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Sobre Eufórica [Partituras para la guerra] de Andrés Cisneros de la Cruz

La primera vez que escuché leer a Andrés Cisneros de la Cruz fue en un zócalo y sentí que esos poemas habían sido escritos para ser leídos en público. La misma sensación tuve a lo largo de Eufórica [Partituras para la guerra], libro en el que Sikore Ediciones reúne “los poemas más representativos” del poeta. Leo, pues, tres búsquedas principales a lo largo del poemario: cómo combatir el canon (encontrar la forma de penetrarlo y ponerlo en entredicho con sus armas), qué es el mundo, y qué es el hombre.

El poema representativo del cuestionamiento de Cisneros al establishment es “La gran cena de los poetas”: “dan fe de ser ellos los poetas/ -no los únicos, pero sí/ los más importantes-/ avalados por el poder/ que les otorga el cargo/ que ejercen con libertad/ para imponer –justos ante sí-/ la saga de quiénes/ serán los “principales””. El poeta no mira desde abajo, tampoco despectivamente; se pone al nivel, cuestiona de frente, embiste lo que no le parece, analiza lo que estos poetas le hacen al oficio: “Proclaman al nuevo mejor poeta/ y el mejor poeta le arranca las vísceras/ al cadáver de la poesía”. Por último arremete contra el endiosamiento de unos pocos, de ese “mejor poeta”, y se pregunta a nombre de la élite: “¿qué será lo que comemos ahora/ ¿qué es esta comida que está en la mesa?”. Porque si el canon está claro y nada debe salirse de él, ¿qué queda para la poesía, el arte de la libertad? En la “Reflexión sobre la gran cena de los poetas”, Cisneros da algunas respuestas a por qué no debe limitarse la poesía: “El ser de la poesía/ no posee las cosas/ las lleva dentro”; “El ser de la poesía da y recibe”; “El ser de la poesía/ es existir (no la concreción expansiva del ego”. La poesía no se puede encerrar, y el oficio del poeta se parece más al de un encantador de cobras que a veces sale lastimado y cede mucho para obtener poco, que al de un entrenador de perros.

Para observar claramente la búsqueda de una respuesta a lo que es el mundo hay que ir al final del poemario, al poema que da nombre al libro Ópera de la tempestad (2011): “Qué tal si el mundo fuese un hombre enojado, furioso”; “Qué tal si el mundo es/ un hombre que de verdad lo intenta”, y si lo fuera: “Qué hacer para ayudarlo/ si es un viejo sin escrúpulos,/ cómo abrir el grillete de su soledad sangrante/ hacerlo descender de la ruleta rusa/ salvarlo sin una bala/ trozar su redondo sí”. Establece la crudeza de la vida, las injusticias, que no siempre se puede conseguir lo que uno quiere: “Cómo volverse otro cuando el Uno es Uno mismo”. Esta búsqueda también se ve en su primer libro, Vitrina de últimas cenas (2007), pero en un tono más abstracto: “llamas que empiezan a encenderse/ en los poros dilatados de la materia/ ¿carne de los dioses?”; “el portal está en la materia/ que se une a la materia/ que se funde en una sola y destructora materia/ y se difumina/ en energía”. Si acaso el mundo es algo, para el poeta, será energía.

La voz relajada, apacible de Como la nieve que dejan los muertos (2010), habla del hombre como el ser que debe cambiar al mundo, que debe mejorarlo: “El hombre es el asma que escupe al mundo/ -deberá ser comida de las bestias./ Si el hombre no sirve, que lo maten/ que le amputen lo que sobra: uñas y párpados,/ que le corten orejas a los sordos/ que le saquen corazón a los cobardes”. Porque es su obligación, y si no la cumple, “¡tanto desperdicio de órganos!/ para qué tantas manos inútiles/ ¡que las corten!/ que amputen esos dedos/ y se riegue con sangre el jardín de la inteligencia”. El hombre como agente de cambio, el hombre ser pensante, ser consciente de sí mismo que carga con la responsabilidad de sus actos y del mundo que lo rodea. El poeta sabe que lo que dice no gusta: “Escucho la estampida de arañas en el techo del mundo/ Escucho que vienen por mí los tentáculos de los muertos/ Escucho un crujir de tijeras oxidadas que me partirá en gajos”. La responsabilidad pesa, no es agradable, preferible culpar a otro. El tono de la búsqueda cambia en su último libro, Fue catástrofe (2013): “muñeco de mí/ no sé quién mueve los lazos de mi corazón que late”; “invento el muñeco que soy/ adentro lo veo/ salgo de mí/ el muñeco se desvanece/ sólo quedo yo/ y la catástrofe:”. Parece que la búsqueda ha pasado de ese ir y venir continuo esperando ver las repuestas debajo de alguna piedra, a un estado de asimilación, en el que se espera meditando.

Sería imprudente intentar dar un juicio definitivo sobre la obra de Cisneros, un poeta honesto que aún dará mucho. Sin embargo, las obsesiones de un poeta difícilmente lo dejan y este se ve obligado a regresar a ellas, como partes de un mismo poema. En el caso de Cisneros, creo que las reflexiones en torno a la naturaleza del hombre, el mundo y el canon literario no cesarán, así como su gusto por confrontar a quien lo escucha: “No sé qué hacen ahí parados, escuchándome/ mejor agarren sus cosas, dense la vuelta/ y aléjense de aquí/ regresen a sus vidas/ porque la función está/ por comenzar”.

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