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gianfranco selgas
gianfranco selgas - ViceVersa Magazine

El sitio que se ocupa (Parte II)

El sitio que se ocupa (Parte I)


Estoy contemplando esta tierra como si la viese
por primera vez
o fuese a dejarla

—Eugenio Montejo, Trópico absoluto

¿Cómo abolir lo intolerable de observar lo que está ausente? En un acto reflejo, como si estuviese presenciando un accidente, el hombre cierra los ojos y aparta el rostro de la pantalla. Es una reacción cuasi natural, como si la imagen le provocara nauseas o le prometiera un tormento. Una secuela: El residuo que deja el mirar es el registro de un trazado firme en la memoria. Al poco abre los ojos y deja caer la mirada sobre la pantalla. No esquiva el rectángulo digital y se detiene a contemplar de nuevo la imagen fija.

Sobre ese gesto repentino —un reflejo innato de la persona que se enfrenta en silencio al despojo de lo que consideraba suyo— perdura una fuerza inmanente, como de adivinanza. Se da cuenta que su manera de reaccionar, cuando enfrentado a la fotografía, no es consecuencia de una indisposición fisiológica; tampoco la carencia de temple moral o fortaleza psíquica —el grado de intolerabilidad no le sobrecoge—. Es, por el contrario, la irradiación sentimental de ese registro visual la que le procura ese visaje. Lo intolerable de esa imagen en particular es que su carácter representativo es la anulación de la presencia de lo representado, de lo real asociado a un afecto. Así, se dice el extranjero, la imagen —su contenido— se me inscribe.

Ahí está, en la foto, la ciudad escamoteada, con la montaña como estructura: El verde luminoso y escalonado, que gradúa las dimensiones del espacio, es el artificio que la distingue de otras urbes. Los márgenes rectangulares de la pantalla no son un reducto; por el contrario, el extranjero no necesita adivinar el discurrir de las avenidas, las formas de los edificios o las tesituras de lo cotidiano para desplegar las posibilidades que el encuadre le franquea. La interacción —el solapado­— entre fotografía e imaginación ocurre por un proceder intuitivo: El extranjero es capaz de intuir las formaciones invisibles porque en ese reconocimiento, de conexión implícita, existe un filamento experiencial que lo une irresolublemente a aquel sitio.

Una posición muy diferente es la que ocupa sentado frente a la computadora, en la serenidad del país ajeno, donde su condición de extranjería o de visitante está subsumida a los designios de la contingencia. No es que una cosa o la otra le resulte más o menos familiar, entrañable. Su lugar, podría asumirse, se balancea entre estas dos instancias, sin ceder por completo a esta o aquella. En este sentido, si bien suele retornar a la fotografía de vez en cuando, no es un acto calculado, fruto del capricho; más bien, es una especie de arreón súbito. El impulso es eso: Una invasión muda pero latente, que le llega de improviso, casi como un padecimiento deletéreo que de repente manda la señal y el cuerpo, contorsionado por ese dolor inesperado, reconoce que algo le está sucediendo.

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