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Simpatía roja

Esta es la historia de 48 años frenéticos, salvajes, desesperados. Nace en 1938, con el ascenso del fascismo (Chamberlain y Hitler deciden el destino de Checoeslovaquia). Y se apaga en 1986, cuando se aproxima la caída del comunismo en Europa oriental.

Esta es la triste y alucinante epopeya de Dean Reed (1938/1986), el señor Simpatía, el Elvis Rojo, muchacho de Denver, Colorado, quien estudió meteorología para entender que los vientos de la historia lo requerían con urgencia en otra parte.

Al seguirle la pista a la estrambótica vida de Reed, uno no entiende cómo es posible que sea Tom Hanks quien haya comprado los derechos para convertir la biografía de Reggie Nadelson, Comrade Rockstar, en una película taquillera, y no la división de revisionismo histórico del Psuv.

Dean Reed encarna el mito de la revolución comunista, con una variante notable. No se trata del médico educado e intelectual de América Latina, que abraza la causa revolucionaria de los desprotegidos para inmolarse en Bolivia. 

No, Reed es un gringo catire, buenmozo, ojos azules, que enloquece con el sexo a fines de los años 50 en California, mientras intenta ser cantante. Cuando el Che hace su aparición en Naciones Unidas y confirma que seguirán fusilando traidores en Cuba, la mala suerte le cambia la vida a Dean Reed.

Reed recibe una llamada de Capitol Records, productora que ha lanzado sus primeros discos. Su música no convence en Estados Unidos. Le comentan que una canción suya, “Our Summer Romance’’, le gusta a chilenos y argentinos.

Llega a Santiago de Chile en 1962, donde espera encontrarse con un representante de Capitol Records. Lo aguarda una multitud de adolescentes con pancartas con su nombre. Al bajar del avión perdió la camisa en manos de una fan.

No tarda en contactar a gente del partido comunista. Le presentan a Víctor Jara y a Pablo Neruda. Le da la mano a un político que perderá las elecciones de 1964 por el tres por ciento de los votos: Salvador Allende.

De Chile vuela a Argentina, donde lo recibe uno de los artistas del el partido comunista: Horacio Guarany. Un episodio marca su ruptura con el pasado: lava la bandera de Estados Unidos frente a la embajada en Buenos Aires, en señal de protesta por las pruebas nucleares que realizan en el Pacífico sur. Lo meten preso. Sale en televisión. Ya no volverá a ser el de antes.

Repetirá que con esa acción lavó la sangre del pueblo vietnamita. Un año más tarde viaja a Helsinki como delegado argentino al Congreso por la Paz. Conoce a camaradas de la URRS y se convierte en una figura pública del bloque socialista.

Dean Reed regresa a Argentina, no lo dejan entrar y debe buscar un lugar para vivir. Viaja a Roma: le ofrecen actuar en western spaguetti. Interpretó a corsarios, piratas, karatecas, al Zorro y cazadores de fortuna.

Viaja a la URRS y en un Festival de Cine de Leipzig conoce a la actriz Renate Blume, con quien se casa y se va a vivir a las afueras de Berlín, en Schmockwitz Damm (Alemania oriental).

Por veinte años viaja a la Unión Soviética, China, Medio Oriente, Cuba y Nicaragua. Actúa en películas antiamericanas en Rumania, le canta a Arafat y soldados del vietcong y Nicaragua. Se convierte en amigo de Brezhnev, Honecker, Ceaucescu.

Lo que nadie logra explicar entonces es que en 1986 su cuerpo aparezca ahogado en el lago de Schmockwitz Damm, a metros del apartamento que compartía con Renate.

Rápidamente lo acusan de espía ruso y de trabajar para los americanos. Que lo asesinó una banda neonazi. O un marido celoso. Hay quienes creen que sigue vivo, en la Patagonia. Con 67 años. Ese es el destino de los mitos que se abrazan a las revoluciones y se queman.

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