hedor nauseabundo a naftalina.

Citan a todos los maestros que sin remilgos, justifican la mitología latinoamericana contra el primer mundo, contra todo lo que les recuerde que sí fuimos colonizados y que aun ellos, indigenistas y defensores del buen salvaje, son hijos de esos colonizadores. Hablan su lengua y están forjados culturalmente por valores traídos del Viejo Continente al Nuevo Mundo por colonizadores cuya sangre también corre por sus venas. Me aturde su ceguera y su incapacidad para ver que tras su mestizaje, su apego a una mitología poco creíble de nuestro pasado precolombino, hay una penetrante influencia europea.

No es solo el chavismo, que exacerba ese discurso memo, esa verborrea necia sobre un antiimperialismo que ve con buenos ojos la injerencia cubana en nuestros asuntos o la rusa y china en los cubanos, sino la intelectualidad de este país, que también sufre ese complejo tan arraigado en el alma de la América Hispana. Creen que su preferencia por París y el vino de burdeos les hace mejores y más inteligentes que aquellos que sin complejos aceptan con honestidad lo que les place y lo que no.

No creo en tótems. No idolatro, y si bien puedo sentir afinidad hacia algunos artistas y personajes, no los elevo a un altar, ni les enciendo velas. Una vez que nos deslastremos del niño que enaltece a su héroe, que asumamos que los seres humanos somos imperfectos y que todos tenemos un poco de ángeles y otro tanto de demonios, podremos empezar la construcción de una sociedad imperfecta pero perfectible, una nación con errores que con el tiempo, iremos corrigiendo.

No hay caudillos ni salvadores. No hay una élite ungida. Solo hombres que durante su tránsito brevísimo por este mundo, tal vez dejen alguna huella memorable. El resto, lo que va quedando, es obra de muchos, es obra de la humanidad. Asumamos pues, que esa obra también lo es de cada uno de nosotros y que el primer paso para levantar ese castillo que llamamos país no es otro que responsabilizarnos por nuestras decisiones, sobre todo las que implican la elección de nuestros dirigentes.

Tal vez tenga razón Vargas Llosa. Tal vez el mundo de hoy esté viciado por la idiotez y la banalidad. Que quienes llevan la voz cantante en los medios ocultan tras la complicidad de sus dichos y actos, el temor a ser desnudados por esa otra élite, más discreta y que sin ese afán por ser reconocidos, sin complejos, defiende sus convicciones y sus razonamientos, esa otra élite que no repite cartillas aprendidas de maestros marxistas, sino que expone lo que ha deducido como resultado de sus estudios y de su criterio.

Como ciudadanos debemos aprender a distinguir al necio del verdadero prohombre que ofrenda sus años de estudios a dejarlo que ya dije,algo que sea memorable.

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