La vi en el tren G cuando yo iba de regreso a casa después de ver la película Manbiki kazoku (Un asunto de familia, Hirokazu Koreeda, 2018). El vagón iba lleno de familias, padres con niños y mucha gente joven: parejas, grupos de amigos. Yo iba cerca de la puerta y me rodeaba gente que conversaba.
Quizá por ello me llamó la atención. Iba cabizbaja. No escuchaba música con audífonos ni miraba su celular. Su mirada taciturna y perdida indicaba que no estaba presente en el entorno ni atenta a sus sentidos. Su mente divagaba, quizá un tanto atribulada. Los labios, firmemente sellados y virados en forma de media luna hacia abajo, acentuaban la tristeza de su expresión. El cabello lacio y corto ensombrecía su rostro ovalado, del tono de leche de avellanas. Con su mano izquierda se sostenía de un tubo del vagón y en el antebrazo derecho cargaba su bolsa de cuero negro, de la manera en que suelen hacerlo las japonesas.
No puedo asegurar que ella fuera nihon-jin, muchos menos en una ciudad tan diversa y cosmopolita como Nueva York, pero me lo parecía, no sólo por su figura y rasgos sino por los detalles sutiles en la forma de conducirse y moverse. Había una suavidad y delicadeza muy japonesa en sus movimientos leves.
Quizá conmovido por la película que acababa de ver y por el recuerdo del aislamiento que, en momentos de apertura emocional, varios amigos y amigas de Tsukuba, Tokio y Nagoya me expresaron que sentían, intuí que la tristeza de aquella mujer treintañera se debía a la soledad.
Quizá simplemente reconocí en ella trazos y signos de mi propia soledad en otros momentos de mi vida, en Nueva York y en el Japón. Quizá las sutilezas de la percepción afectiva, del captar cómo se siente otra persona, me dieron la corazonada.
Por lo que fuera, la mujer sabishii me inspiró ternura y deseos de transmitirle calidez y solidaridad. En este caso no pude más que ofrecerle una sonrisa pasajera cuando se cruzaron nuestras miradas. Le ofrecí calidez de estrella fugaz y la dejé tranquila con su momento. Pero en mi corazón y en mi mente le deseé consuelo y bienestar, cualquiera que fuera la causa de su tristeza.
Tengo la certeza de que en el pasado he sentido lo que ella sentía. Le ofrecí una sonrisa y buenas vibras en aquel vagón de metro, repleto de historias, alegrías, soledades.
Photo by: Fabio Sola Penna ©