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Suspiros en las estepas marcianas: Nuestro mundo muerto de Liliana Colanzi

Al leer Nuestro mundo muerto de Liliana Colanzi, me recuerdo del sexto punto de Consejos sobre el arte de escribir cuentos de Bolaño: “Un cuentista debe ser valiente. Es triste reconocerlo, pero es así“. Estos ocho relatos (El Cuervo Editorial, 2016) tienen a su favor que no tienen una sola poética. Cada uno tiene su propia tendencia estética y se sostiene solo.

Para lograr saltar de un cuento como Alfredito, donde un anciano indígena parece tener el poder de convertir cinturones en serpientes y un muerto anuncia en sueños su resurrección, a Nuestro Mundo Muerto, sobre una colonia distópica en Marte, hay que ser valiente.

También hay que ser valiente para escribir algo como El meteorito, que me parece la pieza fundamental de este libro. Desde hace unas décadas, el relato latinoamericano a favorecido la influencia norteamericana sobre el realismo mágico. Pero aquí tenemos una especie de batalla conceptual entre las creencias indígenas de los peones, posibles en un Carpentier, y la explicación que se va intuyendo de una ciencia ficción más de historieta (contacto del tercer tipo, abducciones) que de Asimov o Bradbury. Pero lo verdaderamente valiente es darle a todo esto un final costumbrista, que remata al cuento con la sorpresa de las últimas líneas, como en la aritmética de los cuentos clásicos.

El ojo y La ola muestran que, en este mundo narrativo, existe un vínculo pernicioso entre lo urbano y la salud mental. Un ojo que espía en baños públicos, los estertores del Armagedón en una sala de cine y una ola que saca los instintos suicidas de estudiantes, todo como representaciones de complejos y trastornos de ansiedad de los adultos jóvenes.

En Chaco tenemos una situación digna de una novela de Jorge Amado, donde la voz de un muerto acompaña a un joven en la intimidad de su mente. Otra vez parece que todo gira en torno a los linderos la locura. Este relato tiene una fuerza poética especial en su principio: “…una palabra justa hace temblar la tierra. La palabra es un rayo, un tigre, un vendaval…”.

El último relato, Cuento con un pájaro, es un rompecabezas de voces perdidas entre los años setenta y los dos miles. Por ello, pide un lector que esté listo para dar esos saltos y armar un texto (tal vez no de una sola leída) que acaba rompiéndose a si mismo al poner el sonido del reloj una y otra vez.

Hay que agradecerle al Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez por dar a conocer como finalista al libro de la boliviana. Estos relatos, independiente de la estética a la que respondan, son capaces de dar con certeza en los pánicos que asedian nuestra salud mental.

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