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Sorpréndeme

A medida que vamos creciendo, vamos perdiendo cosas que no volverán jamás, como los dientes de leche, la inocencia o la virginidad, pero hay algo a lo que le decimos adiós que me parece que deberíamos recuperar.

En los últimos meses he notado una tendencia que aumenta en los estados y fotos de Facebook y otras redes sociales. Se trata de las personas pidiendo al mes que comienza, o incluso al año, que los sorprenda. Hasta hace poco, la gente sólo saludaba al mes entrante, pero ahora también le piden casi deseos.

Cuando somos niños, nos maravillamos por cualquier cosa: el perro que ladra, el botón rojo que enciende la televisión, el sonido de las ollas, un pájaro grande… Poco a poco nos vamos acostumbrando a lo que nos rodea, y dejamos de sentirnos perplejos por las cosas que antes nos hacían abrir la boca. Llegamos al punto donde damos un 95% de la vida por sentado, y transcurren ante nuestros ojos instantes increíbles que dejamos pasar.

Como la mayoría de los adultos, no había caído en cuenta de eso, hasta que leí El Mundo de Sofía. Cuando Alberto comienza a contarle a Sofía sobre la historia de la Filosofía, él comenta que para ser filósofo es necesario reganar esa capacidad de asombro con la que se nace. Me pareció súper acertado. Ver el mundo igual que el resto limita la manera de pensar. Sin cuestionamientos, no hay ciencia ni filosofía.

No se trata de vivir con la boca abierta, porque nos entran moscas, se trata de tratar de ver la magia que nos rodea. Sé que podrá sonar empalagosamente positivo, casi rozando el flower power, y no hay nada más que me dé más miedo que sonar como algo salido de la boca de un unicornio; pero debo de admitir que hasta el más cínico necesita sorprenderse de algo para poder elaborar sus sarcasmos.

Es cierto que hay circunstancias que nos alejan un tanto de esa facultad. Quizás si algún sirio leyese esto, pensaría que estoy desfasada de la realidad, porque su entorno le pone muy cuesta arriba el poder detenerse a mirar los detalles, pero quizás también en esa situación las pequeñas cosas se hacen más valiosas, como el agua limpia o ver un nuevo amanecer. No por nada reza el dicho de que la belleza está en el ojo de quien la mira.

Al final del día, depende sólo de nosotros el dejarnos sorprender, no de los meses, años o del otro. Sólo requiere abrir un poco los ojos.

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