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Sobre sangre y Salitre

Se escucharon quince disparos. Ya la sombra del conflicto humano tiene demasiado tiempo de afincarse en Salitre, pero quince disparos consecutivos es crimen en versos de arte mayor. Son las nueve de la noche del 18 de marzo, más de 25º C, la humedad es alta y el silencio es interrumpido solo por murmullos: se deben mover con cautela de gatos, porque ya están acostumbrados al desastre.

Desde el 2012 la disputa por las hectáreas del territorio indígena entre los finqueros y el pueblo Bribri ha traído protestas, zafarranchos y odio, odio contra los sikuas (en Bribri, el colono blanco) y los indígenas, indemnizaciones que no llegan, desplazamientos, las personas se arman de pistolas y machetes. No es solo esto, los indígenas también están divididos entre los Birbris de pura cepa y los broran, considerados inferiores por los primeros.

Así que los murmullos empiezan a tomar forma en esa noche calurosa. «Mataron a Sergio Rojas», dicen, «de quince disparos».

Al contrario de lo que sugiere el nombre, Salitre no es un lugar seco, de suelos minerales y piedras blancas, sino que está cubierto de maleza, de árboles que rebosan con parasitarias. En 1977 se instituyó la Ley Indígena que prohíbe la compra de territorio perteneciente a los indígenas, pero ni este resguardo constitucional, ni las medidas cautelares de la Comisión Internacional de Derechos Humanos, han logrado apaciguar los ánimos.

Tres horas después del ataque, la Cruz Roja se abre paso entre los corrales y los cultivos de chile para confirmar lo que ya cualquiera que haya escuchado las detonaciones a quemarropa sabía. El líder indígena ha fallecido. Los murmullos continúan: ya había sufrido varios atentados a su vida, había sido encarcelado en el 2015 y vivía sujeto a medidas cautelares y amenazas. El 17 de septiembre del 2012, por ejemplo, Rojas iba en un taxi, también de noche, cuando el vehículo recibió siete balazos, atentado del que salió airoso.

Esto no es un hecho único en Salitre. «Llegaron a la casa de Doña Magdalena y traían no solo machete, también andaba cuchillo y le dijeron que la iban a matar,» «o aquella vez en que le corrieron la cerca a doña Figueroa y nos dimos con ellos a garrotazos», «ay, o cuando cerraron las entradas del territorio y empezaron a quemar casas», «no se olviden cuando intentaron sacar a Camelia de su rancho con puñales y le dijeron que se lo iban a quemar si no se iba», «a Wilberth si se lo quemaron», «pero fue peor cuando atacaron a un niño». Estos relatos abundan y están registradas con fechas y datos precisos en la Crónica de una relación marcada por la colionialidad, publicado por UNED y el CICDE.

Este incidente es solo otro murmullo de sangre e infamia de Salitre: los pobladores lo van a seguir repitiendo en las noches, o mientras atienden sus ganados o hasta cuando escuchen otros disparos dirigidos a quién sabe quién.

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