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Paola Herrera
viceversa magazine

Something Else

Las cuatro de la mañana, esa hora en la cual la naturaleza es la única que canta, las personas dormitan, el viento susurra, la luna sonríe y el bullicio agrio de la sociedad enmudece; esa hora en la cual te das cuenta que hay algo más, más allá de lo superficial y piensas que lo que esconden los seres es la respuesta a lo que no comprendes cuando tratas de entenderlos. Siempre hay algo más que no advertimos hasta que el silencio hace acto de presencia. Uno de mis libros predilectos explica que el silencio no existe, que a veces huimos de la gran ciudad, escapando del rumor, pero que sin embargo lo que terminamos de hacer es cambiar unos ruidos por otros, como trocar el sonido de los automóviles por el susurro delicado del céfiro. No puedo contrariar tanta razón. Siempre hay algo más, como dos casados besándose el sexo en un hostal; una chica que sonríe mientras por las noches apunta un arma romántica en su sien sin jamás cometer el episodio final; un cuerpo tímido que deslumbra en el fondo de una taberna mientras una chica guapa, que quisiera abrazar en las caderas, danza con pasos torpes; como el talento innato y oculto de una camarera; como ese dolor de llevarle flores al pasado por las madrugadas.

Me apretaba el corazón, allí en esa opresión como espectáculo estabas tú. Calzabas treinta y siete, llevabas más de veinticuatro meses en el ápice idílico de mi órgano vital, cada latido me ardía como ron al fuego. En ocasiones me preguntaban ¿Dónde se sitúa tu volcán? y yo señalaba mi pecho y decía tu nombre en voz alta. Sabíamos que había algo más, y en aquel momento se asomaba el verano, cantaba versos de primaveras y yo decía muerte y tú gritabas vida, entonces de pronto tú me gustabas más de lo que detesto al mundo.

Hace unos días almorcé con G, comenzamos a hablar de la vida, las utopías, los sueños en espera, del matrimonio que no quiere concretar y del cual tiene ganas de escapar sin saber cómo. Le dije que si quería ser feliz, debía olvidarse de los demás y empezar a optar por un poco de egoísmo. Ves, G también tiene ese algo más, sepultado en su más allá del espíritu.

Hay un niño con otro niño que le roba su agosto; una madre soltera llorando en el último asiento del metro; una anciana narrando en voz baja su biografía porque teme el mañana; un sofá esperando por fluidos corporales; un colchón desgastado y solitario anhelando el sudor de dos; una película a medias; dos café tibios en una mesa desolada; un chico que visita a su madre con Alzheimer mientras solloza en posición fetal durante el anochecer; una mujer de mediana edad que calla la violencia domestica por el maldito temor a expresarse; un adicto a las sustancias ilícitas que se maquilla con el aspecto de los saludables; un corrupto que defiende la justicia; un criminal serial adaptado a la sociedad sin prejuicios ni cuestionamientos. Siempre hay algo más, pero nunca tiempo.


Photo Credits: Kayla Kandzorra

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