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Ramiro clemente
Ramiro clemente, el instante

Memoria de una amistad. Sobre el arte de Ramiro Clemente

A veinte años del inicio (1999-2019)

La primera escena del trabajo con Ramiro como artista ocurre en 1999, en una casa prefabricada, en la calle Isabel La Católica 2838, en el barrio Echeverría, de Tucumán, Argentina. Yo había escrito un cuento corto y se lo había mostrado a Ramiro. Le propuse que hiciera dibujos sobre el cuento. Días después, Ramiro tomó diferentes oraciones del relato e hizo varios dibujos con tinta. Según el engañoso mecanismo de la memoria que es el olvido, puedo apuntar que Ramiro añadió pinceladas con témpera o con alguna técnica que incluía agua. Las imágenes de ese cuento se han perdido, han quedado sepultadas en el espacio abandonado de la casa de madera, la casa perdida para siempre. Es el justo destino para esas oraciones insulsas.

Hacia el año 2000, Ramiro me contó que se iba de Argentina. Por supuesto, para ese año nuestra relación de compañeros de estudio en la Facultad de Artes ya se había convertido en una amistad. No solo porque compartíamos la pasión por el arte sino también las conversaciones en noches insomnes sobre historia argentina, historia europea, filosofía y música. Precisamente, en una de esas reuniones bajo las calurosas chapas de zinc, Ramiro me avisó que se iba.

Unos años después, habrá sido en 2004 o 2005, le envié por mail el borrador del que sería mi primer libro. En ese momento no era un libro. Era solo el conjunto amorfo de relatos cortos o de poemas, según quien sea el lector para ese libro breve. Cada uno de los relatos o poemas narraba el avatar desconocido de un personaje célebre. Ramiro empezó a enviar los bocetos. Esos primeros dibujos eran trabajos minuciosos y ágiles, propios de la mano de un artista inusual, original. Leonardo Da Vinci escribió que la pintura es “poesía muda”. Es cierto, en sentido literal la pintura es muda pero cuando el cuadro está logrado grita el hondo suspiro de lo que late en la vida. Por otra parte, Leonardo veía en la pieza inconclusa una forma del arte perfecto o genial. Da Vinci perseguía formas (labradas desde la incansable investigación guiada por el deseo de saber) en bocetos, dibujos, pinturas que muchas veces no fueron concluidas. Según el historiador Patrick Boucheron, Leonardo “está en la senda del artista absoluto, que no producirá otra cosa que la obra de sí mismo, lograda en su inconclusión”. Como el escritor Macedonio Fernández o el filósofo Arturo Serna, este tipo de artista es infiel al acabado de la obra para ser fiel a la búsqueda infinita, agotadora y feliz, esa búsqueda incierta y por eso mismo dichosa, solo signada por el placer del deseo inmortal.

En este sentido, Ramiro Clemente es un artista leonardiano. Yo diría que ya en el primer dibujo de Ramiro detecté esa búsqueda interminable que solo se termina con la muerte. Cada uno de sus dibujos contiene el pulso rápido e intenso que forma parte de una cadena, la cadena de la investigación interminable que muchas veces produce piezas inconclusas. Como en la intemperie de la vida misma, en la fugacidad del trazo se inscribe una destreza y una manera de captar el texto y la vida. Porque cada relato capta un latido o una sombra de ese pasado que ya no es y que puede reaparecer bajo una máscara en el poema. De lo que hablamos, finalmente, es del tiempo. Los textos de Vidas breves (2008) buscan mostrar o narrar el tiempo. Y los dibujos de Ramiro hacen lo mismo: el arte es una carrera feliz y fatigosa, con pies livianos (¿los pies ligeros de Eros?), para atrapar el tiempo. Ramiro hace un viaje con las líneas y los trazos, un viaje sin fin en el que las líneas rozan las frágiles nervaduras del tiempo. Así, las ilustraciones y los textos se encuentran en su particular modo de capturar o mostrar eso que se fuga para siempre.

En 2008 nos quisimos dar el gusto de tener en las manos el fruto de una ya larga amistad. Hicimos una edición ilustrada de Vidas breves. Pero fue una edición escasa sin propósito comercial. Nuestro trabajo ya tenía soporte material pero aún no lo podíamos compartir con los lectores.

En 2009, empezamos el trabajo de ilustración de El instante. Ramiro hizo una primera maqueta con una estética abstracta. En primera instancia, no estuve de acuerdo con la excesiva abstracción de los perfiles. Le pedí que trabajara esos bocetos desde una perspectiva más cercana al realismo, aunque ambos odiábamos en ese entonces (2009) la palabra realismo. Si hay algo que atraviesa toda la obra de Ramiro es el antirrealismo. Pero cuidado, no quisiera que quedara la idea errónea de que la obra de Ramiro se define por una negación. No es así. Los cuadernos, las pinturas y los dibujos de Ramiro tienen un trabajo que contiene un aliento de realidad en donde lo real ya ha sido procesado, diluido, transformado precisamente por la línea y por la mente del artista. Mediante un pase mágico (es solo una forma de decir), la línea mental de Ramiro se convierte en una línea visual. Ese acto es felizmente invisible e incognoscible. Pero es gracias a ese acto que tenemos las ilustraciones y las piezas visuales. Es decir, los dibujos parten de una escena, de un personaje sugerido o no por un relato y luego pasan por el rasero inevitable de esa máquina de producir líneas que es Ramiro Clemente. Por eso el realismo seria para Ramiro el boceto sin arte, el animal mudo, la máquina apagada. El boceto fiel a lo real es una naturaleza insípida, sin creación, una naturaleza muerta. En cambio, cuando Ramiro encara la materia de los textos las pasa por el frágil y generoso filtro de su percepción frenética. Así procesa la realidad narrativa y la convierte en un perfil (profilo o quasi), un boceto o un dibujo. 

Durante meses Ramiro y yo dialogamos sobre su arte, su forma de intervenir y pensar el arte visual. El diálogo no solo fue fructífero sino creativo. A partir de las conversaciones virtuales, reflexioné sobre mis propios textos y sobre el valor de la pincelada, el trazo, el rol de las nuevas tecnologías en la preparación de un material visual.

El libro El instante fue publicado en 2011 por la editorial Raíz de dos, en la ciudad de Córdoba, Argentina. Y desde ese noviembre de 2011 ha sido recibido por lectores diversos y generosos.

Al volver hacia atrás veo las escenas. El pasado guarda un ahínco secreto. Lo que más añoro es la claridad de nuestras búsquedas, el deseo con el que urdíamos nuestros proyectos frente a la indiferencia de los otros. A nadie le interesaba lo que hacíamos. Es notable la nada que éramos para el mundo editorial (lo seguimos siendo, claro). Al principio todo fue fracaso, un fracaso de menor tamaño que nuestras ambiciones. Por eso pudimos seguir, nadando en el vacío de la indiferencia. Aunque no conseguíamos publicar, avanzábamos, amparados en la obsesión que surge de la derrota. Hay algo indescifrable en el momento posterior a la derrota, algo que ya no existe cuando se consigue lo que se busca. Hemos conseguido publicar un libro (El instante) y el hálito del fracaso ha cambiado. Permanece como una sombra.

El diálogo continúa. Hay proyectos que permanecen en suspenso. Algún día podrán ver la luz. O bien quedarán en esa zona penumbrosa y amable de lo inconcluso. Lo inconcluso no es lo opuesto al genio o al arte. Es el posible comienzo de todo. “Terminar no es nada, pues solo importa ese momento tan lento y brutal, suspendido como aliento cortado, donde todo eternamente comienza”, escribió Patrick Boucheron.

22 de enero de 2019

Yerba Buena, Argentina


Ilustración por Ramiro Clemente

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